Morales, contra las instituciones
El controvertido presidente de Bolivia, Evo Morales, gobierna su país desde el autoritarismo y con mano dura, en un ambiente donde la corrupción florece. Junto con los presidentes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, encabeza uno de los gobiernos no democráticos de nuestra región. Por lo antedicho, no sorprende demasiado que en su ambición de poder se esté ahora postulando para un nuevo mandato, acompañado siempre por su compañero permanente de fórmula, el marxista Álvaro García Linera, a quien se tiene como el cerebro del Movimiento al Socialismo, al que ambos pertenecen.
Desde la OEA, el secretario general, Luis Almagro, viene sosteniendo con razón que las pretensiones de continuismo por parte de Morales carecen de todo sustento legal.
Ocurre que la Constitución de Bolivia dispone que el presidente y el vicepresidente solo pueden ser reelegidos por una vez de manera continuada, agregando luego, en otra norma, que los mandatos anteriores a la vigencia de esa Constitución deben ser tomados en cuenta a los efectos del cómputo de los períodos de funciones. Esas normas impiden claramente la nueva postulación presidencial de Morales.
A esto se agrega que el presidente boliviano convocó a un referéndum con el que grotescamente pretendía legitimar su nueva reelección. Esa consulta tuvo lugar en febrero de 2016 y en ella su propio pueblo le dijo rotundamente que no.
Las encuestas reflejan hoy que más del 70% de la población boliviana rechaza la nueva postulación a la presidencia del líder aymara. Por esto, el expresidente de Bolivia, Carlos Mesa, sostiene que lo que Morales ha puesto en marcha es un proyecto con el que apunta a mantenerse fraudulentamente en lo más alto del poder de su país, asestando así un duro golpe a la institucionalidad boliviana. Solo el 20% de los jóvenes entre 18 y 24 años dice estar dispuesto a votar por Morales.
A los repudiables y autoritarios modos de Evo Morales se suma su pretensión de ser reelegido una y otra vez. La máscara con la que burdamente se disfrazaba de demócrata, con la que nunca engañó a nadie, finalmente ha caído. Las protestas populares y los llamados a huelgas que su postulación provocaron permiten anticipar que, en términos políticos, Morales está jugando con fuego al querer mantener su pretensión de perpetuarse.
Nuestro país debe apoyar firmemente el acertado y oportuno llamado de atención que Luis Almagro formula desde la OEA. En democracia, no hay definitivamente argumento alguno que apañe los sueños de eternización de nadie a la hora de disputar el poder.
Nadie es imprescindible. Lo imprescindible en democracia es la renovación constante de las principales figuras y la alternancia en el poder. Lo tro es lisa y llana tiranía.
Ahora es el momento en el que la comunidad internacional debe sumar su voz sin demora ante estos autoritarios intentos, con mayor firmeza que la reflejada en su momento al denunciar una deriva similar en Venezuela.
Ya sabemos adónde conducen estos oscuros y turbulentos caminos.