Prisioneros del pasado, los riesgos de la cibermemoria
En la era digital todo se conserva para siempre. Frases, tweets, fotos, videos. El ciberstreep-tease diario de millones de usuarios desprevenidos queda almacenado y puede aparecer cuando menos se lo espera. Ya hay campañas internacionales para alertar sobre estos peligros que pueden impactar en cuestiones personales e íntimas como también laborales: cada vez más empleadores recurren a la red para conocer más sobre los postulantes. Y ya son varios los que quedan afuera porque su pasado, siempre presente en Internet, los condenaPor Fernanda Sandez
Hola, Sarah. ¿De qué color es tu ropa interior hoy?", dice un hombre a una adolescente rubia, estilo Hanna Montana, en la cola del cine. La chica se queda de una pieza, y no es para menos: el que pregunta es el acomodador. Un perfecto desconocido que la conoce perfectamente. La escena forma parte de un spot publicitario de la campaña Think B4 U post! ("Pensá antes de publicar", escrito en esa neotaquigrafía que usan los chicos como Sarah en sus celulares), una iniciativa de la Unión Europea para advertir sobre uno de los impensados peligros de la era digital: la sobreexposición en la falsa intimidad de la Web. Porque si bien hasta ahora el temor más común era el contacto de menores con adultos, hoy el ogro es otro, y se llama cibermemoria. Esto es, la inagotable capacidad de Internet de preservarlo todo. Como en la cabeza del Funes borgeano, cada cosa será registrada aquí hasta en su menor detalle y (lo sepamos o no) permanecerá para siempre. Así las cosas, el pasado ha dejado en cierto modo de serlo porque si algo no hace es precisamente eso: pasar, quedar atrás, volverse nada. Como mucho, se recicla en un "presente anterior", un cuadro más del friso de nosotros mismos que un usuario cualquiera puede adelantar o retroceder a gusto.
Es la vida (nuestra vida) en modo retro-forward.
Perdiendo el control
Puede que a veces toparse con ciertas escamas de lo que uno ha sido sea una fiesta. ¿Quién no se emociona al verse de flequillo y ortodoncia en una foto circa 1971? Pero no todos los reencuentros son felices, ni deseados. Una vez arrojadas al océano digital, las cosas que decíamos "nuestras" no sólo dejarán de serlo y se volverán irremediablemente públicas, también se quedarán a vivir en esa nueva dimensión.
"Google no olvida, el ciberespacio instala el recuerdo constante. Todo lo que subamos queda almacenado allí", dice el periodista científico Alejandro Tortolini, docente de nuevas tecnologías e impulsor, junto con Enrique Quagliano, profesor de Informática y Robótica, de la campaña Reinventemos el olvido en Internet. "Además, como la mayoría de los usuarios somos analfabetos digitales, no sabemos cómo hacer para que otros no vean lo que posteamos. Eso hace que perdamos completamente el control sobre esa información", alerta. En el mismo sentido, Quagliano aclara que "con esta campaña a favor del olvido en la Web no nos estamos refiriendo al olvido de actividades ilícitas que se resolverán -llegado el caso- en la justicia. No. Hablamos de cosas cotidianas, tal vez inadecuadas o inconvenientes: un comentario negativo sobre el jefe en una red social, una crítica en Twitter en un momento de enojo, una foto fuera de lugar. Es decir, algo que le puede suceder a cualquiera de nosotros. Eso, Internet no lo olvida".
Por eso, vale volver a recordar el caso de Stacy Snyder -muy publicitado en su momento- por lo que tiene de atroz y de estúpido. La mujer, hoy madre y empleada administrativa, alguna vez fue joven y alocada. Por ese entonces, soñaba con ser maestra y se formó para eso en la Universidad de Millersville. Pero poco antes de su graduación, las autoridades de esa casa de estudios descubrieron en Internet, en MySpace, una foto. Una foto de Stacy en la noche de brujas de 2005, con gorro de pirata, mejillas etílicas y parapetada tras un gigantesco vaso. Al pie de la imagen, una obviedad de su autoría: "Pirata borracha". A partir de entonces Stacy dejó de ser una buena estudiante y se convirtió en un mal ejemplo para sus futuros alumnos. Tanto que le negaron el título y si bien apeló la medida, el fallo final de la justicia determinó que, siendo una empleada pública, no podía mostrarse públicamente como lo hizo.
