
Relatos de guerra: una mujer en el frente
En Diario de guerra. Apuntes de una corresponsal en el frente , editado por Norma, Elisabetta Piqué, la periodista de LA NACION que cubrió las guerras de Afganistán y de Irak, revela la difícil vida diaria de una mujer occidental en la primera línea de un conflicto brutal
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Lunes 15 de octubre de 2001
Roma
Nerviosismo normal, como en cualquier arranque de cobertura. Uzbekistán es el destino inmediato. Afganistán, la meta. Como siempre, voy en taxi a Fiumicino. El avión sale a las 10 de la mañana, me despierto muy temprano. Check-in , grandes controles de seguridad -consecuencia del 11 de septiembre-, último cappuccino en el bar y compra de diarios para leer en el viaje. El equipaje de mano pesa más que de costumbre. Además de la computadora portátil, por primera vez llevo un teléfono satelital que alquilé: si entro en Afganistán, el objetivo, va a hacer falta.
Todo empieza una semana antes. Cuando Facundo -Facundo Landívar, mi jefe y amigo, secretario de redacción de LA NACION- me llama a mi casa-oficina de Roma. El teléfono suena el domingo 7 de octubre: empezaron los primeros bombardeos yankis sobre Afganistán, y acaba de aparecer Osama ben Laden en las pantallas de todo el mundo. "Che, Facu, ¿cómo me interrumpís? Estaba viendo la guerra por TV", le digo apenas atiendo el teléfono. "No, belleza, la guerra la vas a ir a ver en vivo... ¿Qué te parece Uzbekistán?".
Enseguida acepto, sabiendo perfectamente que Uzbekistán es sólo un puente para llegar a Afganistán, la meta verdadera. "¡No vayas, deciles que no, es peligroso!", dice Cris -Cristiana Dolce, una amiga argentina que vive en Roma-, testigo de la conversación telefónica. Con Facu quedamos que "con calma" voy a averiguar si es mejor ir a Tajikistán, y sobre visas, costos de aviones, alquiler de teléfono satelital, etc. Ya siento la excitación premisión. Esta noche me va a costar dormirme. "Vos estás loca, no puedo creer que estés contenta", dice Cris.
Jueves 25 de octubre de 2001
Frontera Tajikistán-Afganistán
La cita es a las 7.15 en el lobby , para cargar el auto. Los viejos ascensores del Tajikistan Hotel no dan abasto. Nos vamos un montón en el convoy. El auto es una kombi hecha bolsa, blanca, manejada por Razad y Abdul. Compañeros de viaje: José (camarógrafo francés), Adriana (mexicana de TV Azteca, que no se lleva nada bien con José), Frédéric (fotógrafo francés), Luigi y yo.
A las 8 hay que estar en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Ahí está lleno de autos: el convoy... Entre ellos llaman la atención unos yankis, con sombreros tipo rangers , camisas con banderas pegadas en todos lados, barbas blancas y pelo rapado. Son de la Orden de los Caballero de Malta... Resultan simpáticos y dicen que van a donar un millón de dólares en comida. (...)
Después de los trámites -los organizadores tomaron lista, controlaron acreditación y pasaporte y nos dieron un número a cada vehículo-, finalmente salimos a eso de las 10 de la mañana. Vamos en fila, en caravana. El convoy -formado por autos soviéticos hechos bolsa, jeeps destartalados, kombis sin marca- recuerda a "Los autos locos", ese famoso dibujito.
En la segunda parada (habrá miles) para un control veo que el celular sigue funcionando y llamo a Angela, mi cuñada, que vive en Milán: Pierito, mi sobrino y ahijado, hoy cumple dos años. Todavía está durmiendo, es tempranísimo en Italia, pero Angela le va a mandar el feliz cumpleaños de la tía Betta.
Nuestra kombi anda pésimo, parece que se va a quedar en cualquier momento, pero lo peor es que no tiene frenos y Abdul maneja como un loco. Pero también los demás choferes, que creen estar corriendo una carrera y van a mil... Hay un olor a quemado terrible, de la pastilla de los frenos, dicen.
En un check point los milicos intentan sacarnos plata, pidiéndonos un formulario de aduana que nunca nadie nos dio, pero depende de la cara de uno y de cuánta plata declara llevar, si finalmente coimean o no. Como siempre, yo digo "Argentina, Maradona, poor country, no money ", sonrío y no me sacan nada.
