Patricios en el funeral de un general humillado
Los plenos honores militares que recibió el fallecido dictador Leopoldo F. Galtieri no se condicen con un verdadero ejército del siglo XXI, decidido a superar las infelicidades del pasado siglo
lanacionarLos cambios que nos ha impuesto el siglo veintiuno en casi todas las formas y prácticas de la vida moderna exigen también aprender a ser más racionales al tratar los acontecimientos de nuestra historia y sus personajes. El jefe del Ejército, general Ricardo Brinzoni, cometió un serio error al ordenar plenos honores militares en el funeral del ex dictador Leopoldo Fortunato Galtieri. Conocidas las debilidades del ex dictador, hubiera sido mucho más ajustado a las costumbres sociales de nuestros tiempos si hubiese estado presente en Chacarita un stand de alguna marca de whisky para convidar a los deudos y a sus amigos, y no obligar al público más allá del cementerio a observar sin comentario posible la presencia de un destacamento del Regimiento de Patricios.
No hay duda de que el general Brinzoni tiene la intención de imponer su sello particular en el ejército que dirige y así lo ha demostrado en sus discursos y en sus conflictos (como el de recomendar al periodista de origen judío Héctor Timmerman que leyera El mercader de Venecia , de William Shakespeare), pero eso no le permite mofarse del público y darle la espalda a la realidad de nuestras fuerzas armadas en el siglo veinte. Es cierto que el ejército de Paz, Mansilla y Mitre, entre otros, formó la patria y fue responsable de construir una nación en el siglo diecinueve. Pero ésa no fue la función que tuvo la fuerza en el siglo veinte.
No es lo mismo aceptar como historia el recibimiento como héroe que recibió en Londres en 1854 James Thomas Brudenell, lord Cardigan (1797-1868), luego de la aniquilación de su brigada de caballería ligera en Balaclava, durante la guerra de Crimea, que pretender, en el siglo veintiuno, que se acepten honores militares plenos para un comandante de la picana y general de la humillación.
Una herencia poco feliz
El general Brinzoni desea dejar atrás el fracaso de su fuerza como máquina de gobierno y de guerra en el siglo veinte. Es razonable su deseo como profesional, pero intentar el cambio de esa realidad otorgando honores militares a quien no las mereció en vida, es vergonzoso. No podemos saber la opinión de un soldado de Patricios, porque el Ejército anula la expresión individual de sus miembros. Pero su formación en el cementerio daba esa sensación de vergüenza ajena que nos hace exclamar con dolor más de una vez cuando los argentinos seguimos haciendo un papelón para asombro internacional.
El jefe del Ejército ya había demostrado su afecto por el finado Galtieri en varias oportunidades, invitándolo a concurrir a ceremonias del arma, en donde el ex dictador aparecía sonriente, sintiéndose reconocido entre la concurrencia. Hasta ahí era tolerable el deseo del general Brinzoni de hacer notar sus conceptos personales. Pero refregarle en la cara al público su simpatía imponiendo para ello la presencia del Regimiento de Patricios parece exagerado.
La Argentina no ha tenido una herencia feliz de la última dictadura, y el fracaso de 1982 nos ha traído como sociedad serias dificultades en nuestras relaciones internacionales, dado que en varias situaciones se nos ha retaceado la seriedad que hubiéramos deseado. Los problemas en el último tramo del siglo veinte han crecido debido a la frecuencia de las interrupciones institucionales, al romper la estabilidad necesaria para formar una clase política digna de respeto y fomentar políticas de Estado que faciliten el progreso sostenido. El general Brinzoni no puede tapar esa realidad con uniforme y banda en homenaje a un camarada que pasó casi la mitad de sus 177 días de gobierno en un conflicto anacrónico.
Bajo el mando del antecesor del general Brinzoni, el Ejército venía cumpliendo una labor de modernización impuesta tanto por sus jefes como por las limitaciones de presupuesto. Se podía estar de acuerdo o no con el general Martín Balza, pero dejó una fuerza encaminada al progreso y decidida a superar las infelicidades del pasado. Esa mejora no debe ser desperdiciada mediante controversias y acciones inaceptables.