Un compromiso contra la corrupción
Para que un Estado empiece a combatir en serio a la mafia, incluso a la que aloja, es necesario el compromiso de la población y la valentía de los jueces.
En 1984, el juez Giovanni Falcone escuchó durante 45 días seguidos a Tommaso Buscetta, primer gran pentiti (arrepentido) de la mafia siciliana. Era un hombre clave de la Cosa Nostra y manejaba el tráfico de drogas entre Sicilia y Estados Unidos. Buscetta da nombres, cuenta las divisiones entre las familias, reconstruye crímenes no resueltos, describe la estructura de gobernanza mafiosa. El resultado será el "Maxiproceso", un juicio con 475 acusados, 360 condenados y 2665 años de penas de prisión, sin incluir cadenas perpetuas. Falcone había logrado lo que nadie antes: quebrar la omertá , el código de silencio por el cual los criminales no se denuncian ante las autoridades y que les permite sobrevivir en las sombras. Y, cuando esto ocurre, la desintegración se acelera.
Aunque se llamen mafiosi u "hombres de honor", y pertenezcan a la mafia siciliana, la Camorra napolitana, la ´Ndrangheta calabresa, la Tríadas chinas, la Yakuza japonesa o los carteles mexicanos, todos llevan la traición en las entrañas. El poder no responde a nadie y, como el anillo en la historia de Tolkien, fluye, pasando de uno a otro en una lógica con reglas propias.
El sociólogo italiano Gaetano Mosca define a la mafia como una estructura de poder paralela, que surge por incapacidad o complicidad del Estado. Cuando el poder público es incapaz de hacer cumplir los acuerdos -económicos, políticos o jurídicos-, se genera un vacío que llenan estas organizaciones criminales. En su viaje a Sicilia, el francés Alexis de Tocqueville resaltó la desconfianza entre la gente como un dato esencial que permitía el enraizamiento de estas mafias. La incompetencia del sistema de justicia y la ausencia de un orden público transparente y confiable hacen que no exista un poder común que obligue a todos al respeto de la ley. Y, como advirtió Thomas Hobbes, sin ley no hay justicia.
El Poder Judicial es también gobierno, garante y sostén de la democracia. La base de la democratización de la justicia es la transparencia. La corrupción descubre la venda, guiña el ojo e inclina la balanza a favor de la impunidad y permite que su espada destruya la vida de los hombres honestos que luchan por un destino mejor. La decisión y el coraje de Falcone crearon una situación límite, sin lugar para mentiras ni duplicidades. El juez murió asesinado en 1992, cuando 500 kilos de explosivos colocados bajo la ruta de Capaci fueron detonados al paso de su vehículo. Se había acercado demasiado al nexo entre mafia, negocios y política. Por los mismos motivos, un año más tarde la mafia asesinaría al padre Giuseppe Puglisi, a quien el papa Francisco beatificó el domingo pasado. Pero la lucha de Falcone abrió el espacio político y el consenso social para el huracán judicial del Mani pulite (manos limpias) del fiscal Antonio Di Pietro, en 1992. Ese proceso descubrió la red de corrupción que implicaba a los principales grupos políticos y empresariales del país. Sacó a la luz el gigantesco entramado de sobornos entre los sectores público y privado, bautizado Tangentopoli ( tangente , soborno, en italiano, y polis , ciudad, en griego), o lo que aquí podría haberse denominado "Sobornolandia".
El juez italiano enseñó al mundo que el secretismo de las mafias no vale demasiado. La ilusión de omnipotencia e invulnerabilidad es una pátina fina que intenta ocultar lo incontenible y puede quebrarse. No hace falta destruir toda la estructura mafiosa, sino hacer colapsar un pilar. El resto cae por peso propio. Cuando un arrepentido habla y expone la trama oscura de corrupción, amenaza la integridad del sistema, lo que provoca un efecto centrífugo de crisis y desesperación. Lo que aparenta ser un poderoso frente cohesionado, en realidad, es una colección de egoísmos que no dudarán en venderse al mejor postor.
En su interrogatorio, Buscetta le dijo a Falcone que no creía que el Estado italiano tuviera verdadera intención de combatir a la mafia. Era tal la complicidad, que cualquier investigación revelaría la oscura trama de apoyos y favores. Falcone era solamente un hombre, pero sabía que delegar en otros no sirve. Se sumó al "pool antimafia" de Palermo, creado por el jefe de los fiscales Rocco Chinnici, del que participaba junto con Paolo Borsellino (también asesinado), Giuseppe Di Lello y Leonardo Guarnotta. Lograron avanzar en la justicia y la verdad aun a pesar de estar haciéndolo bajo una de las administraciones más corruptas de la historia de Italia, la del primer ministro Bettino Craxi.
Pero para que haya cambio, como se dijo, es necesaria la decisión y el compromiso de la población. Creer que lo que sucede no depende de nuestro compromiso es una tranquilizadora autojustificación. En los años 70, nacida del miedo; en los 90, de la indiferencia. Hoy, de la impotencia.
Con la indignación no basta. Tampoco con pagar impuestos y cumplir la ley, con ser una persona honrada. El poeta y activista pacífico antimafia Danilo Dolci dice que cada uno crece únicamente si es soñado. Hoy la Argentina es el resultado de una década que fue soñada en 2003. Y bajo los logros obtenidos no se deberían ocultar delitos cometidos. Relato no excusa desfalco, la ideología no justifica la improvisación, la legitimidad de las urnas no valida la impunidad, la inoperancia de la oposición no puede autorizar la corrupción. En el acto del 25 de Mayo, la Presidenta pidió abrir las compuertas, dar luz y visibilidad. Es momento de hacerlo, dando primero el ejemplo.
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