Un discurso público que la vida cotidiana desmiente
Más allá de las explicaciones oficiales, teñidas para variar de victimización, algo ha cambiado: la Presidenta ha cedido protagonismo público. Atrás quedaron los días de los reportajes personales o las sobredosis de cadena nacional. Ni siquiera Twitter o el perro Simón. ¿Qué pasó con el estilo de liderazgo personalista y centralizado que caracterizó al kirchnerismo desde sus inicios? ¿Qué motivó el cambio?
La dinámica de la construcción del llamado relato K permite dilucidar algunas claves. En 2003, con notable iniciativa política, se engendró una muy conveniente historia, casi una novela. Se le agregó una épica, tal como indica el manual de comunicación, y se logró ilusionar e identificar a muchos que hasta ese momento no se sentían representados. Los relatos eficaces así funcionan. Impregnan con emociones, dividen y polarizan. Se adueñan de la moral, la razón y la justicia. A los demás, ya se sabe, ni justicia o más modestamente, ni luz.
El cuadro de Videla, el "vamos por todo", el "modelo", la "corpo", "la opo". La lucha contra el FMI, con el curioso pago total de la deuda incluido. La "juventud maravillosa", recientemente subsidiada. Esa combinatoria de declamaciones y de acciones, algunas reales, otras ficticias o apenas meras expresiones de deseos, cimentó la mística de sus seguidores. Pocos se cuestionarían su consistencia; la mística deja poco espacio a la razón. Era el tiempo del "para todos y todas". Era la década ganada.
Pero los relatos se desgastan. Aparecieron las grietas y las rajaduras que presagiaban el derrumbe. Hay dos hechos que lo pusieron en evidencia: la actitud inicial hacia el papa Francisco y el nombramiento del general Milani. La elección del Papa fue tratada, al comienzo, con marcada indiferencia (ver YouTube), aunada a una importante operación de desprestigio. No obstante, con rápidos reflejos, se pasó a la devoción en cuestión de horas y al afiche de campaña en seis meses. Milagros del relato. Ya sabemos, no hay que dejar las convicciones en las puertas de la Casa Rosada.
El segundo caso no es menos elocuente; por mucho menos que las dudas existentes respecto del papel de Milani durante la dictadura ha habido quienes vieron terminada su carrera militar. ¿Contradicción? Ninguna, sólo "inteligencia".
El cinematográfico retorno de la Fragata Libertad, encubriendo con su puesta en escena ineptitudes vergonzantes, o la recuperación fugaz de la agenda e iniciativa política sólo cuarenta y ocho horas antes de una dura derrota electoral han sido quizá los últimos destellos de aquel estilo que dominó casi una década.
Hasta que llegaron los cortes de luz, las huelgas de esos policías golpistas, según la descripción oficial, pero luego premiados con aumentos salariales inéditos. El precio del tomate o las idas y venidas con anuncios impositivos que dejaron desairado al propio jefe de Gabinete muestran otra realidad. Una donde lo doméstico desnuda las inconsistencias, falacias y falsedades del relato. Los que se quejan por los cortes de luz o los que viajan y pretenden llegar vivos a destino son dscriptos por los medios oficialistas como pequeñoburgueses contrarrevolucionarios, tal como lo hubieran hecho en los años setenta otros pequeñoburgueses, pero de la variedad "iluminados".
El kirchnerismo, siempre cargado de excesos, pasa de cadenas nacionales semanales al silencio. De tres días de duelo por un terrible accidente en un edificio en Rosario a un alegre baile que convive con más de una decena de muertos, mientras se canta: "Que la muerte no nos sea indiferente". Había que ver "quiénes eran los muertos", siniestro remedo del "algo habrán hecho".
Lo más fascinante es querer mostrarlo todo como coherente, en un discurso en el que tampoco es inconsistente decir que no hay inflación, mientras se aplican uno tras otro planes de control de precios. Nos dijeron que los países con un 25% de inflación explotan. ¿Y los que tienen 30%? ¿Implosionan?
Cuando el rumor prevalece sobre la información, la incertidumbre crece, los riesgos son muchos y las preguntas se suman: ¿es una estrategia o es que no se puede afrontar una realidad incómoda? ¿Es un problema de salud? ¿Es una nueva actitud existencial?
Es lícito cambiar de estilo. Pero también lo es señalar el cambio y plantear interrogantes. Al kirchnerismo no le gustan ni las explicaciones ni las preguntas. Prefiere su relato, aun en esta versión del trigo y la harina, tan devaluada como un billete de cien pesos después de la década ganada.