El uso de la palabra "nazi"
Las palabras tienen distintos espesores de acuerdo con su contexto y es tarea de la inteligencia sopesarlas en cada ocasión. El uso extensivo de la palabra "nazi" y la banalización no necesariamente van de la mano. Cuando una persona es perseguida por sus ideas religiosas, la referencia a la Inquisición es inmediata. Sin embargo, sería absurdo afirmar que se está banalizando ese hecho histórico porque se aplica a un caso que no involucra la tortura y quema del perseguido en plaza pública.
Los nazis participan de nuestra conversación pública desde siempre. El sobreentendido sobre su universalidad está dado por una línea gloriosa de Indiana Jones: " Nazis. I hate these guys " ("Nazis. Odio a estos tipos."). La gracia está en la redundancia: ¿qué otra cosa se puede hacer con un nazi sino odiarlo? Sin embargo, como la propia película lo demuestra, el término "nazi" juega un rol diferenciado en cada contexto: desde íconos de la cultura popular hasta perpetradores de genocidios. Se pueden identificar tres instancias posibles del uso de esa palabra: como insulto, como referente de algo indudablemente malo y como caracterización política.
El término "nazi" usado como insulto tiene las limitaciones de cualquier insulto: solipsista, cerrado en sí mismo, brinda satisfacción inmediata y pesar a largo plazo. Su problema no es mellar la memoria de las víctimas del Holocausto, así como nadie piensa que cuando le profieren el insulto canónico el destinatario es la propia madre. El problema de los insultos no es su literalidad, sino que implican impotencia y marcan el punto final de cualquier conversación. Como siempre, son más graves cuando son ejercidos desde el aparato del Estado y señalando a individuos particulares.
El miedo a la banalización lleva a poner al nazismo en un lugar ahistórico, mítico, mutilado, desconectado de otras experiencias humanas. El Tercer Reich no es un hecho único e irrepetible, del cual sólo vale hablar en pasado. Al contrario, el nazismo representa, si no el único, uno de los pocos eventos históricos que la humanidad ha juzgado moralmente de manera irreversible. Eso no lo saca del río de la historia. Por el contrario, lo destaca dentro del mismo: marca un punto visible y fijo, como un mojón.
Así, en una discusión, si alguien dice: "Es cierto que se falsean las estadísticas y que la publicidad oficial está utilizada como un sistema de premios y castigos, pero hay que reconocer que la economía se ha reactivado después de una situación muy dramática", una respuesta posible y racional es: "Sí, pero los nazis también sacaron a su país de la crisis". Esa respuesta no está calificando de "nazi" al gobierno, sino que indica que un mejoramiento económico no termina de convertir en buena una gestión de gobierno: la referencia que no admite discusiones -el nazismo como contraejemplo- está ahí, a la mano, para refutar.
El nazismo, por otra parte, no se define unívocamente por el Holocausto: los nazis ya eran nazis antes de las leyes de Nuremberg de 1935. Una serie de atributos los identifica. Muchos de ellos eran compartidos por el fascismo italiano. Otros, como el antisemitismo, eran peculiares a la experiencia alemana.
Lo que genera el conflicto en la conversación, lo que hace que aparezca súbitamente un prurito por la literalidad, no es la extemporaneidad de la calificación, sino las muchas veces en que parece acercarse a la verdad. Sólo nos ofende lo que sospechamos cierto.
Y algunos de esos atributos aparecen claramente en el ejercicio del gobierno en la Argentina: falseamiento de las estadísticas, culto a la personalidad, indiferenciación entre Estado y partido gobernante y entre Estado y líder, propaganda sistemática, utilización del aparato del Estado para intimidar opositores, uso secreto de fondos oficiales.El nazismo, como otros totalitarismos, partió de una lista similar rumbo a lugares que nadie piensa pueden volver a ser alcanzados. Son esos lugares los que convierten al término "nazi" en una herramienta de descripción desmesurada, sin ambigüedad y difícil de aplicar con precisión.
Y, sin embargo, en el mundo en el que Indiana Jones dijo su famosa frase aún no había sucedido el Holocausto; los nazis simplemente querían tirarlo a un pozo con víboras. El los odiaba y los llamaba nazis. Y estaba bien.
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