Profeta fanfarrón
Verano europeo de 1961, en una calle peatonal de una pequeña ciudad del centro de Italia. Había terminado el bachillerato siete meses antes en Buenos Aires. Delante de mí, tenía a un joven buen mozo, elegante y con fama de donjuán, que debía de estar cerca de los 30; era hijo de un amigo de mis padres. Hablaba con el desparpajo y la teatral autoridad de un actor de comedia italiana. Una parodia de Vittorio Gassman, Alberto Sordi y Ugo Tognazzi. Me decía que no regresara a la Argentina, que me quedara en Europa. “Aquí es donde pasa lo que importa. ¿Qué vas a hacer en la Argentina? Es un país para pasar las guerras o sacarle el jugo. ¿Tienen un Miguel Ángel, un Leonardo, un Enrico Fermi?” Me contó que cuando se graduara y consiguiera un trabajo, iba a gozar el néctar de la vida. Era el arquetipo del fanfarrón provinciano que había retratado Federico Fellini en I Vitelloni (Los inútiles). Llegó a vendedor de tienda.
Debo reconocer que aquel vitellone cum laude había acertado con algo que, en la década de 1960, pocos se hubieran imaginado, el fracaso de la Argentina, la falta de sustancia de sus dirigentes y el saqueo al que serían sometidos sus habitantes. Hoy, hasta los vitelloni desean dejar este país.