Protagonistas de un colapso social sin precedente
Con la irrupción de asambleas barriales, piquetes, clubes de trueque, fábricas recuperadas y colectivos deartistas, un nuevo mapa de temas impuso su urgencia y ganó legitimidad en las ciencias sociales
Hace diez años, la pobreza y el caos social no fueron cuestión de números, ni de alejados discursos políticos. Tuvieron la contundencia de las imágenes que de pronto se volvieron paisaje cotidiano y que todavía hoy evoca la crisis de 2001: familias enteras que revolvían la basura a cualquier hora del día o de la noche; trenes atestados de cartoneros que regresaban de una jornada a la intemperie; la desnutrición que mataba a los chicos a la vuelta de la esquina; los vecinos que rompían vidrios y persianas para llevarse comida a la fuerza de los supermercados; las puertas de los bancos blindadas ante la furia de la cacerolas de la clase media.
El colapso social puso en el centro de la escena a grupos y actores sociales que, aunque no en todos los casos habían nacido al calor de la crisis, con ella se volvieron protagonistas. Piqueteros, movimientos de desocupados, asambleas barriales, clubes de trueque, fábricas recuperadas, colectivos de artistas y ahorristas atrapados en el corralito se convirtieron velozmente no sólo en voceros del derrumbe, sino también en símbolos de la reconstrucción. Frente a los sindicatos anquilosados, a los partidos políticos hechos trizas, a los funcionarios impotentes y desprestigiados, estas novedosas y aglutinantes formas de movilización popular convocaron la atención de los medios locales y extranjeros, y de documentalistas que llegaban de todo el mundo para registrar lo impensable.
La crisis de 2001 fue también un escenario privilegiado para sociólogos, antropólogos y cientistas políticos que pudieron registrar el devenir de los fenómenos en tiempo real, entre piqueteros y líderes populares, recorriendo barrios y participando en asambleas, describiendo formas de supervivencia, retratando a una clase media súbitamente movilizada y convirtiéndose en una de las pocas voces creíbles para explicar las razones del caos. Al mismo tiempo, la crisis también marcó un quiebre para las ciencias sociales, interpeladas por las imágenes de disolución política y social que se veían a diario. En muchos casos, la militancia se mezcló con el trabajo de campo hasta volverse casi indistinguibles. "Fue visible la emergencia de una nueva generación de investigadores –explica hoy la socióloga Maristella Svampa, investigadora del Conicet y autora de algunos de los trabajos más reconocidos en y sobre esos años– que pueden circular en diversos mundos sociales y culturales, combinando las exigencias de la academia con el compromiso social."
Fueron también las ciencias sociales las que, a poco de andar la crisis, advirtieron que muchos fenómenos que se habían calificado de inéditos en realidad hundían sus raíces en la década del 90, que muchas movilizaciones fueron tan entusiastas como efímeras, que la política se seguía haciendo en la fábrica y no en el barrio, y que lo que parecía acabado en 2001 empezaba, transformado, a resurgir.
Un nuevo mapa de temas impuso su urgencia y ganó legitimidad. "En el mismo momento hubo una gran actividad de las ciencias sociales para documentar lo que estaba pasando. Por un lado, las reacciones de la sociedad. Algunas venían de épocas anteriores, como los piqueteros, y otras fueron nuevas y más efímeras, como las asambleas. Otro tema de análisis fue el impacto social de esos hechos, como las secuelas de la pobreza. Y todo lo relacionado con la crisis de representación política", enumera el sociólogo Gabriel Kessler, investigador del Conicet y profesor de la Universidad Nacional de La Plata.
"La crisis fue acompañada por la emergencia de nuevas formas de movilización social; por ende, abrió a un escenario diferente, en el cual aparecían nuevos actores, como las asambleas barriales, y cobraban mayor visibilidad otros ya existentes, como las organizaciones de desocupados. Eso permitió pensar la dinámica de lo social desde una nueva clave, a través del análisis de los procesos no sólo de descomposición, sino también de recomposición de lo social", apunta Svampa.