"Lo paradójico del caso es que ella había borrado la foto días antes, pero fue hallada igual, porque Internet no olvida", insiste Quagliano. "Sitios como Facebook guardan las fotos que subimos, aunque las borremos. Hay pruebas sobre eso. Por caso, una periodista subió una foto, copió el link de acceso y luego la borró. Dieciocho meses después pudo acceder a su foto escribiendo la dirección de acceso a esa foto en el navegador. Lo que Facebook borró fue el acceso a la foto, pero la foto misma seguía almacenada en sus servidores".
El caso de la maestra pirata es sólo uno de los muchos citados por Víktor Mayer- Schönberger, investigador de la cultura digital, profesor en la Universidad de Harvard y autor del libro Delete: the virtue of forgetting in the digital age ("Borrar: la virtud del olvido en la era digital"). En sus páginas desfilan varias historias que parecen confirmar los temores de los más paranoicos ante la memoria salvaje de la Web. Entre ellas, la de un hombre al que se le negó la entrada a los Estados Unidos no bien las autoridades descubrieron en "la nube" un documento donde él mismo narraba sus experiencias juveniles con el LSD. Es por eso que para Mayer-Schönberger la cuestión del olvido digital no es un tema menor ni una preocupación exclusiva de geeks. Lo plantea en términos de derecho y hasta advierte acerca de algunos peligros futuros del recordar a perpetuidad. Así, en un paper de 2007, llamado "Vacío útil: el arte del olvido en la era de la computación ubicua", sostiene que "la retención ilimitada de nuestras observaciones puede imposibilitar a los individuos decir qué tienen en mente y debilitar el debate público. Esta es la idea de que el panóptico provoca un efecto glacial en el discurso público".
Después de todo, ¿por qué no podría cualquiera de nosotros ser la próxima maestra Stacy Snyder, cuando aquí en Argentina policías, periodistas y hasta economistas han perdido sus trabajos por un video, un post o un tweet inconveniente? Especialmente rodeados, como lo estamos, de celulares, tabletas, iPods y toda clase de dispositivos capaces de aparearse entre sí en donde fuere y abrir un portal al resto del mundo. Llamando a nuestros pulgares a tipear algo. Rápido, sin pensar.
Errores de biblioteca
Pero el problema no es la Web, sino nosotros. Nosotros que, tras miles de años empeñados en retener aunque más no fuera fragmentos de un mundo que se desvanece, alcanzamos un tiempo en el que todo -todo- puede ser preservado. Y todo -todo- pasar a vivir en una nube de datos ubicua ("the cloud", como la llaman los expertos), contradiciendo centurias de olvido forzoso. Dice Mayer- Schönberger: "Durante milenios fue costoso y difícil preservar [...] Hoy la retención de datos digitales es relativamente fácil y barata. Como consecuencia, guardamos en vez de borrar".
Así fue como pasamos de retratar sólo bodas, bautizos y muertes (las "death photos" de la Era Victoriana) a fotografiar lo que fuere: nuestros pies en la playa, mascotas, compañeros de trabajo durmiendo sobre sus escritorios. Pero ese furor por el acopio, según explica el psiquiatra Juan Manuel Bulacio, de la Fundación de Investigación en Ciencias Cognitivas Aplicadas (ICCAP), choca de lleno con el funcionamiento habitual de nuestra mente. "Nosotros estamos preparados para no prestar atención a todos los estímulos, responder sólo a unos pocos y, aun en ese caso, desechar la información generada después de algún tiempo", detalla. "La Web, en cambio, actúa exactamente al revés, cosa que no tiene nada que ver con nuestra naturaleza, que se basa en el descarte, el olvido y la posibilidad de recomenzar".
Mayer-Schönberger, contactado por Enfoques, agrega a su turno que el error de base es que "muchos usuarios creen que Facebook y las redes sociales son el equivalente digital de la máquina de café: un espacio donde uno se encuentra con colegas y se engancha en conversaciones efímeras que no dejan huellas. El problema es que estas redes registran todo lo que se dice, y entre quienes", advierte.
Lo dicho: el problema no es Internet, sino nosotros. Nosotros que -pobres nativos analógicos, criados en una era en donde el control sobre aquello que nos involucrara era algo dado- no alcanzamos a comprender del todo la naturaleza oceánica y caótica de estos nuevos espacios. Seguimos imaginando a la Web nada más que como una enorme biblioteca, con información compartimentada y distintos niveles de accesibilidad, cuando lo cierto es que -de parecerse a algo- más que a una elegante biblioteca el ciberespacio semeja un conventillo digital. Y cada vez más poblado, por cierto.
