
Simon Blackburn: "La lujuria no es pecado, sino virtud"
Catedrático de Cambridge y uno de los filósofos ingleses más prestigiosos del momento, revoluciona el mundo académico con su tesis sobre el sexo y el comportamiento humano en un libro que está por llegar a la Argentina. Dice que la sociedad norteamericana es esquizofrénica y que la Iglesia ha perdido el rumbo
1 minuto de lectura'

LONDRES.- "La primavera la sangre altera", decía el estribillo de una canción de los 80, y un paseo en estos días por los parques salpicados de parejas en cualquier capital europea lo prueba. Salvo en Inglaterra: aquí los cielos permanecen nublados, el frío es casi invernal y los parques son monopolizados por muchachotes que juegan al fútbol.
"Justamente, ser inglés era uno de los tantos motivos que me descalificaban para hablar de la lujuria. ¿Cómo dar una conferencia sobre el tema a los franceses, o a cualquier grupo latino? Las pasiones británicas incluyen la propiedad y el decoro. ¡Para la gente de otras nacionalidades resulta sorprendente que los británicos logremos siquiera reproducirnos!", se queja Simon Blackburn, autor del libro que precisamente lleva el nombre del más sensual de los siete pecados capitales y que acaba de ser traducido al castellano por Paidós.
Las otras razones por las que el autor de Lujuria se sentía incómodo no sólo respecto al tema del libro, sino de su tesis central (sostiene que la lujuria debería elevarse de la categoría de pecado a la de virtud), eran su edad (bien pasados los 60 años) y profesión. Lejos de ser un sexólogo mediático o "gurú" de las relaciones personales, Blackburn es uno de los filósofos más serios y prestigiosos de la actualidad, catedrático de la Universidad de Cambridge y responsable del Diccionario Oxford de Filosofía. Justamente por eso la Biblioteca Pública de Nueva York junto a Oxford University Press le encomendaron una serie de conferencias y el libro sobre la lujuria que logró el doble milagro de cautivar tanto al público general como al académico.
"Claro que el problema de la lujuria -adelanta Blackburn a LA NACION- no es nada nuevo. La criticó la poetisa griega Safo, también Platón, Aristófanes y los estoicos, Shakespeare en sus sonetos y Santo Tomás lo puso en blanco y negro para la moral cristiana. Varios siglos más adelante la lujuria casi hizo que Clinton perdiese la presidencia, y ahora a Bush le preocupa tanto que se negó a firmar una declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los niños a menos que se modificaran los planes de educación sexual en el mundo en vías de desarrollo y se pasara a enseñar que lo único admisible antes del matrimonio era la abstinencia."
Sin embargo, Blackburn mira a la lujuria con simpatía...
-¿Por qué defiende la lujuria?
-Porque si bien todos sabemos que puede causar problemas, el tema es si eso debe ser considerado en sí mismo un vicio o un pecado. Mi argumento es que no, y la cuestión, en cambio, debe ser cómo podemos manejar la lujuria para el bienestar general y el beneficio de la humanidad. El filósofo David Hume dijo que una virtud era cualquier cualidad de la mente útil para la propia persona o para los otros, y la lujuria es una candidata perfectamente válida en ese sentido. Después de todo, ninguno de nosotros existiría si no fuese por ella. Si criticamos la lujuria porque se puede ir de las manos, deberíamos criticar el hambre porque deriva en glotonería o a la sed porque puede terminar en ebriedad. También está la idea de que el deseo necesita control, aunque ese control no debería esclavizar. Y finalmente esta la visión pesimista: suponer que el sexo va esencialmente asociado a la degradación, a sentirnos marionetas de la naturaleza o verlo como una forma de objetivizar al compañero. Pero cuando las cosas van bien, lo que pedimos al otro es algo que puede disfrutar dándonos. El sexo puede y debe ser gratificante, sea o no para procrear.
-Usted es muy crítico, en su libro, de las nuevas políticas de abstinencia en Estados Unidos. ¿Por qué?
