
Vampiros eran los de antes
Silvia Hopenhayn Para LA NACION
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Los vampiros inyectan intensidad en momentos de apatía narrativa. Cuando se acaba la fantasía, nada mejor que un buen vampiro. Sobre todo porque no hace falta que resucite. Es un personaje latente, que funciona cuando algo está por acabarse. Sobreviven al desencanto encarnando la sed eterna.
Además de chupar sangre, dormir de día, vivir eternamente y repudiar la iconografía religiosa, el vampiro muta de sentimientos según las épocas. Es eterno y permeable. Su forma de desplazarse, esfumándose y reapareciendo violentamente, lo vuelve necesario para los otros. Es así: un vampiro suele ser elegido por sus víctimas. Es un malvado buscado. Un héroe del deseo.
Más que succionar, respira. Y de eso se trata. Del respirar anhelante. Desde su primera y rotunda aparición, no ha cesado de reproducirse. O más bien, de trasladarse. La última saga de Stephenie Meyer es prueba de su persistencia, esta vez en una representación fashion . Pero tanto en Crepúsculo como en Luna nueva , Eclipse y en Amanecer , el vampiro no aparece solo. Forma parte de una liga, de grupos que, incluso, se enfrentan con los hombres lobos, como si fueran patotas.
Las lecturas interpretativas de esta nueva versión del vampiro son múltiples. Están los que despotrican contra la edulcorada relación que estos pálidos seres mantienen con sus víctimas, sin sangre ni sexo; otros consideran a los vampiros una banda de drogadictos, y a los hombres lobos, comunidades gays excluyentes. Anterior a Meyer fue el éxito de la saga de Anne Rice (que comenzó muy bien con Entrevista con el vampiro y fue empeorando hasta la décima entrega de esta multimillonaria escritora).
El cine y la televisión acompañaron el proceso. Desde el Nosferatu, de Murnau, (1922) hasta el de Herzog (1979) o el de Coppola (1992). Incluso la serie Buffy, la cazavampiros . Y si bien muchos vuelven a la novela de Bram Stoker, Drácula , de 1897, se olvida con frecuencia al primero de todos, escrito por el médico de lord Byron, John Polidori, a principios del siglo XIX. En este cuento largo, que en su momento tuvo un éxito impredecible, aparece un Drácula con rasgos aristocráticos, pálido y flemático.
La reciente publicación de este texto fundacional, con suculento prólogo de Mariana Enríquez, permite comprender los primeros atisbos de un personaje que sobrevive a todos los tiempos, con un semblante acorde a las distintas épocas, siempre listo para reflejar la desesperación y la falta de esperanza, en un contexto de anhelo constante. Por otra parte, si bien es conocida la anécdota, vale reiterar que el relato de Polidori es resultado de una jugarreta literaria. Byron invitó en el verano gris de 1816 a sus más cercanos amigos para que compartieran su mansión de Villa Diodati, a orillas del lago Leman, en Ginebra. Allí se encontraron Mary Shelley, el poeta Percy Shelley y John Polidori. Una noche, lord Byron los desafió a escribir las mejores historias de miedo que se les ocurrieran. Y surgieron nada menos que Frankenstein , de Shelley, y El vampiro , de Polidori. En este último, su protagonista, llamado lord Ruthven, tiene cierto parecido con el propio Byron.
El primer vampiro está inspirado en uno de los mejores poetas románticos.
Lo que sobrevive es, entonces, la poesía.
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