Triste, solitario y final
Mediante un video difundido por las redes sociales, Alberto Fernández anunció que no se presentará como candidato a la reelección presidencial. Esa decisión, que no puede sorprender a nadie por provenir de un presidente que tiene una imagen negativa altísima y que es rechazado mayoritariamente incluso en su propia fuerza política, es presentada por los pocos aduladores que le quedan como un “renunciamiento histórico”.
La portavoz presidencial, Gabriela Cerruti, interrumpió su nuevo rol como la recordada Lita de Lázzari, rediviva, que nos enseña dónde debemos hacer las compras, para tuitear ese video con la leyenda “Primero la patria”, como si el “renunciamiento” tuviera algún motivo patriótico y no fuera simplemente el inevitable corolario de un fracaso monumental.
En Estados Unidos se denomina lame duck (pato rengo) al presidente que está en el último tramo de su mandato y que no será reelecto (porque ya lo fue y está impedido constitucionalmente o porque no se presenta a la reelección). La expresión alude a la debilidad política que esa circunstancia le imprime al presidente, aun cuando hubiera realizado una buena gestión y tuviera una mayoritaria aceptación de la ciudadanía. La atención pública se centra en sus posibles sucesores, su horizonte es breve y eso se traduce en que le resulta muy difícil ejercer el liderazgo. En el caso de Fernández, hablar de “pato rengo” sería una desmesura porque, mirado con cierta benevolencia, eso fue desde que asumió el cargo. Nunca ejerció en plenitud el mandato que le confió el pueblo. Designado a través de un tuit por Cristina Kirchner, nunca intentó despegarse de esa tutela. Es cierto que tampoco fue un mero subordinado, ya que cada tanto intentaba algún gesto de autonomía, pero esa tensión resultó para su administración mucho peor que la lisa y llana aceptación de que era un delegado vicepresidencial: los bloqueos recíprocos paralizaron cualquier decisión trascendente. Su gestión ha sido un no gobierno.
No tuvo ni la determinación de aprovechar esas semanas iniciales de la pandemia, cuando su imagen positiva creció por la necesidad de una sociedad atemorizada de confiar en alguna figura que enfrentara ese mal extraño y sorpresivo que la aquejaba. Pudo entonces establecer acuerdos básicos con la oposición, pero, en lugar de advertir que esa imagen era el fruto de una circunstancia pasajera, creyó que reflejaba la existencia de un liderazgo inexistente y comenzó a actuar de manera facciosa, respondiendo a la agenda del Instituto Patria y aprovechando que el Congreso no funcionaba con regularidad para dictar decretos de necesidad y urgencia que excedían largamente el objeto de la pandemia.
La pobre performance electoral del Frente de Todos en 2021 tornó visible la fractura interna, que se profundizó cada vez más. Fernández llega al final de su presidencia con el desprecio de propios y extraños, pronunciando discursos surrealistas, en los que se proclama garante de la paz mundial o reformador del capitalismo internacional. Alonso Quijano, más conocido como Don Quijote, había padecido ese trastorno de percepción de la realidad por su voraz lectura de novelas de caballería. No sabemos qué clase de literatura trastornó el juicio del gris operador del Partido Justicialista que alguna vez soñó que era un caballero andante de la gran política argentina y mundial.