Facebook acaba de anunciar que llegó a los 500 millones de usuarios (400 millones más que Twitter), y según la consultora Nielsen, en 2010 pasamos seis horas por mes mirando perfiles. Esto es, casi el doble de tiempo que le dedicábamos en 2009. Por otra parte, en la colmena digital los ciberzánganos no existen y cada quien produce datos copiosamente. De hecho, el 70% del universo digital no es generado por las grandes compañías del sector sino por usuarios particulares. Se estima, por caso, que el usuario promedio de Facebook genera 70 piezas de información cada 30 días, y que entre todos comparten más de 25.000 millones de piezas de contenido. Como para terminar de conformar un cuadro por demás inquietante, una encuesta de Microsoft sostiene que al menos 75% de los empleadores estadounidenses recurren a la red para conocer más acerca de los candidatos a ocupar un cargo.
"Nosotros, para todo puesto de jefatura hacia arriba chequeamos Facebook y Linkedin. Siempre se "googlea" el nombre", sostiene Pablo Molouny, gerente general de Trabajando.com. "La ventaja es tener una visión completa de la persona, incluyendo gustos, hobbies y tipos de amistades". "Pero la verdad es que la gente no toma conciencia de que todo lo que se escribe en un blog, en Fotolog o se comenta en mi muro, si no está configurado con reglas de seguridad, automáticamente pasa a ser público y cualquiera accede a eso", explica. Y "cualquiera", en este caso, puede significar un potencial empleador.
Somos muchos más que dos
Evidentemente, hasta el día de hoy seguimos siendo incapaces de pensar en los términos desaforados que siempre implica la red. Hablamos aquí de millones de usuarios, de miles de menciones, de cantidades inauditas de ojos paseándose por los sitios en los que hemos realizado distintas variantes del strip tease cibernético. Basta, para tener una muestra mínima de su alcance, sucumbir a la tentación narcisista de buscarnos en Google. Y empezar a temblar. En el caso de quien esto escribe, en páginas como Web Mii ("Encuentre toda la información pública sobre usted y obtenga su coeficiente de visibilidad en la Web", propone), en sólo tres segundos y tras barrer sitios como Google, Facebook y Twitter, aparecen más de medio centenar de fotografías (muchas no son mías), la cara de un amigo, una ex amiga, la tapa de una revista en la que alguna vez trabajé, el nombre de varios ex compañeros de trabajo y hasta el del jefe que me estafó. Un poliedro de mi pasado, desordenado, verdadero y falso a la vez, como la memoria de Funes. Y un veredicto: "Tiene un Web Mii score de 4,600, superior que el 76% de la población e inferior que el 24% de la población. Superior al promedio mundial". El tal promedio mundial de visibilidad en la Web es 2.8; el máximo es 10. Menos visible que Barak Obama y más que la vecina del 6° "C", digamos, pero igualmente atrapada para siempre por la red.
Hace exactamente 20 años, Gilles Deleuze entreveía todo esto con inquietante claridad: "Son las sociedades de control las que están reemplazando a las viejas sociedades disciplinarias. Control es el nombre que Burroughs propone para designar al nuevo monstruo, Paul Virilio no deja de analizar las nuevas formas ultrarrápidas de control al aire libre, que reemplazan a las viejas disciplinas que operan en la duración de un sistema cerrado", se lee en Postdata sobre las sociedades de control. Y ya estamos caminando hacia eso: un mundo en donde cada quien sea ubicable, rastreable, "puntuable" según su visibilidad en la Web, sus red de amigos, sus opiniones. El historiador cultural Siva Vaidhyanathan, de la Universidad de Virginia, habla de este fenómeno en su libro The Googlization of Everything ("La googlización de todo") y compara a Google con Julio César en la Roma del año 48 A.C. En los dos casos, la misma mezcla de admiración y ceguera. Los "milagros" de Google nos impiden ver el nivel de control que ejerce sobre sus dominios. Nadie votó ni eligió (¡ni conoce!) a Google. Pero todos acatamos sus designios y aceptamos, sonrientes, ser otro ladrillo en la ciberpared.
La reinvención del anonimato
Precisamente por eso hoy son varias las compañías que prometen el regreso al paraíso del anonimato. Entre ellas se destaca www.myprivacy.com , en cuya página electrónica se explica de modo muy claro el mecanismo a través del cual millones de usuarios proporcionan cada día, y a menudo sin saberlo, preciosa información personal a las empresas. La solución, en el caso de My Privacy, pasa por abonar una tarifa fija mensual y esperar a que el proceso de borrado ocurra.
