
Sarrasani, testigo de un siglo
Este año se cumplirán cien años de la fundación del mítico circo que recorrió un mundo convulsionado
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Hay palabras que anidan en el imaginario popular reemplazando al género del cual provienen. Acaban siendo una suerte de "marca registrada" que funciona como sinónimo del concepto original que les dio vida. Entre los argentinos conocemos los remanidos ejemplos del bolígrafo o la hoja de afeitar. Lo mismo ocurre con la palabra "Sarrasani". El vocablo se ha instalado en nuestra historia como un emblema del más potente arte circense. Decir Sarrasani, para las generaciones precedentes, era decir circo. Así lo entendió Discépolo, por ejemplo, en Justo el 31 , uno de sus escasos tangos humorísticos; o así también González Tuñón en Eche veinte centavos en la ranura .
Por lo menos cuatro ejes articulan la historia del mito. La primera y la más inmediata quizás es la común a todos los circos: la mirada romántica, aquella que busca ahondar en la fascinación que ejercen las vidas trashumantes. En segunda instancia, surge la mirada estética, la cual pretende dilucidar los elementos escénicos que hicieron de Sarrasani un renovador del arte circense. En este punto merecen citarse: uno, su inquebrantable decisión de no avenirse a la creciente influencia norteamericana del espectáculo de tres pistas. Dos, su célebre concepción de "circo antropológico", entendiendo a la carpa como una campana de cristal donde confraternizan razas y culturas de los cinco continentes, incluyendo chinos, japoneses, turcos, gauchos sudamericanos, aborígenes sioux. Y tres, la implementación permanente de tecnologías de vanguardia. Baste con referir que Sarrasani contaba ya en las primeras décadas del siglo con el más moderno edificio circense instalado en la ciudad de Dresde provisto, entre otras cosas, de una pista hidráulica que permitía el ascenso y descenso de la escena convirtiéndose además en una inmensa piscina; o que la fachada de su carpa itinerante contaba con una iluminación de 28.000 lámparas a lo largo de 60 metros de extensión; o que contaba con una flota de seis aviones y un globo aerostático que se adelantaban a la caravana anunciando el arribo de las futuras funciones.
El Arca de Noé
Pero también podría abordarse la mirada épica. Y aquí valdría citar un rasgo esencial en el temperamento del fundador del circo: su megalomanía manifiesta. Porque Hans Stosch-Sarrasani había concebido una empresa faraónica que recorría Europa y América latina transitando por el Atlántico en dos navíos de 12.000 toneladas, albergando un patrimonio de 400 animales y un número similar entre artistas y técnicos; vale decir, un remedo del Arca de Noé que, además de los aludidos elencos multirraciales, transportaba una voluminosa variedad de paquidermos, dromedarios, fieras, simios y equinos, junto a los menos habituales bueyes watussi, hipopótamos, osos polares, cebras, perros galgo, gansos y otras especies exóticas. Ver deambular esta extravagante empresa por el continente europeo a principios de siglo era una experiencia sugestiva; ver desembarcar esta megalópolis itinerante en 1924 en las costas cariocas y luego desplazarse en sus carromatos por la geografía tropical brasileña es ya una imagen digna de la pluma genial de Joseph Conrad.
Y por último habría que detenerse en la mirada sociopolítica, aquella que oscila entre la saga familiar de los Sarrasani pugnando por mantenerse en la cima del espectáculo inmersa en los avatares sociales de dos convulsionados continentes.
Matices por demás controvertidos si se contempla el abanico de situaciones y líderes políticos de diversa catadura con quienes Sarrasani lidió; es decir, negoció voluntaria o forzosamente.
Sarrasani se funda en 1901, en Alemania, en pleno Segundo Reich. Tiene un apogeo vertiginoso en la primera década que culmina con la construcción del edificio de Dresde en 1912. En 1914 se ve afectado directamente por la Primera Guerra Mundial. El Estado alemán le requisa primero los vagones y carpas y luego, por la escasez de combustible, los elefantes, camellos y caballos para el traslado de pertrechos de guerra. Entre la confiscación y pérdida de bienes, la obligada depuración de artistas de "países enemigos" y la limitación territorial, en un breve tiempo el circo queda diezmado. Se reconstruye luego de 1917 con artistas rusos emigrados de la revolución bolchevique.
