La culpa de la carne
Soy un cliché. O no. O peor. Soy una ilusa. Crédula, irremediable, egoísta, infernal.
Hace unos veinte años, mientras viajaba en el asiento trasero del auto de mi padre por la ruta que creo nos llevaba desde Lomas de Zamora hacia la costa atlántica, vi pasar un camión que no transportaba frutas ni verduras ni computadoras ni muebles de interior sino vacas y le pregunté a mi madre hacia dónde iba y no recuerdo bien si ocurrió así pero así lo recuerdo: giró apenas su cabeza para poder mirarme a los ojos desde el asiento del acompañante, hizo un pequeño silencio para comprobar si mi pregunta era seria y respondió con tono adusto: "Al matadero Dolores".
Sentí frío. Era lo esperable pero yo sentí la ráfaga helada, blanca, cruel que provoca lo que se descubre y pensé en los ojos de esas vacas. En esos ojos que me habían mirado por entre los pequeños espacios de aire que dejaban las tablas de madera que formaban la caja del camión, la carroza de Satanás, las rejas de la prisión del diablo del tridente de fuego.
Deben haber pasado un par de meses. Varios. Debo haber soñado más de una vez con esos ojos, rojos. Una mañana debo haberme levantado, debo haber desayunado el Nesquik que preparaba mi padre como siempre, seguro parada en la cocina, seguro con la espalda apenas apoyada sobre el mármol blanco de la mesada, debo haber ido al colegio, debo haber prestado atención, debo haber cumplido, pensado otra vez, una más, en esos ojos, regresado a casa y dicho a mi madre algo así como "no quiero comer carne nunca más, nunca". Debe haber sido complicado. Debe haber sido lento.
No como nada animal desde aquel día, cualquiera que haya sido. Ni restos ni apenas ni un poco ni si nadie se entera ni aunque ya los haya matado otro por mí ni "dale, no seas sonsa que hace bien, las personas necesitamos carne". No es verdad. No los visto. No los uso. No lo hago por ellos.
Lo hago porque a mí todo me da culpa. Haber nacido en una familia sin grandes problemas económicos me da culpa, no haber vivido tragedias de ningún tipo me da culpa, tener dinero para irme de viaje, ir a recitales, comprar ropa me da culpa. El barrio en el que vivo me da culpa. Saber inglés. Saber alemán. Tener padres que no se divorciaron. Tres sobrinos hermosos. El placer. Matar para comer rico.
No entiendo a la iglesia católica, no la respeto y no la quiero cerca. Fui a catequesis apenas un par de clases porque cada vez que lo hacía me largaba a llorar en cualquier esquina de la catedral porque las monjas me daban miedo (su vestimenta oscura y larga, lo tapado, lo que esconden, lo que piensan). Y sin embargo soy la fiel más perfecta de la doctrina: todo me da culpa, me da culpa, me da una grandísima culpa.
Por eso soy vegetariana. Creo que los animales no viven para estar al servicio del hombre. No me gustan las carreras de caballos ni el polo, ni las domas ni las corridas de toros. Odio ir a la Rural. Detesto los zoológicos. Las granjas de producción en serie de chanchos, de gallinas, de huevos, de vida me provocan furia y ganas de destrozar lo que sea a mordiscones. No como hamburguesas ni milanesas ni asado.
No lo hago por ellos.