Un anacronismo fatal
Orwell sabía que modificar el pasado a voluntad es la llave para dominar el presente. Merced al saber histórico, el hombre asiste al despliegue de las interpretaciones del pasado y se da cuenta de que su mundo está condicionado por esas interpretaciones y que su olvido o su deformación lo afectan en su vida presente. El hombre recurre al pasado para comprender el presente y no repetir errores.
Una interpretación de nuestra historia que refleje la realidad actual deberá necesariamente explicar el retroceso argentino de las últimas décadas. De 1930 a 1974, el PBI argentino creció un 3,1% promedio anual, un índice muy inferior al logrado en los 50 años previos -en los que la Argentina pasó de ser un desierto inhabitado a estar entre las naciones con mayor PBI per cápita-, pero suficiente para mantener el nivel de vida de los argentinos en términos comparables con naciones que hoy claramente nos han superado, como España, Irlanda o los países del sudeste asiático.
La década del 60 (Frondizi, Illia y Onganía), con su robusto 4,5% promedio anual, era la mejor garantía de un vigoroso desarrollo de la clase media argentina y de una movilidad social única en América latina. Esta situación se derrumbaría por completo en las décadas siguientes. De 1975 a 2009, el PBI creció un insuficiente 1,7% promedio anual, que explica los niveles de pobreza que hoy afectan a un tercio de la población argentina. En particular, entre 1975 y 1989 el crecimiento fue prácticamente cero, de donde proviene la calificación de "década perdida" aplicada a los años 80. Han sido los años pobres de la Argentina, antes del período de fuerte crecimiento en la década del noventa y de la recuperación experimentada a partir de 2003, que permitieron que el promedio 1975-2009 no fuera directamente negativo.
¿Qué nos pasó para arruinar nuestro bienestar en niveles tan significativos? La respuesta es clara: en 1973 comenzó a regir la interpretación setentista de nuestra historia, que, a pesar de lo que demuestra una mirada superficial, tuvo después pocas variantes, aún en la década de los noventa.
El modelo setentista, que hoy extrema el kirchnerismo, se basa en tres pilares principales. El consumismo en economía, la prédica de los derechos humanos y el autoritarismo nacional-populista en la lucha por el poder político. Como las patologías de las formas políticas puras de Aristóteles, la utilización electoralista de esos pilares los degrada en tres perniciosas deformaciones: el desborde astronómico del gasto público, acompañado por elevadísimos índices de inflación; niveles de inseguridad y desorden público sin precedente, y el ataque sistemático a las instituciones democráticas. Para ensalzar los tres ideales, la adulteración de la historia es particularmente útil, incluyendo la propia historia personal del matrimonio Kirchner.
En materia económica, el setentismo confía más en la capacidad del Estado para impulsar el desarrollo que en la iniciativa privada. El consumismo, y no un balanceado modelo productivo, lleva al desbalance del poder en favor de un sindicalismo anacrónico, a incrementar en términos alarmantes el gasto público con fines clientelistas, al descontrol de la inflación, y a desincentivar las inversiones, único método conocido en el mundo para incrementar la riqueza. El estatismo es cómplice necesario de este "modelo" consumista sin base real (una versión remozada de la triste "plata dulce"), y conduce inevitablemente a nacionalizar las AFJP, malgastar los fondos de la Anses, destruir el Indec para ocultar la escalada inflacionaria, apropiarse de las reservas del BCRA, agotar los stocks ganadero y energético, cerrar las importaciones, controlar el mercado de cambios, todos factores incompatibles con un desarrollo sostenible en el tiempo y que han provocado un estado de inseguridad jurídica y desconfianza del que costará mucho trabajo salir. Si descontamos el rebote lógico de la economía luego de la terrible caída de 2002, el aprovechamiento de la capacidad instalada disponible de los años 90, el boom de la capacidad productiva del agro iniciada hacia 1994 y los extraordinarios precios internacionales de las commodities agropecuarias, poco queda del modelo setentista. A tal punto, que todas las naciones de la región crecen en términos iguales o superiores, pero sin inflación, sin incrementar la pobreza, con crédito internacional a tasas muy bajas, y recibiendo un enorme flujo de inversiones. En esas naciones que han madurado políticamente, del setentismo no se habla.
El gobierno de Alfonsín inició la loable política de enjuiciar a quienes practicaron terrorismo de Estado. Y luego promulgó leyes que buscaban pacificar los ánimos y asegurar la vigencia de la democracia. En sentido contrario, los Kirchner lograron derogar las leyes de Alfonsín y reabrir los juicios a los militares, pero resultó claro que buscaban su utilización política, induciendo a los argentinos a mirar hacia el pasado y, aún peor, esgrimiendo esa política como un instrumento de dura confrontación en el presente. Existen, sin embargo, consecuencias explícitas de la posición en contra de reprimir a ultranza del setentismo: la completa pérdida del orden público y la presencia de niveles intolerables de inseguridad que agobian a los argentinos. Así, tampoco se pone coto al corte de la vía pública, a la toma de edificios como forma de protesta, al bloqueo de empresas y al uso y abuso de los medios de inteligencia y de otras agencias del Estado para perseguir a opositores. El relato setentista es el principal fomento de la impunidad de la delincuencia y no la pobreza, tal como lo demuestran la experiencia argentina y la internacional.
El tercer flagelo del kirchnerismo, versión vergonzante del setentismo, es la pretensión desenfrenada de poder del peronismo, pero sin el carisma de su líder histórico y en la versión más negativa que mostró entre 1952 y 1955. Cualquier amante de la historia encontrará coincidencias sugestivas entre el escenario de confrontación que comenzó con la segunda presidencia de Perón y nuestra actualidad. Por eso, el kirchnerismo es un anacronismo histórico. Una maquinaria de poder que gira en el vacío y que, por tanto, sólo funciona con un enemigo a la vista. Si no existe, lo inventa. No se ha percatado de que estamos inmersos en el siglo XXI, un siglo abierto a la tolerancia, al diálogo y a la búsqueda de consensos.
El setentismo elaboró un "relato" del pasado argentino que se debía acomodar, cualquiera que fuera la verdad histórica, a sus banderas ideológicas y políticas. Extremando las posiciones del revisionismo, el setentismo llevó adelante una cruzada contra todo vestigio de inserción de la Argentina en el mundo. Según la anacrónica visión del setentismo, el retroceso argentino es la exclusiva responsabilidad de la alianza espuria entre la oligarquía local y las potencias dominantes del mundo, fueran Gran Bretaña hasta la Segunda Guerra Mundial o Estados Unidos desde esa fecha. La culpa es siempre de los otros.
Una interpretación de la historia argentina que permita dar razón de la crisis actual, y sea capaz de relacionarla con el conjunto de nuestro pasado, se orientará a la búsqueda de la mayor o menor convergencia entre los ideales de nuestros líderes y de aquellos que engrandecieron a Occidente. Nada más alejado del "método" intelectual del setentismo, que recientemente se aplicó a adulterar la historia en sus mismos orígenes: la transformación de Cámpora, duramente criticado por el propio Perón, en un héroe revolucionario arquetípico se inscribe en una cruzada intelectual entre macartista y grotesca. Sería exagerado echarle la culpa de nuestra decadencia exclusivamente al setentismo, pero estemos seguros de que con más setentismo la decadencia continuará habitando entre los argentinos. © La Nacion