
Una opinión pública más activa
Con las iniciativas para completar el número de ministros de la Suprema Corte, el presidente Macri nos dio una ocasión de inquietud y una rectificación bienhechora. Entre ambas situaciones se produjo lo que muchos periodistas han llamado una tormenta política. En realidad, el mundillo político pareció marchar detrás de otras irisaciones: la rápida y muy generalizada reacción de la opinión pública. Esa opinión pública merece ser mirada más de cerca porque es, por sus nuevas calidades, un protagonista diferente en el sistema de poder de la Argentina.
Ya en los últimos años del gobierno autoritario de la presidenta Kirchner pudimos observar, levantando la mirada, que muchas iniciativas inconsultas del Poder Ejecutivo chocaron con olas de resistencia colectiva que terminaron por no dejar pasar ni la reelección indefinida, ni la arremetida contra la independencia del Poder Judicial, ni la presión para la evicción del juez Fayt, ni el acuerdo con Irán, por citar algunos temas notorios. Y bueno es recordar que esas resistencias exitosas se presentaron contra un gobierno que tenía mayoría en ambas cámaras del Congreso, en las gobernaciones de provincias, en los controles municipales, con más una cierta buena disposición de grupos empresarios beneficiados por un régimen de protección en la industria y en las finanzas.
Esa opinión pública activa está formada sin duda por las fuerzas políticas y los medios de comunicación; esto es lo más tradicional. Pero lo nuevo parece ser un cambio en la cultura política de los ciudadanos, la formación y el crecimiento de una opinión calificada en las organizaciones no gubernamentales, y la proliferación y sustancia de las redes digitales que no dejan de crecer.
La mayor cultura política de los ciudadanos es un fruto natural y bienvenido de los 32 años de vida democrática. No han sido años inocuos, pues tuvimos dos hiperinflaciones, un gobierno que hizo lo contrario de lo que prometió, una terrible crisis de deuda externa, un colapso de un presidente constitucional, horrendos atentados contra la vida y una gran destrucción del aparato productivo con la ilusión de haber logrado una moneda sólida. Gracias a la casi irrestricta vigencia de las libertades públicas, todos esos hechos traumáticos pasaron por los activísimos medios de comunicación y por las redes que se fueron desarrollando a gran ritmo. Nuestros ciudadanos aprendieron a relacionar una decisión con un resultado, una promesa con una mentira o una esperanza, una alerta sobre riesgos futuros. No hemos podido medir esta formación cultural, por lo menos yo no conozco estudios sociológicos sobre este evidente nuevo entrenamiento de la opinión, pero no se puede dudar de su existencia y sacar, en consecuencia, las conclusiones, que no son obvias, aunque sí estructurales.
La ciudadanía ha manifestado esa nueva habilitación cultural en el modo de votar, valorizando el poder del voto: no sólo millones de votos han pasado, de un turno electoral a otro, a cambiar de posición radicalmente, sino que en estas últimas elecciones se ha visto, especialmente en los niveles municipales, un trabajo de los ciudadanos y los dirigentes barriales y hasta religiosos por formar gobiernos y cuerpos colegiados que no responden a esquemas tradicionales. ¿Ha surgido Pro como un nuevo partido político? Es temprano para contestar la pregunta, pero no hay duda de que sus candidatos han entrado de cuña en el conjunto partidario tradicional.
Lo que vimos en la pantalla electoral tiene raíces más profundas. Esas son las que sacuden, en forma de millones de mensajes en las redes y en pronunciamientos de grupos calificados en las ONG, las certezas de las decisiones oficiales. Y los periodistas son también parte de esas redes y toman nota del estado de la opinión y lo reflejan en sus trabajos, en sus investigaciones, en sus invitaciones a dialogar. Y acaso también los dirigentes políticos, los legisladores y los jueces están oyendo continuamente ese rumor y procurando lealmente adaptarse a las corrientes de cambio. Algunos otros, precavidos, han de estar atentos a todo esto para defenderse cuando se trata de sus intereses particulares o de grupo, pero también están oyendo, no tienen más remedio.
Esta es la opinión pública que acompañó al Presidente en su rectificación en la cuestión de la Corte, y es también la que se alarmó con algunos errores administrativos como el DNU sobre legislación educativa y está atenta a otras decisiones de peso como la derogación de la ley de medios. Y ha de ser también la que mirará con su densa cultura de episodios anteriores lo que vaya resultando de la nueva política económica que se pone en marcha. Esto es de esencial comprensión, porque si resulta natural que el gabinete económico de Macri preste atención a las respuestas del mercado, parece indispensable que miren este otro universo, más oculto, más vasto y más silencioso. La vigencia política de las medidas económicas no se jugará en los mercados, sino en esta opinión pública muy alerta que cuando no es escuchada y no tiene a mano un turno electoral toma la calle como hemos visto en los tramos finales de la presidencia de Cristina Kirchner.
La Argentina de hoy no es la de hace veinte o treinta años, en muchos aspectos. Ya no hay posibilidad de gobernar al costado de la opinión pública, aun cuando se tengan mayorías electorales y legislativas categóricas. Con mayor razón cuando no se las tiene. Y como en general la crisis de los partidos políticos ha destruido la capilaridad que ellos ponían a disposición del poder, los gobernantes de hoy no pueden dejar de mirar por las ventanas, so pena de despertarse con sacudimientos que, por comodidad, terminan explicándose con teorías conspirativas.
Claro que los adversarios políticos del Presidente procurarán aprovechar cualquier mal humor de la opinión pública para capitalizarlo en su provecho, pero eso es buena ley de la democracia. Lo deseable es que así como se ha hecho en el problema de los nombramientos para la Corte, los asesores del Presidente estén muy atentos a estas manifestaciones intangibles de la voluntad general y, en lo posible, las perciban antes de tomar las medidas que pueden parecer eficaces en lo técnico, pero resultan un desbarro en lo político.
Entramos en un sistema de poder bifronte: las acciones a través de las instituciones y la generación de opinión pública independiente. Es bueno esperar que la llamada "clase política" tome nota de estos cambios, porque implican otro modo de gobernar, casi un cambio copernicano en la democracia que inauguramos hace 32 años.
El Presidente, por su lado, nos ha dado una prenda de confianza, rectificando a tiempo el tiro de los ministros de la Corte.
Economista e historiador