
Trump y la desigualdad social
Desde principios de la década de 1980, el perfil de la distribución del ingreso en Estados Unidos viene experimentando un proceso de concentración, visible a través de la brecha continua entre los niveles de vida de las clases sociales extremas.
Según el World Inequality Database, en 1980 el 1% más rico de la población poseía el 10,7% del ingreso nacional y el 50% más pobre, el 20,1%. En 2022, el 1% más rico tenía el 18,9% y el 50% menos favorecido, el 13,1%. En el caso del 10% más rico, durante el período mencionado su participación en el ingreso nacional aumentó del 34,2% al 45,6%. Si bien no impide el desempeño satisfactorio que viene exhibiendo la economía estadounidense, la desigualdad impone la ocurrencia de tasas de expansión del PBI inferiores a las que se obtendrían si hubiera mayor equidad. Esto se debe a que las exportaciones de bienes y servicios representan solo el 7,7% del PBI y, por tanto, el factor fundamental para la prosperidad de la economía es el mercado de consumo interno, cuyo vigor aumentaría si la distribución proporcional del ingreso destinara una mayor parcela al segmento menos privilegiado de la población.
El crecimiento económico no garantiza una mejor equidad, pero una mejor equidad favorece el crecimiento económico. Por otro lado, entre quienes tienen menor poder adquisitivo, la desigualdad aumenta la receptividad hacia políticos populistas, oportunistas y autoritarios. Ante este panorama, el objetivo básico de la sociedad estadounidense debería ser paliar el perfil de concentración del ingreso. Evidentemente, temas como la inflación, los niveles de desempleo y la deuda pública requieren atención constante, pero la cuestión de la equidad actúa como telón de fondo del escenario nacional.
Es oportuno seguir la actitud del presidente Trump y su Partido Republicano, mayoría en el Congreso, en relación con este aspecto oscuro del todopoderoso EE.UU. Observando las decisiones tomadas hasta el momento por el ocupante de la Casa Blanca, se nota una total indiferencia ante el creciente desequilibrio social. Todas las medidas anunciadas tienen un impacto negativo en los grupos de menores ingresos, como: recortes en los programas de asistencia social, y establecimiento de aranceles a las importaciones, lo que generará un incremento inflacionario perjudicial para los asalariados.
El desprecio por las necesidades de los pobres se extiende al nivel internacional. Al retirar a EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud y paralizar las actividades de la Usaid y otros mecanismos de ayuda exterior, el presidente norteamericano hizo inviables proyectos esenciales de salud pública y alimentación que se llevaban a cabo en países con deficiencias en esas áreas. Hay muchas razones para preocuparse por lo que ocurrirá en los próximos años, porque el camino adoptado por el actual presidente es desfavorable para el futuro de EE.UU. y del mundo.
Economista