-Dentro de Estados Unidos, el gobierno federal gasta unos cien millones de dólares de impuestos al año en programas de educación sexual basados en la abstinencia, a pesar del hecho de que estos programas incrementan seriamente los riesgos para la salud de los jóvenes al dejarles como única opción para las relaciones las esporádicas, furtivas y sin protección. Human Rights Watch emitió un severo informe sobre los derechos de los adolescentes a una información de calidad sobre salud y seguridad, la cual se les niega actualmente en las escuelas. El informe señala que los programas federales mienten muchas veces a los jóvenes. Todo esto muestra algo muy malsano de la sociedad norteamericana que es el temor al cuerpo, heredado de los puritanos. Cuando vivía en Carolina del Norte, a las bebas de dos años les ponían la parte de arriba del bikini para que no se les viese el pecho, y un niño de seis años fue expulsado de la escuela porque intentó besar a la compañera. Son recuerdos con algo de aterrador.
-Sin embargo, uno prende la televisión y pensaría que la vida sexual norteamericana es más bien a lo "Sex and the City". ¿Cómo se combinan ambas actitudes?
-No demasiado bien, y por eso se vive en un estado de esquizofrenia. Por un lado es un ambiente permisivo, según la feminista Catherine Mc Kinnon hasta vivimos en un mundo bañado en pornografía, pero a la vez tenemos estos restos puritanos. La combinación es la receta para una vida infeliz porque la culpa resultante es insoportable.
-¿Y de Clinton usted qué opina?
-Schopenhauer, que nació en 1788, fue absolutamente profético respecto a Clinton cuando en El mundo como voluntad y representación escribió una cita maravillosa sobre cómo la lujuria afecta los hombres de Estado. Personalmente creo que Clinton fue muy tonto, pero que todo el escándalo sirvió para entender mejor a la sociedad norteamericana y la forma enfermiza que toman en ella ciertas obsesiones. Fueron semanas y meses en las que no hubo otro tema en la política más allá de Monica Lewinsky. Algo muy extraño: para un francés sería digno de marcianos. Por supuesto, los republicanos daban vuelta el asunto diciendo que el tema no era su relación con la señorita Lewinsky sino que Clinton mintió bajo juramento, pero todos sabemos que lo que interesaba era el sexo. Ahora, no puedo evitar sentir que fue magnífico que el escándalo de Lewinsky ocurriese porque significó poner a cientos de las peores personas del planeta en el Capitolio, con muchísimo poder para hacer lo que quisieran con el mundo, y que en cambio se dedicaron a hablar de un vestidito azul. Así, entretenidos, no invadían otros países...
-¿Y que hay de Inglaterra, donde los escándalos sexuales de políticos -sobre todo conservadores- son un clásico?
-Se debe a la combinación de dos factores. Por un lado, una prensa muy intrusiva y que no se autocensura. En Estados Unidos, por ejemplo, en la era de Kennedy todo el mundo sabía de sus affaires, pero había un código de silencio respeto a escribir sobre ellos. En Gran Bretaña no lo hubieran perdonado. Todo esto se mezcla con un lado muy malsano de la personalidad inglesa, que es la forma en la que nos reímos insidiosamente o burlamos del sexo, que es la contracara de tenerle miedo, por supuesto. El resultado es que en Inglaterra cualquier noticia con sexo fascina a la gente y los editores saben que pueden vender millones de periódicos explotándolo, como bien probó el escándalo Blunkett del año último. Francia es el polo opuesto: por un lado, su prensa no es intrusiva; es parte de la misma elite que los políticos y los protege, pero además, a los ciudadanos franceses el tema los escandaliza menos. ¡Incluso he escuchado decir que en Francia uno no puede hacer carrera como político si no tiene al menos una amante!
-¿Cuál es el filósofo que mejor entendió a la lujuria?
-Hay dos héroes en mi libro, Hume, que tenía esa actitud tan abierta y civilizada del siglo XVIII y, sobre todo, Thomas Hobbes. Este filósofo del siglo XVIII, famoso por su siniestra visión del Estado de Naturaleza como la guerra de todos contra todos, sin embargo escribió en Elementos de derecho natural y político que el apetito que llamamos lujuria es sensual, pero es mucho más que eso. Para Hobbes la lujuria es como hacer música juntos, una sinfonía de dar placer y encontrar respuesta, en una reciprocidad pura en la que no hay propósitos espurios, ni planes ocultos, ni errores, ni engaños.