Finalmente llegamos a la frontera con Afganistán -el Amu Darya, el río Oxus que cruzó Alejandro Magno en su camino hacia la India-, cuando está por ponerse el sol. Terrible descargar las cosas de la kombi con tanta bolsa, agua, etc. La balsa parece buena. La frontera es controlada por soldados rusos. Luigi me confiesa que le tiene miedo a la balsa porque no sabe nadar (ayer tuvo una pesadilla con el cruce). Le dije que yo lo salvaba si se caía.
Aparece la luna, baja el sol, y después del enésimo control el motor de la chata arranca y la balsa empieza a moverse. ¡Estamos cruzando hacia Afganistán!
Del otro lado de la orilla es el infierno: está oscuro y decenas de mujahidines nos asaltan, iluminándonos con linternas la cara, gritando " ¡Passport! ¡Passport! ". Todos con kalashnikovs. Nadie entiende nada. Hay que descargar los bultos y yo no sé si largar o no el pasaporte. Los mujahidines también te tocan, te empujan, y todo en la oscuridad. Momentos de pánico, Frédéric va a una casa con los pasaportes, y me quedo cuidando las cosas. Parece una pesadilla. Después empiezan las negociaciones: al principio, siempre a los gestos, piden 300 dólares para ir a Khodja Bahauddin. Después van bajando. Pero se nota que hay como una mafia que impide bajar los precios: el que lo hace es inmediatamente rodeado por los otros.
* * *
En el Foreign Ministry nos sacan el pasaporte, nos invitan a tomar asiento en una especie de living-escritorio (antes nos sacamos los zapatos) y nos ofrecen el primer té ( chai ). Por suerte afuera está Ezio, el italiano de Uno Mattina , que nos explica un poco cómo viene la mano, que es normal que a todos los que llegan con el convoy les saquen el pasaporte y que ahí se puede dormir en unas carpas. Parece que hay una libre. Voy a verla, en una suerte de descampado oscurísimo, y me encuentro con Rosalba, una periodista canadiense que dice que por supuesto entramos todos.
Veo que hay energía -lo único que realmente interesa-, lugar para dormir, y le digo a Luigi que es mejor que nos quedemos ahí. Sigo con un terrible dolor de cabeza. Como un pedazo de parmigiano que tiene Luigi, una bendición. Llamo (¡y funciona!) con el satelital a Papa (mi papá) y al diario para decir que todo va bien.
Estreno la bolsa de dormir comprada en Tashkent, violeta, donde encuentro una aguja... la primera de varias... Al principio, la temperatura es agradable, pero entrando la noche hace cada vez más frío. Se apaga el ruido del motor del generador.
Luigi -a quien ayudo a meterse en la bolsa de dormir-- me da codazos y patadas. Al margen del frío, duermo muy mal. En medio de la noche, Luigi me llama: "Elisabetta, Elisabetta". "Sí", le contesto, y nada, sigue durmiendo. Su mujer se llama Elisabetta.
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Lunes 19 de noviembre de 2001
Afganistán
Son las doce y cuarto de la noche y estoy destruida. Acaba de llamar Cristiana, que también se enteró y que sabía que nos habíamos hecho amigos hace poco. Murió Julio. Julio Fuentes. Todavía no lo puedo creer. Lloré apenas lo confirmaron. Por suerte está Angelo, que también lo conocía, y me contuvo. Lloré en sus brazos. Es un tipo bárbaro.
Fue una puñalada. Habíamos hablado hacía poco y quedado en vernos en Kabul. Escribano (José Claudio, subdirector del diario) me llamó y me dio la orden de salir de Afganistán. Ya. Al margen de que no es fácil hacerlo ahora, y desde acá, yo no quiero. Quiero llegar a Kabul.
Pero están todos preocupadísimos. En un momento -porque Paco Paniagua, periodista español de radio Onda Cero, que me conoce y sabe que soy amiga de Julio, llamó al diario- pensaron que era yo la periodista italiana que también mataron, Maria Grazia Cutuli, del Corriere della Sera.
Desde el diario no pueden llamarme al satelital, y Graciela Iglesias (corresponsal en Inglaterra) estuvo todo el día llamándome como una loca. "Entiendo cómo te sentís, porque yo pensé que eras vos", me dijo cuando finalmente me ubicó en el satelital.
