Por un Estado profesional
Macri quiso dar el ejemplo. Y lo dio. Ya se sumaron Vidal , Rodríguez Larreta y algunos intendentes; otros harán lo mismo. Es un gesto de gran valor simbólico. Pero el problema es mucho más profundo. A partir del momento -difícil de determinar, pero varias décadas atrás- en que empezamos a marchar sin rumbo, el "rol del Estado" pasó a ser, centralmente, el instrumento de refugio de un creciente número de argentinos que no encontraban posibilidad de empleo. Desde un subdirector municipal para arriba, la obligación primaria es conseguir un lugar para parientes, amigos, novias y punteros: primero un "contrato anual" y luego la "planta permanente" con estabilidad propia (una suerte de seguro de por vida).
Hoy podemos rastrear fácilmente este entramado heredado de administración en administración por varias generaciones. El revanchismo, transformado en purgas cíclicas, fue el único instrumento de corte (y solo para producir las vacantes que los nuevos ocupantes del "Estado botín" necesitaban). Este fenómeno no es anecdótico, sino que marca la destrucción del Estado sistemáticamente practicada durante décadas.
Quizás el mejor intento de "profesionalizar el Estado" tuvo a la Cancillería argentina como exitoso campo de experimentación, con la creación del Instituto del Servicio Exterior de la Nación en 1963. Cabe destacar que es muy limitado el número de ingresantes (actualmente, 25 jóvenes por año, siendo esta cifra compensada anualmente por quienes se jubilan), quienes enfrentan un concurso de alta exigencia. Por ejemplo: cuando quien escribe estas líneas llegó a Pekín el 20 de marzo de 2016, lo hizo acompañado por su esposa y pertenencias personales. Varias decenas de amigos y colaboradores se propusieron para acompañarme en mi gestión, pero el sistema no lo permite. La planta de la embajada está conformada por diplomáticos y empleados administrativos de carrera (más personal local). A su vez, el personal de carrera está organizado en jerarquías profesionales que ordenan rangos y funciones; lo mismo ocurre en la Cancillería en Buenos Aires. Con la excepción de un limitado número de cargos políticos, las funciones son cubiertas por profesionales de carrera.
Imaginemos qué Estado tendríamos si hubiera, junto al Instituto del Servicio Exterior, uno de Educación, otro de Sanidad, otro de Infraestructura, otro de Macroeconomía, con ingresos y ascensos por concurso y mérito. Lo mismo debería ocurrir en el Congreso: debería existir un Instituto de Estudios Parlamentarios que incorporara y formara a los empleados de las comisiones parlamentarias especializadas.
El Presidente mostró el camino. Pero ese camino tiene que ser laboriosamente construido para que tengamos el Estado eficiente y probo que necesitamos para nuestro desarrollo. El presidente Alfonsín intentó crear un Instituto de la Administración Pública, recurriendo al ejemplo francés de la École nationale d'administration. La experiencia fracasó porque fue copada por parientes de funcionarios.
Las ideas liberales plasmadas en nuestra Constitución solo pueden ser llevadas a cabo desde un Estado-conductor, una sociedad civil pujante y emprendedora, y una profunda convicción respecto a los derechos individuales y sociales. La Argentina que hoy preside el G-20 puede y debe hacerlo.
Embajador de la Argentina en China
Diego Ramiro Guelar