Un G-20 tan caliente como el conurbano
En áreas de seguridad del Gobierno han puesto la atención en noviembre. No porque la calle no requiera siempre un especial cuidado, y más en tiempos de ajuste, sino porque sospechan de intenciones de grupos políticos que estarían interesados en entorpecer el desarrollo del G-20, encuentro que tendrá para esas fechas un especial atractivo: será, además de la reunión multilateral de jefes de Estado más importante de la historia argentina, una oportunidad para una conversación largamente esperada en el mundo, la de Donald Trump y su par chino, Xi Jinping. Como si las habituales tensiones de diciembre, que terminan según el calendario policial bonaerense el 24, a las 18, se estuvieran adelantando para una discusión que trasciende el conurbano: la disputa por los aranceles con los que China y Estados Unidos deberán convivir, al parecer, por varias décadas.
La Argentina ha quedado en un lugar relevante. Por su carácter de anfitrión y por el modo en que Trump ha empezado a dirimir asuntos que explican bastante de su interés en que Macri salga del atolladero económico. Hay gestos que no son casuales. En el peor momento político de Cambiemos desde que llegó a la Casa Rosada, que fue aquel fin de semana en que cuatro dirigentes afines le rechazaron al jefe del Estado la propuesta de sumarse al Gobierno, Trump dio un respaldo sin precedente en los últimos años: emitió un extenso comunicado en que no solo elogiaba a Macri, sino que recordaba que la Argentina era un aliado "extra-OTAN" de los Estados Unidos, una condición que solo tienen 17 naciones en el mundo, entre ellas Israel, Japón, Corea del Sur y Australia.
Macri lo había llamado días antes personalmente para pedirle ayuda, y ambos volvieron a hablar por teléfono durante la mañana del martes 4 de este mes, mientras el Departamento del Tesoro daba en simultáneo otra señal: lejos de esperar que Nicolás Dujovne llegara siquiera al hotel en Washington para seguir la negociación con el Fondo Monetario, un auto pasó a buscar al ministro por el aeropuerto para llevarlo directamente a una reunión con Steven Mnuchin, jefe de esa cartera. Ese fin de semana ya había partido de la Cancillería hacia Washington un memo detallado con la situación argentina.
América Latina ha recobrado para la Casa Blanca un rol que había perdido, que es el de terreno de disputa de la hegemonía con China. Es cierto que ese desvelo norteamericano es histórico, pero había perdido fuerza en detrimento de otras urgencias en los últimos veinte años. Hay académicos que recuerdan haber sido convocados en el verano boreal de 2001 por George W. Bush a reuniones de consulta para tratar el tema, pero lo que parecía el inicio de un ciclo de charlas se interrumpió dos meses después con los atentados del 11 de Septiembre. La aparición de un enemigo geopolítico inesperado, Estado Islámico, distrajo entonces la atención sobre China, que se convirtió curiosamente en uno de los países que financió, a través de la compra de bonos del Tesoro, el gasto militar con que la principal potencia del planeta emprendió su estrategia en Medio Oriente.
China lo aprovechó para crecer. Esa expansión y el regreso de los republicanos han vuelto a cambiar el eje. Henry Kissinger, el veterano exsecretario de Estado que sigue conversando con Trump e influyendo a través de Jared Kushner, yerno del presidente, suele revelar parte de esta cosmovisión en sus visitas a los think tanks de Washington, como el Center for Strategic and International Studies (CSIS), donde explica que se ha invertido aquella figura del triángulo que él mismo usaba en 1969 para asesorar a Nixon. Si entonces había que acercarse a la China maoísta para enfrentar a la Unión Soviética, razona Kissinger, ahora conviene aliarse con Vladimir Putin para frenar a Xi Jinping. La propuesta es aceptada por el Kremlin, pero provoca desacoples con la Unión Europea, que tiene a Rusia como proveedor de gas; críticas de los demócratas y el establishment político norteamericano, y hasta reparos académicos en Moscú. Iván Danílov, analista de la agencia Sputnik, cuestionó a fines de julio esa táctica a la que The Daily Beast, un sitio de noticias centrado en la política y la cultura pop, bautizó como Plan Kissinger. "Un diálogo realmente sustancial en las relaciones ruso-estadounidenses solo puede empezar después de que la Casa Blanca entienda que Rusia no es un ?martillo geopolítico' para romper la Gran Muralla China, sino que es uno de los polos de fuerza global con sus derechos e intereses", dijo.
Se entiende entonces que la Casa Blanca haya puesto especial atención en el Lava Jato y celebrado la causa de los cuadernos. No solo porque las implosiones de los sistemas de obra pública de Brasil y la Argentina les dará oportunidades de participar a empresas norteamericanas, sino porque esas mismas multinacionales tienen en general políticas de transparencia que las obligan a invertir solo bajo determinadas condiciones que sus pares chinas, casi todas de participación estatal, no suelen exigir. Lo que está en juego no son solo pujas sectoriales, sino un proyecto que el gobierno de Xi llama "Made in China 2025", un programa industrial que apunta a dominar el mundo de la robótica, la inteligencia artificial y otras actividades tecnológicas, y que exaspera a Trump. Un avance en varias direcciones y cada vez menos silencioso. A través de China National Chemical, que compró Syngenta, y China National Cereal, Oil & Foodstuff Corporation (Cofco), que adquirió Nidera, los chinos controlan ya casi el 15 del mercado de semillas del mundo y entre el 25 y el 30% del argentino. Bayer-Monsanto, el conglomerado líder, tiene el 26% en el mundo y el 20% aquí.
Macri está a horas de cerrar el acuerdo con el FMI. Y volverá seguramente a ser bien recibido mañana en Nueva York, en la Asamblea de la ONU. Será su frente más benévolo en la crisis. Puertas adentro del país todo parece más ríspido y hasta contradictorio: esas causas judiciales que le permiten mostrarlo atento a la renovación institucional envalentonan a la vez a facciones políticas involucradas que quisieran verlo abandonar el poder en helicóptero. Hay además aliados propios que podrían caer, como su primo Ángelo Calcaterra, o empresas como Techint, una de las que más ha invertido en Vaca Muerta, la gran apuesta oficial para resolver en el futuro la trampa cambiaria en que la Argentina cae cada cinco años. La peor amenaza siempre está adentro. La diplomacia del conurbano suele ser menos paciente que la tradicional.