Otros tiempos para los burócratas del deporte global
Buena letra. Tras el FIFAgate, los máximos dirigentes deportivos ya no pueden permitirse abiertamente el festín del que habían disfrutado hasta entonces
Julio de 2011, invierno sobre el océano Índico y las miradas de un grupo de periodistas clavadas sobre un príncipe al que nadie se atrevía a acercarse. Hasta que uno de ellos toma coraje y aborda a Alberto de Mónaco para preguntarle por aquello que todos querían saber, pero no se atrevían a preguntar. "¿Es cierto que su esposa lo quiere dejar?". Al príncipe no se le cayó la copa de champagne que llevaba en la mano. Entendió que, más allá del acuerdo tácito entre él y los periodistas especializados en olimpismo, lo que había que preguntarle era demasiado importante, mucho más que su función de miembro del Comité Olímpico Internacional (COI). Charlene Wittstock, sudafricana y ex nadadora, venía siendo la encarnación de la infelicidad en cada foto que se le tomaba, y la revista francesa L’Express acababa de publicar que Charlene quería huir del paraíso monegasco, abandonar a su príncipe. Lo llamativo, entre otras cosas, era que habían pasado apenas días desde la luna de miel de Alberto y Charlene. "Soy víctima de algo completamente fabricado", dijo Alberto de Mónaco. Y unos días después demandó a la revista francesa.
No debería extrañar que en medio de un evento deportivo el foco se ponga en asuntos propios de revistas de peluquería. Es inevitable, porque el gran mundo de la dirigencia deportiva cuenta con una buena dosis de reyes, reinas, príncipes y princesas. Hay también grandes ex deportistas, claro, y también (aunque cada vez menos), gente que aparenta no haber sumado diez flexiones de brazos en toda su vida.
Hubo una época, de los años 70 a los 90, en los que el tándem latino fue imparable, con el sombrío João Havelange al frente de la FIFA, el astuto Juan Antonio Samaranch manejando el COI, el inclasificable Primo Nebiolo controlando el atletismo y el aún más inclasificable Mario Vázquez Raña como enorme factor de poder en el olimpismo. El brasileño Havelange era temible –su mirada sin vida generaba escalofríos en el interlocutor–, algo que no podía decirse del español Samaranch, mago de la habilidad política: tuvo poder en el franquismo y fue decisivo en la España moderna y democrática al impulsar a Barcelona como sede de los Juegos de 1992, pero logró además conectar a España con la Unión Soviética como primer embajador en Moscú tras 41 años sin relaciones diplomáticas. Y abrir China al deporte. ¿Y Vázquez Raña? Cuando el mexicano tenía una reunión importante, su interlocutor recibía de inmediato un sobre. Adentro había nueve tarjetas, una por cada cargo del multimillonario mexicano, pero la tarjeta más importante era probablemente la de CEO de la Organización Editorial Mexicana (OEM), una red de más de 100 diarios regionales bajo el nombre común de "Sol". Con los "soles", Vázquez Raña, que llevaba un bigote cantinflesco, se aseguraba influir en todas las ciudades. "No me importa vender 2000 ejemplares, lo que me importa es tener poder en cada una de esas ciudades", explicó alguna vez. Algo parecido, pero mucho peor ejecutado, debió pensar Nicolás Leoz, el paraguayo que presidió durante años la Conmebol (Confederación Sudamericana de Fútbol) y entregaba a sus interlocutores un lujoso libro de tres kilos de peso que glosaba su vida desde niño. Hoy está en prisión domiciliaria en Asunción y al borde de ser extraditado a Estados Unidos como figura clave dentro del FIFAgate. Nada que no le hubiera sucedido a Julio Grondona de seguir con vida.
Hoy son tiempos pasteurizados y menos grotescos en la dirigencia deportiva. Gianni Infantino al frente de la FIFA, Thomas Bach en el COI, Alejandro Domínguez en la Conmebol, Aleksander Ceferin en la UEFA. De todos se puede decir que hicieron bastante más que diez flexiones de brazos a lo largo de sus vidas (Bach es oro olímpico en esgrima), y ninguno puede permitirse abiertamente el festín que fue por momentos el deporte en las últimas tres décadas.
La Argentina, que con el coronel Antonio Rodríguez como miembro tenía nulo peso en el COI, cuenta hoy con Gerardo Werthein, al que se puede considerar entre los más influyentes en el exclusivo club que reúne a un centenar escaso de miembros. Si Bach confía en cinco dirigentes, uno de ellos es el argentino.
Tras el FIFAgate o escándalos como el de Salt Like City o Sochi, los tiempos podrían perfilarse como levemente menos interesantes para los periodistas que cubren la alta política deportiva. Faltan personajes. Ya lo dio a entender una década atrás el por entonces jefe de comunicación de la FIFA cuando, durante una conversación privada, se le preguntó si prefería un Joseph Blatter locuaz o uno más discreto. "¡Por favor, bien callado! Cuánto menos hable, mejor para nosotros".