Pero no sólo eso: también existen proyectos universitarios orientados a la reinvención del olvido en la Era Digital. Tal el caso de Vanish, surgido en la Universidad George Washington y liderado por Tadakoshi Kohno, que propone una suerte de autodestrucción diferida y a distancia de todos los datos que nos involucren. "Necesitamos desarrollar nuevas herramientas como Vanish o X pire", reconoce Mayer. "Pero estoy convencido de que podemos alcanzar el olvido digital con mucho menos esfuerzo. Bastaría con que Facebook o Google incorporaran fechas de vencimiento para la información. Sólo con eso tendríamos cubierto el 70% de lo que circula en la red", agrega.
Ese mismo espíritu es el que anima a la campaña lanzada en 2010 por Tortilini y Quagliano, aquella cuya ilustración es -cómo no- una goma de borrar. Sin embargo, Tortolini no duda en asegurar que, en materia de privacidad, más que de borrar, de lo que se trata es de no escribir. "La clave pasa por manejarnos en la Web como nos manejamos en la vida. Y si no tenemos confianza con todo el mundo, ¿por qué entonces permitir que cualquiera me lea o vea mis fotos? Si sé que todo será almacenado, más vale que no le dé al sistema demasiada información sobre mí", razona.
Tal vez sólo sea eso: recuperar, en un mundo desbocado en el que los adolescentes compiten por ver quién sube a You Tube el video "más extremo", el valor de la continencia. Aprender a desoír el canto de sirenas que fluye de toda la ferretería Wii y nos empuja a guardar para siempre cosas que, a fin de cuentas, sólo importan (o dañan) a quien las escribe.
EN DEFENSA DE LA PRIVACIDAD
"Memento mori". Recuerda el morir, decían los antiguos, a modo de advertencia e invitación a hacer de la vida algo más que un simple hilvanado de días. Poder recuperar en su acepción más literal esa frase para nuestro atribulado mundo digital genera algo parecido al alivio. Tal vez por eso, en los últimos tiempos han tenido lugar varias iniciativas al respecto. Algunas de ellas toman la idea del "borrado" en el más literal de los sentidos y -tal el caso de www.reputationdefender.com- por algunos cuantos dólares "limpian" nuestro pasado digital de menciones desfavorables y hasta suben a la red contenidos nuevos y del todo más piadosos.
Pero la vanguardia en originalidad les corresponde a las iniciativas de los mismos usuarios. A mediados del año pasado, por ejemplo, un grupo de consumidores demandó a Facebook por violación de la privacidad. "Facebook sigue manipulando las características privadas de usuarios y su propia política de privacidad para usar información personal suministrada por los usuarios para propósitos limitados y hacerla ampliamente disponible para objetivos comerciales", se quejaron, y pidieron ser "borrados" de las bases.
Al mismo tiempo, un proyecto universitario llamado Diáspora trabaja también en la defensa de la privacidad y promete garantizar el intercambio de información tal y como lo hace cualquier red social "clásica" pero sin adueñarse de la información personal de sus usuarios y con algo así como el "derecho al olvido" incorporado. En el Centro Berkman para la Sociedad e Internet, dependiente de la Universidad de Harvard, la cosa también está que arde en torno a lo que ellos mismos denominan "ciberley", y temas como privacidad, ciberciudadanía y derecho al olvido son asuntos fundamentales dentro del debate.
Pero es sin dudas la Unión Europea la que más firme se ha demostrado en este sentido. Viviane Reding, la comisionada de Justicia, Derechos Fundamentales y Ciudadanía, adelantó que se analiza modificar, a fines de este mes, la legislación al respecto para permitir que los datos de las personas que así lo deseen puedan ser borrados de los servidores. Pero no sólo esto; las empresas deberían también, según informa el cable de Reuters, explicar qué clase de información guardan de sus usuarios y por qué lo hacen.
EL CASO DE STACY SNYDER
Soñaba con ser maestra y se formó para eso en la Universidad de Millersville. Pero poco antes de su graduación, las autoridades de esa casa de estudios descubrieron en MySpace una foto suya en la noche de brujas de 2005, bebiendo de más. Conclusión: le negaron el título porque, siendo una empleada pública, no podía mostrarse públicamente como lo hizo.
EN CIFRAS
500 millones de usuarios en Facebook
La red social acaba de anunciar que alcanzó esa cantidad de usuarios en todo el mundo.
70 por ciento
del universo digital no es generado por las grandes compañías del sector sino por usuarios particulares.
70 piezas de información
Eso es lo que el usuario promedio de Facebook genera cada 30 días. Entre todos comparten más de 25.000 millones de piezas de contenido.
75 por ciento
de los empleadores estadounidenses recurren a la red para conocer más acerca de los candidatos a ocupar un cargo. (Según una encuesta de Microsoft)