Otro nombre para el Holocausto
El libro Neighbors ("Vecinos"), de Jan T. Gross, viene suscitando apasionados debates en Europa y los Estados Unidos. Al reconstruir la matanza de toda la comunidad judía de un pueblo, perpetrada no por los invasores nazis sino por sus vecinos polacos, la obra reavivó la discusión sobre las raíces del antisemitismo. En Polonia reabrió viejas heridas y el pasado martes 10, al cumplirse sesenta años de la matanza, el presidente Aleksander Kwansiewski visitó la aldea de Jedwabne. En esta página se reúnen una breve nota de Jan Gross, que reseña los hechos; una reflexión sobre las reacciones actuales en Polonia, escrita por Stanislaw Musial, ex secretario del Papa, y un artículo de Marcos Aguinis que, al evocar la figura de un militante de la resistencia, muestra otra cara de la relación entre judíos y cristianos en la nación más castigada por la Segunda Guerra Mundial.
CRACOVIA.-Cincuenta y nueve años después de la matanza de judíos en Jedwabne, apareció en Polonia una historia del trágico hecho, escrita por el profesor Jan Gross. En el último medio siglo, ningún otro libro conmocionó tanto a la opinión pública local. ¿Por qué? Porque Gross demostró que la masacre no fue perpetrada por los alemanes con ayuda de los polacos, sino por éstos ayudados (probablemente no mucho) por aquéllos.
Esta verdad, ¿por qué escandalizó tanto a los polacos? Antes de que Gross publicara su libro, reconocían de buena gana haber cometido numerosos pecados contra los judíos bajo la ocupación nazi. Algunos los chantajearon; otros los explotaron materialmente; hubo quienes los denunciaron a la Gestapo o, en casos aislados, los asesinaron. Pero pocos polacos estaban dispuestos a admitir que sus compatriotas habían colaborado con los alemanes en el exterminio de los judíos.
En esto, se consideraban mejores que el resto de Europa. Ahora, las evidencias de Jedwabne y de los asesinatos cometidos en los pueblos vecinos de Wasosz y Radzilow demuestran en forma concluyente que hubo colaboración, aunque circunscripta a un área geográfica determinada.
La conmoción provocada por el libro de Gross fue tanto más dolorosa por cuanto los polacos llevaban dos siglos creyéndose víctimas de la violencia ajena. Ellos nunca habían sido victimarios. O así lo creyeron, hasta que Gross puso al desnudo lo sucedido en Jedwabne.
El desprecio de Hitler
Si se mira la historia del antisemitismo en Polonia, sobre todo en el período de entreguerras, cuando, recobrada su independencia tras cien años de partición, los polacos pretendieron crear un Estado étnicamente unificado, el crimen de Jedwabne no debería sorprender a nadie. Después de todo, durante la ocupación alemana muchos creyeron que Polonía tenía dos enemigos: uno externo, los alemanes, y otro interno, los judíos. Debemos agradecer el desprecio absoluto de Hitler hacia los polacos, que le impidió procurarse deliberadamente, mediante promesas y recompensas, su colaboración masiva en el exterminio de los judíos. De no haber sido por su falso orgullo y su estupidez, quizás habríamos tenido varias docenas de Jedwabnes.
Conocida la verdad sobre Jedwabne, la opinión pública se escindió. Los derechistas y nacionalistas negaron la participación polaca en los asesinatos o intentaron restarle importancia limitándola a bandidos o elementos asociales. O bien buscaron circunstancias "atenuantes" en los presuntos daños infligidos por judíos a polacos durante la breve ocupación soviética del pueblo.
El bando opuesto, numéricamente menor, se sitúa más hacia la izquierda. Acepta y lamenta los hechos descubiertos por Gross. El haber sacado a luz la verdad sobre la masacre constituye, a su juicio, una oportunidad de limpiar la memoria polaca respecto a la Ocupación y un estímulo saludable para combatir el antisemitismo en la Polonia actual. Afirma que un examen de conciencia sincero, con el compromiso de enmendarse, no puede menos que ayudar a Polonia a construir su democracia y mejorar su imagen.
En cuanto a la Iglesia Católica, el 10 de julio de 1941 el clero de Jedwabne nada hizo por impedir que sus fieles participaran en la masacre. Hoy, la Iglesia mantiene una actitud ambigua. Para el obispo local, Stanislaw Stefanek, con sede en Lomza, todo el asunto es una conspiración contra Polonia. Nuestro cardenal primado, Jozef Glemp, no niega la participación polaca en el crimen, pero pide que los judíos se disculpen igualmente por los supuestos asesinatos de polacos cometidos bajo la ocupación soviética.
Como quiera que sea, el Episcopado decidió disculparse ante los judíos por lo de Jedwabne. Sin esperar al sexagésimo aniversario de la masacre, y reacio a pedir perdón en el lugar del hecho, junto al presidente Aleksander Kwasniewski organizó para el 27 de mayo una misa penitencial en la Iglesia de Todos los Santos, cercana a lo que fue el gueto de Varsovia durante la guerra. Sólo asistió un tercio del Episcopado, pero, aun así, fue un acto de contrición valioso. Jamás se había visto a los obispos polacos pedir perdón, de rodillas, por pecados cometidos contra judíos.
Vida cotidiana emponzoñada
¿Tiene sentido recordar lo ocurrido hace sesenta años en Jedwabne, un pueblo cuyo nombre ignorábamos hasta que Gross publicó su libro? Plantear siquiera tal interrogante equivale a dudar de si tiene sentido recordar el Holocausto.
La ignorancia del pasado "fructifica" facilitando la reiteración de errores pretéritos. La humanidad es un sistema de vasos comunicantes en el que el conocimiento del pasado modela el presente y el futuro. Además, hablar de Jedwabne tiene sentido no solo en Polonia sino también en el resto del mundo, porque este crimen revela una nueva faceta oscura de lo que puede hacer un ser humano.
La masacre de Jedwabne no se cometió en un campo de exterminio, detrás de alambradas de púas, sino en un pobre y típico pueblito en que todos se conocían y se veían a diario, y las dos comunidades convivían desde hacía siglos. Jedwabne revela otra cara del Holocausto: vecinos asesinando a vecinos. También presenta un ejemplo de cómo puede incubarse el crimen en una vida cotidiana emponzoñada por el antisemitismo.
Durante la ceremonia del 27 de mayo, en Varsovia, el obispo Stanislaw Gadecki, en su invocación litúrgica, mencionó a Jedwabne junto con Auschwitz y otros lugares de exterminio. Y con razón, porque Jedwabne es un nuevo nombre del Holocausto. © Project Syndicate
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)