
Y si acaso Evita viviera...
En esta campaña (o refriega, según se prefiera) hay dos temas que, para esta humilde observadora, sobresalen por encima de los demás. El primero es la aplicación de la futurología a la probable conducta de Evita respecto de los dos (o más) bandos que disputan (¿planes, proyectos, cajas?) en el justicialismo. El otro tiene que ver con la cantidad de mujeres que son cabeza de listas, en un país al que las Naciones Unidas ubica en el grupo de los que practican asiduamente la discriminación de la mujer.
Del lado combativo Evita aparece como una militante aguerrida, defensora de los derechos humanos y embistiendo al Fondo Monetario. En la versión opuesta, aparentemente más hogareña, se rescata a una Evita inmóvil y horrorizada ante los encarnizados enfrentamientos dentro de su propia familia: la justicialista.
Este dilema lo soluciona la historiadora Marysa Navarro, autora de una de las mejores y más objetivas biografías de Eva Perón. En una reciente entrevista en Clarín, Navarro aseguró que "Evita nunca se rebeló ante Perón" y que no existe "una sola prueba que permita suponer que ella fuera capaz de tomar medidas radicales, tipo armar a los sindicatos, en contra de lo que Perón quería". Si se tiene memoria de la performance del general en sus últimas épocas, parece dudoso que la hubiera impulsado a tareas de tipo marciales.
Siguiendo el hilo de Navarro, Eva "tenía una visión muy tradicional de la mujer". Estaba enamorada de su marido, al que admiraba y agradecía haberle dado un lugar en la sociedad. Y jamás hubiera puesto en juego todo aquello sacando los pies del plato. Entre otras cosas porque el feminismo no era lo suyo. A Evita sólo le importaban Perón y sus descamisados y cumplió a fondo con ellos.
Navarro también se opone a analizar un fenómeno como Evita ocurrido en tiempos en que la Argentina comenzaba a experimentar profundos cambios, con los ojos de este país en declive. "Es imposible trasladarla al contexto actual e imaginarla piquetera, como fue un error utilizarla en los setenta con la melena al viento como símbolo revolucionario", concluye.
El novedoso protagonismo femenino en la campaña electoral no debe ser visto como un amague de limar diferencias entre los sexos. Exceptuando a Carrió que se ha hecho eco de temas que tocan a las mujeres como la violencia doméstica, el resto jamás ha hecho una mención a la situación de sus congéneres como tema de campaña. Como si a las mujeres pobres no hubiera que explicarles su situación.
Chiche Duhalde las quiere femeninas, pero domésticas y obedientes como las manzaneras. Cristina Kirchner nunca ha dado muestras de interesarse por el tema y, cuando alguien le ha hecho una pregunta sobre cuestiones femeninas, se ha mostrado hostil y despectiva. En palabras de la filósofa Diana Maffia, "Cristina es una mujer que necesita del reconocimiento de los otros varones, de varones de la política. No busca una identificación con las mujeres porque participa con los varones del desprecio que ellos sienten por el hecho de que las mujeres se ocupen de ciertos temas en política".
Carmen Alborch, ex ministra de Cultura del gobierno de Felipe González, calificó a muchas de su género como "malas y misóginas". Por si esto fuera poco, hace más de un año se publicó en Estados Unidos un estudio llevado a cabo bajo el nombre -irónico, es de esperar- de "Sondage Monster", que demostraba que un 88 por ciento de las mujeres prefería trabajar con hombres antes que con sus compañeras de sexo. Por fin, en una investigación sobre el tema realizada por el diario francés Libération, una empleada de 30 años admitía que nunca sería ascendida por su jefa cincuentona, a causa de la envidia que esta sentía por su figura, su ausencia de celulitis y la tersura de su cutis.