Todo es posible en Nueva York
Puede ser en un diario, una discoteca, un sótano o el espacio tras una puerta sin pretensiones, pero es siempre en Nueva York . La magia vive ahí.
Es la una y media de la madrugada en el barrio neoyorquino de Chelsea y, frente a la masa que pugna por entrar en el club de moda, un policía ejerce de policía estadounidense como solo un policía estadounidense podría hacerlo: mejor que en las películas:
-¡Eh, muchachos, están todos en la calle, ni siquiera en la vereda! Si no se ubican en la vereda no van a tener la más mínima chance de entrar, ¡a ver si lo entienden! -dice. Y, tras dos segundos de una pausa teatral, el gigantón eleva el tono de voz saboreando el remate: -Súbanse a la calle... ¡o váyanse!
Nadie se va, naturalmente, todos -bah, casi todos- suben a la vereda, porque la meta es ingresar a 1 Oak, sonoro nombre que nace de "One of a Kind", traducible al español como "único". Así se sienten los que finalmente entran en el club. Y lo mismo sucede con Paul's Casablanca, un club similar a cuatro cuadras de distancia. Manhattan vive la Fashion Week, y las modelos de más de un metro ochenta y los modelos de casi dos son la regla, no la excepción. Hay algo de sobrehumano en esa Nueva York de final del verano en la que todo parece posible.
Se abre la puerta del Employees Only, es domingo a la noche en pleno Village y lo que se ve en el estrecho bar, casi una caja de zapatos, solo puede suceder en Nueva York. Junto a la entrada, varios de los bartenders atienden en piyama, mientras que una dama vestida de odalisca baila en torno a un cliente al que se le han despertado todos los sentidos. El baño es mixto, la música es perfecta, los tragos nunca fallan y los que están allí viven en la twilight zone. Ni acaban de despertarse ni piensan en irse a dormir. Simplemente, están.
Hay que restregarse los ojos cuando se termina de bajar esa sucia y pequeña escalera del East Village que lleva a un sótano que debería estar en Tokio, pero se hunde un par de metros en Nueva York. Es el Sake Bar Decibel, paraíso del sake, por supuesto, pero exponente también de una cocina japonesa que va mucho más allá del sushi. En la penumbra, entre las velas, las mesas diminutas y la decoración imposible, late un rincón de Manhattan que el turista no conoce. Y se nota.
Tampoco invade el turismo las entrañas de The New York Times, ese diario en el que hacer periodismo se parece hoy mucho al mejor oficio del mundo. La presidencia de Donald Trump podrá parecerle una tragedia a muchos estadounidenses -y exactamente lo opuesto, una bendición, a unos cuantos otros-, pero sin decirlo en voz demasiado alta y en general cuando hablan con los colegas, muchos periodistas admiten lo evidente: ¡qué bien le hace Trump al periodismo!
En los días iniciales de septiembre, extremadamente húmedos y calurosos, el buque insignia del periodismo estadounidense hizo una movida audaz: publicó una columna de opinión anónima. Heterodoxia periodística, la cosa no hubiera tenido mayor trascendencia -no la tuvo, de hecho, una columna sin firma y sobre otro asunto publicada meses antes- de no ser por Trump. Hermoso cóctel: uno de los diarios más prestigiosos del planeta publica un artículo titulado "Soy parte de la resistencia dentro de la administración Trump", y el presidente de los Estados Unidos estalla en cólera: "Si yo no estuviera aquí, The New York Times probablemente no existiría". Insuperable. ¿Seguro? No, habría más y mejor. Un día después de difundir la columna anónima, el diario publicó en primera plana un breve artículo titulado: "No fui yo". El primer párrafo es de antología: "Uno a uno dieron un paso al frente, casi como si fuera una fila virtual. No fui yo, dijo el vicepresidente. No fui yo, dijo el secretario de Estado. Ni yo, dijo el fiscal general".
No se necesitaba leer más, todo estaba dicho. Superado ese notable comienzo, una institución del periodismo estadounidense que en inglés se llama lead, todo era posible. Daba ganas de seguir leyendo, que es lo mejor que le puede suceder a un texto, y a su lector. Pero era incluso mejor: en el fondo, no hacía falta.
Amenazados, denigrados, presionados y ridiculizados, los hombres y mujeres del NYT están pasando el mejor momento de sus vidas. Alcanza con escucharlos y verles las caras. Ahí, como en los clubes, los sótanos y las puertas inesperadas de Nueva York, también hay magia.