¡No arruinen la Sagrada Familia!
Cada vez que voy a Barcelona, aun por pocas horas, visito la Sagrada Familia, obra genial del arquitecto catalán Anton Gaudí. Nunca olvidaré la primera impresión, mezcla de emoción, susto, gratitud, casi posesión. Ante mí se elevaba una impresionante muestra de lo que el talento humano es de tanto en tanto capaz de pergeñar y realizar. Cotas tan elevadas que parecen posibles sólo si son germinadas por algo en el borde de lo extrahumano, quizás el sentimiento religioso en el caso de la Sagrada Familia, o el amor sin límites en el Taj Mahal, en la India.
Pero a medida que el tiempo y mis visitas han ido transcurriendo esa sensación de alegre asombro fue deshilachándose porque la estupidez humana disfrazada de prestigiosos arquitectos, escultores, urbanistas y, sobre todo funcionarios, parece empeñada en arruinar ese templo monumental. Quieren "terminarla", "completarla", mal imaginando cómo lo hubiera hecho el genial arquitecto. Sin tener en cuenta que Gaudí, voluntariamente, no dejó planos, sino dibujos y apuntes, y una modesta maqueta en yeso que fue destruida durante la Guerra Civil española.
Por otra parte es sabido que, sin plan fijado, iba decidiendo cada paso siguiente a medida que avanzaba la imponente puerta del Nacimiento, una pequeña parte de las cuatro fachadas, las dieciocho torres y el cimborio central de 170 metros de altura. Lo hizo para "terminar" algo de su proyecto y para que fueran evidentes sus ideas y prácticas arquitectónicamente revolucionarias, no para que sirvieran para copiar su estilo, sino para estimular que se diera rienda suelta a la creatividad, a que una iglesia pudiera parecerse a un bosque de piedra y mármol, a que no se respetase ninguna de las convenciones establecidas. Que el alma de la época los guiara a todos en el encuentro de la naturaleza con la arquitectura, de la vida con el espíritu. Que les brotaran ideas inspiradas y no copiadas de su geometría reglada, de sus paraboloides, helicoides, hiperbólicos, hiperboloides, conoides, con sus espacios de inclinadas columnas arborescentes en su interior y de torres con torsión parabólica en su exterior.
A medida que pasan los años ese edificio maravilloso va degradándose, llenándose de muros y paredes sin gracia, de esculturas de los talentosos Subirats y Soto a las que el contexto gaudiano mediocriza hasta la indignación.
¿Es posible imaginar que sean "terminadas" las esculturas inconclusas de Miguel Angel en el Vaticano? ¿Qué desvarío podría llevar a completar la Sinfonía Inconclusa de Schubert?
Hubo obras maestras que fueron "completadas", inevitablemente con merma de su calidad, como es el caso del maravilloso y dramático Requiem de Mozart, continuado por Franz Sussmayer. O La Piedad, de Tiziano, pintada para su propio mausoleo, que fue casi arruinada por su discípulo Palma "el Joven". O la ópera Turandot, de Puccini, a la que la intervención póstuma de Franco Alfano la hizo una de las menos valoradas de su producción.
Afortunadamente hubo otras creaciones que fueron conservadas en el punto en que su creador las dejó, como hubiera sido deseable en el caso de la Sagrada Familia: El arte de la fuga, de Bach, que, en manifestación de respeto, los músicos dejan de tocar en la última nota del pentagrama.
También se conservan inconclusas obras literarias como Los ciento veinte días de Gomorra, del Marqués de Sade; El castillo, de Kafka, y El último magnate, de Scott Fitzgerald.
A pesar de sus ciclópeos esfuerzos de años, Serguei Einsestein no logró terminar su ¡Que viva México! por falta de financiación. Su compatriota Grigori Aleksandrov no la continuó, sino que hizo su propia versión con el material filmado que dejó el autor de El acorazado Potemkin. Otra fue la suerte de El otro lado del viento, obra inconclusa de otro genio del cine, Orson Welles, cuya familia no autorizó a su dilecto discípulo Peter Bogdanovich a concluirla.
Un caso muy curioso es el del retrato más famoso de George Washington, obra de Gilbert Stuart, quien lo dejó inconcluso a propósito, algunos dicen que para que le fuera mas fácil hacer bien remuneradas reproducciones. Es el retrato que perpetúa el billete de un dólar. Stuart fue incólume ante las amenazas de Washington, quien le exigía que lo concluyese.
La Sagrada Familia no hubiera sido la única iglesia sin terminar, las hay muchas, incluso en la misma España. La manquita, en Málaga, del gran arquitecto Diego de Siloe, así llamada porque nunca se construyó su torre sur, que debía ser simétrica con la norte.¿Por qué tanto empeño en seguir construyendo la extraordinaria creación del genio catalán, disminuyendo la calidad y la atmósfera de su obra?
Historiador y psicoanalista