Hacia el mañana
MACIZO DEL HARZ, ALEMANIA.- El tren devora kilómetros. El tren, incluso, viaja en el tiempo. Adelante está lo que viene: incierto, hundido en una nada habitada, apenas confundido con el vapor que arroja la locomotora, el inevitable intento de hacer conocido lo que, por definición, no lo es. Se avanza hacia el mañana con el pasado a cuestas: un fantasma nítido, casi corpóreo, pero fantasma al fin. Son esas ramas agobiadas de nieve que asoman en la ventanilla más cercana; un reflejo prodigioso, resbaladizo, fugaz. El tren se sumerge en el macizo de Harz, tierra de leyendas medievales, alturas donde en algún tiempo, dicen, se reunían aquelarres y demonios. Hay algo de postal atemporal en esta imagen, una nostalgia hecha de traqueteos, vagones que sueñan con ser de madera. Y el hilo del tiempo, tenue, continuo y zigzagueante, trazando una línea que nunca termina por ser recta.