Una palabra difícil de pronunciar
Ricardo Balbín, durante los gobiernos de facto que hubo en el país en los años 60 y 70, solía apelar a una palabra que a los políticos de la época e incluso a los locutores de radio les costaba pronunciar: institucionalización . También el general Alejandro Agustín Lanusse la empleaba, aunque tal vez no con la impecable dicción del líder radical.
¿Qué quería decir institucionalizar ? Simplemente, recuperar las instituciones o construir un orden institucional. Podían haberse usado indistintamente las fórmulas "recuperación de las instituciones" o "recuperación de la democracia", pero no querían decir exactamente lo mismo, aunque la primera presuponía la segunda.
En efecto, sólo podían recuperarse las instituciones a través de la democracia, o sea, devolviéndole al pueblo el derecho a elegir a sus representantes. Pero la "institucionalización" no se agotaba en las elecciones, iba más lejos, era un objetivo más a largo plazo y más perdurable. Institucionalizar significaba, lisa y llanamente, la plena vigencia de la Constitución Nacional y de sus principios fundamentales, entre ellos la división de poderes; el cumplimiento de las normas, las leyes y los contratos; la previsibilidad. Significaba también la intangibilidad de los depósitos bancarios y de los fondos para jubilaciones y pensiones, fuesen públicos o privados, y la existencia de un Estado eficiente, que no derrochara los recursos públicos y estuviera al resguardo de las mafias y los clanes políticos.
Institucionalizar el país
En ese sentido, puede decirse que durante las décadas citadas la Argentina recuperó la democracia en dos oportunidades (1963 y 1973), pero fracasó en el objetivo de institucionalizar el país, lo que llevó a nuevos golpes de Estado. Volvió a recuperarla en 1983, y desde entonces no volvió a romperse el orden democrático, pero la institucionalidad lograda fue muy débil, frágil, vulnerable y se hizo trizas en las jornadas de diciembre de 2001. Con la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, el congelamiento de los depósitos, la devaluación y la pesificación no sólo se derrumbaron las instituciones, sino que también desapareció un orden jurídico mínimo.
Hubo, sin embargo, una precaria continuidad gubernamental y administrativa y, tras un cuatrimestre que quedará en la memoria de los argentinos como un tiempo de horror, se logró una precaria estabilidad económica, social y política, con algunos signos de reactivación. Y se llegó así a las elecciones generales del 27 de abril, que fueron de las más limpias y transparentes que se hayan realizado en el país, con una muy alta concurrencia de votantes y bajo porcentaje de votos nulos y en blanco, y de las que surgió un esquema político pluralista y equilibrado, en el que cinco candidatos presidenciales se disputaron el favor de la ciudadanía.
La abdicación de Carlos Menem impidió que se completara el proceso electoral con el ballottage , lo que quitó al pueblo el derecho a expresarse libremente en la segunda vuelta. Pero ya hay un nuevo gobierno, que con el concurso de todos los sectores de la vida nacional deberá tratar de remontar la cuesta y cumplir con los compromisos contraídos, entre ellos la institucionalización.