
Venezuela, por la libertad
Los libros de historia están llenos de fechas que han sido determinantes para las naciones. Unas para mal y otras para bien. En Venezuela tenemos el 23 de enero que, hasta hoy, se celebra como el Día de la democracia, recordando el momento en que terminó, allá en 1958, la última dictadura militar (antes del chavismo). Pero también tenemos la del 4 de febrero, cuando se recuerda el intento de golpe de Estado perpetrado por Hugo Chávez en 1992, o el 2 de febrero de 1999, cuando este mismo personaje, militar golpista, juró como presidente. Desde ahí comenzó la debacle de una democracia que, para la fecha, ya tenía cuatro décadas.
El chavismo lleva en el poder unos largos, dolorosos y oscuros 25 años. Un cuarto de siglo. Dos generaciones enteras. Y si bien durante un buen tiempo los legitimó el voto de la sociedad, al menos durante la última década, cuando se convirtieron en una minoría absoluta (hoy reducida a su mínima expresión electoral), siguen ocupando el poder única y exclusivamente por la fuerza bruta. Hablamos, sí, de una dictadura. Una muy cruel, una sanguinaria, una que ha cometido y sigue cometiendo las atrocidades que hace décadas cometieron Jorge Rafael Videla o Augusto Pinochet… pero, claro, todo con un discurso “socialista”.
Durante todo este tiempo, las arcas de la república fueron saqueadas. El chavismo, que ha manejado los mayores ingresos de la historia de Venezuela, dilapidó, desapareció y robó cientos de miles de millones de dólares. Ese dinero, que no se invirtió en servicios públicos, que no se destinó para el sistema sanitario y que no se usó para construir grandes obras, está en los bolsillos de la élite chavista y de los propagandistas que hoy van a Caracas a decir que “todo está bien” mientras más del 80% del país se encuentra bajo la línea de pobreza y mientras un millar de venezolanos, por día, cruzan la peligrosísima selva del Darién buscando escapar de la barbarie “roja, rojita”. Hoy la de Venezuela es la migración ¡más grande del mundo! Es mayor que la de Ucrania o Afganistán, países en guerra. Hablamos de más de ocho millones que han dejado su tierra, más del 25% de la población de Venezuela. Y esos números, son personas. Son historias. Son nostalgias y dolores. Son abrazos que no se dieron, y muchos que, lamentablemente, no van a poder darse nuevamente. Es la expresión más clara de lo que ha significado esta dictadura oprobiosa. Y, además, es una realidad que se hará más grande si el cambio en Venezuela no ocurre este año.
Esta misma dictadura que ha expulsado a millones y ha robado como ningún otro gobierno en nuestra historia, ha instaurado un terrorismo de Estado que, conforme se acerca la fecha electoral, profundizan.
Ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, torturas y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes, incluida violencia sexual o de género, son la carta de presentación de un régimen que ha dejado a miles de venezolanos sin hogar, pero que tiene decenas de casas clandestinas de tortura en todo el país.
Hoy, sin embargo, tenemos la oportunidad de estampar en los próximos libros de historia una nueva fecha para recordar en Venezuela. Un día de alegría luego de tanta lucha. Una fecha que evoque el inicio de un país libre y democrático, de reencuentros y abrazos, de progreso y construcción.
El 28 de julio de 2024 los venezolanos tendrán la oportunidad de votar por un cambio. No es una votación cualquiera, claro está, pues estamos frente a un proceso en dictadura, por lo que, para asegurar que la voluntad de la gente sea respetada, hay que cuidar ese voto, vencer los obstáculos y las arbitrariedades del poder y ser garantes activos de que los resultados emitidos por el Consejo Nacional Electoral (CNE) sean los números reales, aquellos que van a reflejar una victoria contundente de Edmundo González Urrutia.
No hablamos de algo sencillo, ciertamente, pues si el 90% del país desea, necesita y trabaja por un cambio, esa pequeña élite que se resiste usará (como ya está haciendo) lo único que le queda: la fuerza bruta. Pero, tal y como escribió el gran humorista venezolano, Laureano Márquez en el “credo ucevista” (mi amada y añorada Alma Mater), yo “creo en las pequeñas batallas y en la irreductible fuerza del bien”.
Es por ello que estas pocas líneas, donde se ha descrito lo que ha significado el chavismo, también tienen la intención de decirle a cada venezolano y a cada ciudadano en el mundo que siente esta lucha como suya, que podemos lograrlo. Podemos cambiar el país, podemos ser libres, podemos dejar atrás la tristeza del desencuentro, podemos hacer del 28 de julio nuestro nuevo 23 de enero, y que esta vez la democracia no tenga más interrupciones. Nunca más. Nunca más.
Faltan pocas horas para el gran día. Hay mucho trabajo por hacer, pero todo bien valdrá la pena. Ya lo cantó el artista venezolano Danny Ocean: “Caracas en diciembre, maybe”… pero primero lo primero: el 28.
Defensora de derechos humanos, Secretaria General Foro Argentino para la Defensa de la Democracia (FADD)