No puedo creer lo que pasó. No puedo creer que escribí sobre Julio. No puedo creer que una radio española esté por llamarme para que hable de él. Rezo por vos, Julio, espero que estés con tu mamá, a quien tanto extrañabas, como me contaste cuando nos conocimos en Siria el año pasado. Espero que te estés riendo de todos los que nos quedamos acá.
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Jueves 20 de marzo de 2003
Kuwait City
Celina llama a las cinco y media de la mañana: "Sorry, Betta, pero me dijeron que te despertara, empezó el ataque contra Irak". Es cierto, antes de irme a dormir, a horas de que venciera el ultimátum de Bush a Saddam, yo pedí al diario que por favor me despertaran cuando empezara la guerra, aunque suene increíble.
Estoy en Kuwait, rampa o trampolín para la invasión a Irak, desde el 2 de marzo. Como no me dieron la visa para Irak, la idea es entrar desde acá, una vez que empiece la invasión, es decir desde ahora.
Corto con Celina -Celina Chatruc, de mi sección Exterior del diario, divina- y prendo automáticamente la tele de mi cuarto de hotel. Las guerras ahora empiezan por TV... Veo el discurso de Bush, que habla de la liberación de Irak... Despierto a los demás. Somos varios los que estamos nuevamente juntos para esta cobertura. Están Angelo y Salvo, del noticiero Italia 1 ; está Luciano Gulli, de Il Giornale , Tony Fontana, de L´Unitá , Lorenzo Bianchi, de Il Resto del Carlino , Franceso Battistini, del Corriere della Sera ; Leonardo Maisano de Il Sole 24 Ore .
Duermo un poco, con la tele prendida, hablo con una radio que llama de Baires. Bajo a tomar el desayuno, donde se respira un clima de frenesí. Decidimos irnos con todo hacia la frontera. Desde hace días que, en distintos teams , tenemos todo listo como para cruzar a Irak cuando empiece la guerra. Todos alquilamos camionetas 4 x 4 -yo, junto a Angelo y Salvo, una Mitsubishi Pajero color ciruela, y todos nos las rebuscamos para ponerle un portaequipajes -unos paquistaníes que descubrimos en un barrio tipo Warnes de la espantosa Kuwait City, nos agujerearon el techo-.
Mientras terminamos de poner una lona para tapar las cosas del portaequipajes, un periodista francés lanza el grito de alarma. Un misil Scud -el primero de una larga serie- cayó en el norte, en el desierto. Escucho ulular la primera sirena de alerta, que avisa que hay que bajar a los refugios. Sacamos las máscaras antigás.
No tengo idea de cómo se pone la máscara, ni el traje, pero no sé, no tengo miedo, la lógica me dice que lo último que va a hacer Saddam ahora, al comienzo de la guerra, es usar sus supuestas armas de destrucción masiva, porque nadie dudaría en responder con armas atómicas. Por ahí me equivoco, pero soy fatalista, y será lo que tenga que ser.
Agradezco no haber hecho el curso, porque veo que Salvo y Lorenzo Bianchi, que lo hicieron, están histéricos. "Rápido, hay que poner en las ventanillas del auto los detector papers ", gritan paranoicos. Si los papelitos cambian de color, quiere decir que hay algún gas venenoso en el ambiente. Vista la situación, con Angelo decidimos volver hacia Kuwait City. Ahí están la noticia, el pánico, el terror del ataque inesperado. Las autopistas están bloqueadas. Hay colas de gente huyendo a Arabia Saudita.
Vamos a la embajada italiana, un buen lugar para que Angelo filme. Hay unas veinte personas, todas en un cuarto sellado, con cara asustada. (...) Suena una sirena de alarma. Primera experiencia con la máscara. Al ver que no tengo idea de cómo se pone, o que me la pongo mal, todo el mundo me ayuda, en especial, la mujer del agregado militar, que tiene cancha. A los gestos, hay un maresciallo de los carabinieri que dice que nos sentemos, para no fatigarnos al respirar con la máscara, y pide que no nos pongamos nerviosos. La máscara me aprieta la mandíbula, me da claustrofobia. Con Salvo, que filma, y Angelo nos miramos. Nos parece estar en una película. Yo saco fotos. No puedo creer que estoy viviendo esta locura.
