Sensualidad y lujo en el límite de lo cursi
Los lunes, hasta mediados de septiembre, en la sala de Boedo se representa la obra No daré hijos, daré versos, de la escritora uruguaya Marianella Morena, dirigida por Francisco Lumermann. La pieza recibió el premio Florencio 2014 y pone en escena la vida y la muerte trágica de la poeta oriental Delmira Agustini (1986-1914), asesinada por su exmarido Enrique Job Reyes menos de un año después de haberse casado, y un mes más tarde de haberse divorciado. El lunes pasado, la dramaturga Marianella Moreno, el director y los actores hablaron sobre la pieza después de la función. Resulta curioso que Agustini -cuya poesía, admirada por Rubén Darío, es un ejemplo casi perfecto de la estética modernista, con cisnes, fuentes, metáforas e imágenes sorprendentes ("espuma de vicio")- hoy cobre actualidad más por un tema de carácter social, la violencia de género, que por sus versos de lenguaje lujoso y sensual, a veces magníficos, a veces en el límite de lo cursi. De hecho, si uno no supiera que la protagonista es una persona que existió, todo lo que ocurre en el escenario podría ser una trama recreada a partir de los femicidios más recientes.
Marianella Moreno contó que No daré hijos, daré versos nació de una imagen, la de una bala que atravesaba la ciudad de Montevideo, la bala con la que Reyes mató a su exmujer Delmira en una pieza alquilada donde se encontraron después del divorcio, aparentemente para tener relaciones sexuales. Apenas el hombre mató a la mujer, se suicidó. "Quise traducir teatralmente lo que era el mundo, la poesía de Agustini, su erotismo, su sexualidad, pero sin valerme de sus poemas", dijo Moreno. "De hecho, casi no hay palabras de ella en mi obra, salvo las cartas a Manuel Ugarte que se leen al final." Una elección nada fácil y muy arriesgada.
Cuando salí de Timbre 4, en las frías calles de Boedo, pensé que tampoco sería fácil decir hoy en un escenario algunos de los versos de Agustini, por ejemplo, del poema "En silencio", de Los cálices vacíos. El erotismo invernal me impide resistir la tentación de citarlos.
Sufro vértigos ardientes
Por las dos tazas de moka
De tus pupilas calientes;
Me vuelvo peor que loca
Por la crema de tus dientes
En las fresas de tu boca [...]
¿La comparación de las pupilas calientes del amado con dos tazas de moka no da miedo por el despropósito? ¿Y Delmira vuelta "peor que loca" por los dientes de crema de su hombre? Más que pasión, parece que describiera un capuchino o la receta de un postre vienés. Me inflama el temor? y la gula.
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Una vez más, José Martínez Suárez, el director de películas argentinas tan notables como El crack, Dar la cara y Los muchachos de antes no usaban arsénico, desplegó generosidad, simpatía y dignidad, cualidades que le han valido el cariño unánime de quienes lo han tratado. Lo hizo en el Salón Illia del Congreso de la Nación, cuando le otorgaron la Mención de Honor Senador Domingo Faustino Sarmiento por su aporte a la cinematografía nacional. Los amigos y colegas fueron tantos que la sala resultó chica. Se debió habilitar además otro espacio. Quienes llevaron adelante la iniciativa del homenaje fueron los senadores Liliana Negre de Alonso y Adolfo Rodríguez Saá. En la misma ceremonia, Norberto Gizzi, el intendente de Villa Cañás, donde nacieron los hermanos Martínez Suárez (Josecito, Chiquita y Goldy), le entregó una placa que testimonia la distinción y el afecto de esa comunidad. También se proyectó un documental sobre la vida y la obra de "Josecito", como todos llaman al cineasta.
En sus palabras de agradecimiento, Martínez Suárez evocó a quienes lo habían ayudado a ser quien es, a los maestros del cine argentino de la época dorada, a sus compañeros y amigos. Hizo lo que hace siempre: convirtió el tributo que le estaba destinado en un tributo a quienes admira y quiere. Quizás haya lamentado que el acto empezara con diez minutos de retraso. Para las costumbres argentinas, eso es la puntualidad más estricta, pero él es capaz de levantarse de una mesa de café e irse si, dos minutos después de la hora convenida con alguien para encontrarse, el impuntual no ha llegado. En la primera fila, puntualísima, estaba su hermana, la de los célebres ojos azules, Mirtha Legrand.