Al calor del entusiasmo científico, una verdadera superproducción de tesis, artículos, libros y documentales analizaron la marginalidad social y la exclusión, los usos del espacio público, las nuevas formas de protesta social, la relación entre política y territorio, el delito, la cultura como aglutinador social y la identidad nacional. En algunas disciplinas, ciertos temas ganaron la legitimidad que se les había negado. "En derecho hubo una recepción teórica novedosa sobre la protesta social, un tema que siempre se había mirado de manera bastante hostil. Se advirtió que era un fenómeno que mostraba algo más que un grupo de gente que ", dice Roberto Gargarella, experto en derecho y sociología, profesor en la UBA y en la Universidad Torcuato Di Tella.
Ilusión y realidad
Rápidamente, sin embargo, la mirada fascinada de muchos investigadores tuvo que reconocer los matices, las contradicciones y las deudas con la década del 90 que tenían los fenómenos que ocurrían. "A partir del trabajo de campo pudimos detectar entonces que fenómenos de la sociedad civil que pensamos como problema de investigación recién pos 2001, habían comenzado en la segunda mitad de los 90. Los científicos sociales en la Argentina estamos demasiado atravesados por la mirada ideológica de la política y eso obtura reconocer complejidades", dice Ana Wortman, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Instituto Gino Germani de la UBA.
En la misma línea, el antropólogo Alejandro Grimson, decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, apunta que "ya en 2003 y 2004 se fue viendo que los nuevos movimientos sociales no eran totalmente ajenos a fenómenos clientelares, o que muchas personas que participaban en cortes de ruta no se consideraban a sí mismos ‘piqueteros’. Habían aparecido actores nuevos, por fuera de sindicatos y partidos, y existió la ilusión de que eran actores puros y autónomos, algo que luego no se verificó empíricamente. Las investigaciones fueron diversificándose y mostrando complejidades y fue quedando claro que los movimientos sociales, que siempre fueron muy heterogéneos, tenían distintas dinámicas políticas".
Entre otras comprobaciones, quedó clara la necesidad de enmarcar los fenómenos sociales en una perspectiva temporal. "Un tiempo después de 2001 y 2002 se salió de la crisis aguda y no apareció algo tan diferente. En 2003 hubo ya una suerte de reconstrucción. En los estudios de sociología política se ve que no hubo un verdadero recambio en las elites, sino una reconfiguración política. Hay efectos de 2001 y de los 90 que todavía hoy se están viendo, como qué pasa con la generación de chicos que crecieron en la pobreza en los años 90", dice Kessler.
Estos hallazgos obligaron a las ciencias sociales a preguntarse por la distancia crítica de los investigadores: la crisis los había alcanzado también como ciudadanos, en un momento en que la militancia social y política, la investigación y la intervención artística convivían en los mismos espacios. "La crisis interpeló a los investigadores desde un doble ángulo, pues exigió una mirada epistemológica y política diferente, que iba desde la observación participativa hasta la sociología militante. Eso rompía con la mirada hiperprofesionalista que se había gestado en las últimas décadas e implicaba repensar el rol del cientista social desde un lugar diferente, que aunara compromiso con objetividad científica", dice Svampa.
Para muchos, las investigaciones sociales desde entonces, junto con el activismo cultural que siguió al activismo del 2001 en estos años, posibilitaron cambios políticos que hoy se concretan en leyes. "Que se debata en el Congreso una ley de servicios audiovisuales, la ley de matrimonio igualitario, o una ley del cine, es consecuencia de estas acciones de la sociedad civil y de cómo se manifiestan en producciones culturales, como el teatro, los centros culturales, o el videoactivismo, que fue tan fuerte en 2001", apunta Wortman.
Una década después, de regreso de la ilusión militante de entonces, los investigadores reconocen que la crisis fue, entre tantas cosas, un momento de infrecuente y visible alianza de las ciencias sociales con la sociedad, a la que sirvieron como cronistas y como intérpretes.