Cuando el que habla es el cuerpo
¿Qué revela, un diario íntimo, de la historia colectiva? ¿Una muestra de subjetividad alcanza para ilustrar el género humano? La literatura está plagada de diarios, desde los más cursis hasta los más reveladores. A diferencia de las autobiografías, donde también se juega el pulso personal, el diario conlleva el vértigo: supuestamente no hay dilación, ya que responde a la urgencia por volcar la experiencia en el papel, como si al escribir apareciera una respuesta o se atenuara la ansiedad de lo vivido.
Pero, ¿qué pasa cuando lo que cuenta del relato es el cuerpo? ¿O, más bien, cuando el cuerpo es el que cuenta? Tal el maravilloso hallazgo del escritor francés Daniel Pennac en su última novela, aún inédita en castellano, Journal d'un corps (Diario de un cuerpo), que trajo bajo el brazo en su actual visita a la Argentina.
La novela tiene la forma de un diario. Un hombre decide llevar el registro de su vida a partir de los indicios del cuerpo, desde los 13 años hasta su muerte, con el bonus track de la agonía. Se trata de una prosa porosa. Todo pasa por las sensaciones. Se habla incluso del diario como "traductor de sensaciones". Pennac está habilitado para hacerlo. Fino y travieso observador del género humano, logra captar en sus novelas el estupor y las delicias de la existencia. Lo hizo con la invención de la familia Malaussene, atípica y al mismo tiempo plagada de rasgos reconocibles. Y también en su ensayo Como una novela , suerte de manifiesto del lector en defensa del goce de la lectura, cuya repercusión en el mundo insufló nuevos aires al acto de leer.
Esta vez puso -literalmente- toda la carne en el asador. Diario de un cuerpo es una ficción tan inesperada como actual. Se trata del diario de un padre que "lega" su cuerpo escrito a su hija, en sorpresivo testamento. Su determinación aparece fechada el sábado 14 de noviembre de 1936: "Papá decía: todo objeto es, ante todo, objeto de interés. Por lo tanto mi cuerpo es objeto de interés. Voy a escribir el diario de mi cuerpo". Y agrega como anhelo: "Si tuviera que hacer público mi diario, lo destinaría primero que nada a las mujeres; y luego, me gustaría leer el diario que una mujer llevara de su cuerpo". Comienza con la infancia, los primeros miedos, los más tangibles, ligados al asco, el pudor o la vergüenza, y los abominables, el miedo a la nada, el miedo al miedo. La escritura juguetona y urticante nos arrima a lo más intangible de nuestro interior. Pennac conlleva una frescura infantil. Las formas de orinar, el juego a desmayarse, las desagradables primeras experiencias del vómito, "donde el adentro se pone afuera". Las uñas sucias, los olores, el embudo del ombligo, las enfermedades, los placeres, la musculatura, los ronquidos. Hay un ordenamiento por fechas que permite atisbar etapas de la vida de cualquiera. Así, en el capítulo que va de los 50 a los 64 años, pone una suerte de epígrafe: "Que me devuelvan la duración. Que mis células se lentifiquen". Un imperativo bajo la forma de la imploración.
La novela es una auténtica novedad, aunque -habrá que ser pacientes- todavía no lo sea en nuestra lengua. © La Nacion