Lentamente, el circo retoma su antiguo esplendor; ascenso que culmina en la primera gira sudamericana de 1924 por Brasil, Uruguay y la Argentina. Llega a Buenos Aires en 1925 y su director, Hans Stosch, es recibido por el entonces presidente Marcelo T. de Alvear, que lo condecoraría por haber llevado "no sólo a nuestra capital, sino a todo nuestro país la majestuosidad de su arte". Regresa a Europa en 1926 habiendo amasado una fortuna e inaugurando lo que de ahí en más sería su célebre slogan: "El más fabuloso show entre dos mundos". El suceso se extiende hasta la irrupción de la crisis del treinta que rebota en el viejo continente generando repetidas escaladas inflacionarias y se remata con el surgimiento del nacionalsocialismo.
Rondando 1933, los repetidos conflictos sindicales con las huestes del Tercer Reich -a quienes les niega el edificio para un mitin político- sumados a la cantidad de judíos contratados por Sarrasani obligó al director a buscar nuevos horizontes. El rumbo elegido fue otra vez América latina. Pero en 1934, en San Pablo muere Hans Stosch y lo sucede su hijo y tocayo apodado Junior.
Sin generar demasiados cambios estéticos, el nuevo director, en cambio, demuestra esmeradas dotes diplomáticas. Durante su trayecto por el convulsionado territorio uruguayo, por ejemplo, es escoltado por el ejército y recibido con honores en Montevideo por el gobierno de facto. La misma pleitesía se le rinde al huésped en la Argentina donde mantiene estrechas relaciones con el régimen castrense de turno y no pierde oportunidad además de agasajar en su circo a un ocasional visitante: el obispo Pacelli -presente en el país para tutelar el Congreso Eucarístico-, a quien tiempo después se ungiría papa Pío XII.
Junior, paralelamente, negocia con Goebbels el regreso a Alemania. Antes de retornar es despedido por el general Agustín P. Justo, presidente argentino, con rimbombantes alabanzas: "Y cuando vuelva a su país, dígales a sus compatriotas que el pueblo argentino ve en el Circo Sarrasani, junto al Graf Zeppelin, el exponente más fuerte del genio alemán en el extranjero".
En 1936, durante las olimpíadas, el circo se instala en Berlín. Por supuesto, los judíos de su staff permanecieron en América del Sur y el número de artistas extranjeros se tornó cada vez más reducido.
En 1941 fallece Junior en Berlín y hereda la empresa su mujer, Trude, con 28 años -que por entonces ejercía de ecuyére junto a una tropilla de lipizzanos-. Goebbels la insta a que su bello rostro se convierta en la referencia iconográfica del circo como paradigma del ímpetu y la juventud aria.
Paradójicamente, tres años después, Trude es puesta en prisión junto con su nuevo compañero, el acróbata húngaro Gabor Némedy, acusada de conductas antialemanas. Es liberada en dos semanas para que el circo continúe funcionando y él es retenido a modo de presión. El bombardeo de 1945 la sorprende en plena función y tanto la directora como los espectadores se salvan milagrosamente en los sótanos del edificio; pero todo el circo acaba crepitando en las cenizas.
Habiendo perdido todo, Trude parte hacia la Alemania aliada. Allí trabaja como artista ecuestre para diversos circos hasta que en 1948, producido por Ismael Pace, el Sarrasani renace mundialmente en Buenos Aires -en el predio donde actualmente funciona La Nación - con la presencia de la pareja presidencial en el palco de honor.
Trude mantiene una fluida relación con Evita organizando funciones gratuitas para escuelas y, en 1950, Perón lo declara Circo Nacional Argentino. La repentina muerte de su padre en 1953 la sume en una profunda depresión que la mantiene alejada de las pistas. En 1968, Sarrasani irrumpe en escena nuevamente hasta 1972, fecha en que se datan las últimas funciones.
En 1991, luego de la caída del Muro de Berlín, se levantó la proscripción que recaía sobre Sarrasani en Alemania oriental. La tumba de la familia en el cementerio de Tolkewitz fue declarada monumento histórico y se bautizó Sarrasanistrasse la calle donde antiguamente se erigía el edificio de Dresde.
Hoy, a los 87 años, Trude Stosch-Sarrasani desanda sus días en San Clemente del Tuyú junto a Kiki, un perrito sumamente vivaz que rescató de la calle.
Es autor de Sarrasani, entre la fábula y la epopeya .




