Una tragedia griega
Los huracanes llevan nombres propios. Que en tiempos machirulos eran de mujeres. La lucha feminista corrigió la atrocidad que volvía sinónimo de catástrofe al género femenino. Aunque en la historia ganan por goleada los desastres de los varones. Para salvarlo llegaron los nombres masculinos. Sin corregir el carácter estigmatizador, La pandemia del Covid, con visos de tragedia clásica, inauguró bautismos con el alfabeto griego. Aporte cultural y avance civilizatorio. No exento de contingencias y consecuencias.
Así, mientras se disparan alarmas por la circulación de la variante “ómicron”, estamos obligados a reparar en dos inquietantes circunstancias. La primera es que ómicron llegó tras el salteo de dos letras que la preceden. Una se descartó para evitar la confusión de “nu” con nueva. Y la OMS, eludió a “xi” porque no quería conflictos chinos. Otra vez. Para anabólico de suspicaces. Pero nada de eso parece tan preocupante como que la supercontagiosa variante actual haya sido nominada con una letra que lo minimiza todo: ómicron significa “o pequeña”. Por lo tanto, deberíamos concluir que esta mutación no debería alterarnos tanto y prepararnos para la última letra griega. Omega significa nada más y nada menos que “o grande”. ¡Oh, no!