
Una política para el futuro
La gran división política en nuestro país no es ideológica sino cronológica: es la diferencia entre la política que vive todavía a mediados del siglo XX y el resto del país que vive en el siglo XXI.
Alcanza con escuchar los discursos y ver los nombres de algunas agrupaciones para darse cuenta de que buena parte de la política está empantanada en el pasado: Cristina levanta una retórica de los setenta, o sea, de hace ya cuarenta años, Moyano referencia constantemente "al General" y Scioli, para no ser menos, funda La Juan Domingo. El oficialismo es un teatro político que agita banderas polvorientas, que clama por fantasmas y que enarbola selectivamente prontuarios –legajos del pasado– como si fueran argumentos. La fijación por el pasado no es solamente peronista. El radicalismo defendió la expropiación de YPF pegando a sus bancas carteles que recordaban a Mosconi e Yrigoyen y, en lugar de especificar el bien que le haría al país y al consumidor una YPF estatal bien administrada, prefirió recordar a Illia y a Alfonsín; todas éstas son sin dudas personalidades históricamente relevantes, pero ajenas a los desafíos que hoy enfrentamos. Hasta la juventud kirchnerista se ha contagiado del vicio del pasado, con La Cámpora como principal referente, pareciendo así jóvenes exponentes de la vieja política.
Si el oficialismo se resiste a encarnar el futuro, no sorprende que lo esté hipotecando. En la última década de crecimiento a tasas chinas no hubo casi inversiones en infraestructura ni energía. El porcentaje de familias que no tiene acceso a gas en red y a la red cloacal prácticamente no ha cambiado y nos comimos las reservas energéticas pasando de ser un país exportador de hidrocarburos a ser importadores. Recientemente, el gobierno nacional repudió un tratado automotor con México, país amigo y mercado enorme, que había costado mucho esfuerzo negociar. El cortoplacismo de la medida es evidente cuando consideramos que Brasil, aprovechando la circunstancia, ya tantea negociar con México un tratado de libre comercio. Abandonamos inexplicablemente espacios, influencias y mercados que no son fáciles de recuperar.
En oposición a la política del pasado, hay una Argentina que ya vive en el siglo XXI. Esta Argentina es el primer productor per cápita de alimentos del mundo y el primer exportador mundial de biodiésel; tiene el mayor número de empresas de biotecnología de América latina, exporta reactores nucleares y lanza satélites al espacio; posee la tercera reserva de litio y de gas no convencional del planeta. Podría ser, según estudios serios, potencia minera y potencia ambiental; se está convirtiendo en exportador de software y videojuegos, es el país que Google, resaltando su capacidad emprendedora, elige para su oficina latinoamericana; es el país que sigue siendo imán cultural y político para toda la región. Pero además es, fundamentalmente, el país de millones de personas cuyas necesidades materiales hoy, habiendo dejado atrás el siglo XX hace ya más de diez años, no son satisfechas por una política anclada en el pasado.
Para los argentinos el siglo XXI ya es el presente. Cuando la política decida acompañar el presente se empezará a construir el futuro.
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