-¿Y San Agustín? ¿Es responsabilidad suya la posición sobre la lujuria en la tradición occidental?
-Ese es el lugar común porque siempre resulta conveniente poder señalar algún villano, y no hay duda de que las opiniones radicales de San Agustín sobre la lujuria tiñeron toda la tradición occidental posterior. Sin embargo, San Agustín no inventó la actitud de la Iglesia hacia la sexualidad; lo que hizo fue escribirla. En él convergieron tres tradiciones, la de los estoicos con su énfasis en la virginidad y la castidad, la actitud de los antiguos hebreos que asociaban a la mujer con la polución y al sexo con algo que ensucia, y la de los maniqueos (secta mística persa) que ponía el énfasis en el cuerpo como fuente de corrupción. En síntesis, estas asociaciones ya estaban en el aire de la época, y San Agustín no tenía más que respirarlas.
-¿Existe una moral sexual?
-No. Está la moral y está el sexo, pero el sexo se convierte en un foco de temas morales simplemente por su importancia para la vida de las personas. Creo que hay razones morales por las cuales comportarse mejor y no peor, que derivan de la realidad que vivimos. No soy escéptico en absoluto, pero personalmente me manejo con una ética secular; creo que en temas como la sexualidad la Iglesia perdió el rumbo. Más que de moral sexual se puede hablar de comportamientos, de comportamientos que lastiman, y lamentablemente el sexo es un lugar importante donde nos inclinamos a tratar mal al otro. El problema que más se suele discutir es el de la pornografía. No soy un enorme liberal sobre ese tema, creo que la pornografía envenena la relación entre los sexos, que objetiviza al sexo. La pornografía como material provocativo no me da afecta en absoluto, pero como aquel que distorsiona las relaciones, humanas creo que es un problema moral genuino.
-El nuevo papa habló de la tiranía del relativismo. ¿Cómo se aplica a las actitudes respecto al sexo?
-El relativismo no es tiránico, el dogmatismo suele serlo y el nuevo papa debería saberlo. Cuando la gente hace campañas contra el relativismo, en general lo que le preocupa es que los demás no den a sus puntos de vista la autoridad que ellos sienten que merecen, pero eso es inevitable en una sociedad pluralista y democrática. Hay una serie de temas, sobre todo sexuales, en los que la población en general no le da al Papa la autoridad que la Iglesia siente que merece. Esto evidentemente la contraría porque su accionar no es visto como un mero reclamo de autoridad, sino como un intento de cooptar poder, de imponerse sobre la mente de las personas. Pero no hay nada de nuevo. Es lo que ocurrió a lo largo de la historia y lamentablemente siempre generó conflictos.
-Hoy la explicación de la lujuria suele buscarse en la psicología evolutiva. Pero ¿quién la entiende mejor: los científicos o los filósofos?
-Yo encuentro sospechoso lo que la psicología evolutiva nos dice, más allá de lo que es puro sentido común, básicamente porque muchas de las direcciones de la lujuria humana son muy difíciles de explicar desde un punto de vista evolutivo, como la homosexualidad o el sexo, pasada la menopausia. La ciencia en general hoy tiene muchos problemas para explicar la lujuria. Es buena para explicar lo que pasa a nivel químico y biológico, pero no lo que ocurre dentro de nuestra cabeza, de qué pensamientos seremos víctimas, cuáles serán nuestras fronteras culturales, predecir qué es lo que encontraremos atractivo y qué no. Algún día, la fisiología será capaz de decirnos mucho más, pero respecto a la lujuria hoy me parece que tenemos que rendirnos a los pies de los novelistas, artistas y filósofos.
El perfil
Académico
Blackburn nació en Bristol en 1944. Estudió en Cambridge, donde hoy es profesor de filosofía. También enseñó en la Universidad de Carolina del Norte y en la Universidad de Prin ceton. Casado y con dos hijos, desde 2001 es miembro de la Academia Británica.
Autor reconocido
Entre sus libros se encuentran The Oxford Dictionary of Philosophy y el flamante Relativism. Lujuria forma parte de una serie de libros y conferencias organizados por la Biblioteca Pública de Nueva York y Oxford University Press sobre los siete pecados capitales.