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Viernes 11 de abril de 2003
Irak
Salimos a las 7.15. Hay 580 kilómetros hasta Bagdad. Se ven columnas de camiones militares que vuelven vacíos, y casi nadie en la autopista, que está bastante buena, con tres carriles en cada mano. Increíblemente, no está para nada dañada por el paso de los tanques. Los yankis evitaron tener que reconstruir también esto. Evidentemente hicieron pasar a los tanques por la banquina, sobre la tierra. La autopista es de hace cuatro años, fue construida por una empresa alemana, cuenta Ahmed. El paisaje es chato, y estamos todos más que alerta. Cada vez que vemos la silueta de un hombre con algo en la mano, todos pensamos lo peor, un paramilitar a punto de asaltarnos, pero nos callamos. Hasta una caravana de camellos de lejos puede parecernos una banda...
A las diez y cuarto se acaba la autopista. Hay un camino de ripio. En un check-point nos controlan los ID, y cruzamos un río sobre un puente Bradley. Vemos más camellos, gente haciendo la V de la victoria que intenta vender dinares con la cara de Saddam y bulldozers y aplanadoras con marines que trabajan sin parar, con el chaleco antibalas sin nada abajo, tipo musculosa. A las 13.30, en medio de la nada y el calor insoportable, perdemos casi media hora porque pasamos frente a la US MC Logistic Support Area, una base inmensa, y necesitamos esperar que alguien nos escolte. Siguen paranoicos con los atentados suicidas. Les preguntamos si estamos yendo bien hacia Kut y tampoco tienen idea. Yendo hacia el norte, el paisaje se va haciendo más verde. Escenarios bíblicos, oasis con palmeras, como los dibujos de los libros de catequesis de cuando era chica. Lindísimo. Y extraño cuando vemos helicópteros de combate Apache volando muy bajo por ahí.
Por kilómetros y kilómetros no vemos ni un marine . Nils, que está preocupado, se comunica con no sé qué agrupación de periodistas, que se ocupa de la seguridad de los reporteros, que le dice que la ruta está bien, que es safe .
Cuando vemos un cartel que dice Hilla, lo que era Babilonia, entendemos que nos equivocamos de camino. Fausto había dicho de pasar por Kut, pero si estamos cerca de Hilla evidentemente tomamos el otro, el que va por Diwania y pasa cerca de Najaf y Karbala, donde siguen los combates... Con la buena nueva, Paolo se vuelve histérico; se nota por cómo maneja. Está aterrado. Al acercarnos a Bagdad empieza a verse la destrucción. Carcasas de tanques iraquíes, barricadas, municiones. La autopista está hecha bolsa, y en la periferia se ve gente saqueando. Estamos en Bagdad, ¡no lo puedo creer! En un primer check-point , le pregunto a una chica soldado cómo está la situación: " I Wanna go home ", contesta. El clima es caótico, columnas de humo negro, postes de luz derribados, se respira la misma anarquía que había en Basora.
Yo quisiera ir derecho al hotel Palestine, donde están mis amigos, pero se está haciendo de noche. Paolo tiene miedo, y decide que nos quedemos durmiendo debajo del puente de una autopista, donde vemos yankis con tanques. Son del 3 Battalio 15 de Infantería. Cuando le pedimos a un capitán si podemos acampar ahí, nos dice que sí, pero de muy mala gana. Ayer fuerzas iraquíes estuvieron disparando cohetes RPG. Cuando le pregunto a un mayor cuándo piensa que los marines tomarán el control de la situación, me contesta que no sabe.
Baja la noche, y muy cerca hay combates bastante violentos. Me pongo a escribir en el auto, pero lo más rápido que puedo porque Paolo no prende el generador, y tengo poca batería. Además de la nota, también tengo que escribir lo que me pidió Facu para el suplemento del domingo. Qué siento yo en la guerra... Paolo está agotado, se siente mal, y se tira a dormir en el auto. Como un pedazo de una lata de corned beef a oscuras, asquerosa, saladísima. En un momento se me cae la linterna sobre el parabrisas y se rompe... Todo mal. Elio, divino, me ayuda con la suya que es mínima, y me ilumina cuando tengo que tipiar lo último del suplemento (que escribí a mano, sobre un cuaderno para ahorrar batería) y durante la transmisión con el satelital. Lo bautizo el "Salvo 2". Estoy muerta, no quiero calcular desde hace cuánto que no duermo. Me tiro en la parte de atrás del auto. Es incomodísimo. Me agarra frío, saco la bolsa de dormir, pero estoy contenta. Estoy en Bagdad.




