El shopping, la inocencia perdida y los pibes de hoy
El infierno debe parecerse bastante a un shopping en época de compras navideñas y vacaciones escolares. Todavía resuenan en mi cabeza las voces agudas de los pasillos abarrotados y de las salas de cine atestadas de pequeñas personas en edad escolar, pero de vacaciones. Quienes leyeron mi sección anterior en Ohlalá! sabrán que las de este año fueron mis primeras vacaciones de invierno como padre, y que esta será mi primera Navidad de verdaderos regalos, aunque todavía a salvo de ciertos engaños, porque Benjamín tiene poco más de un año. Aún así, pude ver como nunca antes el futuro que se aproxima. Tuve (tengo) miedo. Los pibes de ahora son distintos. Son más exigentes, tienen menos limitaciones y más complejidades. Ya no alcanza con un patio o una vereda, con una pelota y una plaza. Siempre hay más.
-¿Pero vos no lo sabías? Papá Noel son los padres...
Recuerdo bien cuando mi hermana y mi primo me dieron la noticia, y ayer tuve la mala idea de entrar a Galerías Pacífico. La primera curiosidad fue ver a padres haciendo compras de Navidad junto a sus hijos todavía en edad de creer en Papá Noel. No sé si yo soy ingenuo o qué, pero me resultó chocante. Además es posible que Galerías sea el shopping menos amigable para un niño que exista en el país, pero aún así estaba superpoblado de cabezas a un metro del piso. Los chicos se escapaban de sus padres y se mezclaban entre la marea de desconocidos, por lo que papá tenía que dejar de mirar el náutico Legacy que tanto le convenía comprar en ese día de promoción, para salir a fijarse cuál de todas esas criaturitas que corrían cual hormiguero pisado le correspondía. Mirar vidrieras no es un buen plan para un niño, salvo que se trate de un palacio de juguetes o tecnología y que, claro, haya dinero para invertir. Me escapé.
Desde que los pibes empezaron a ser esponjas que necesitan todo tipo de información para satisfacer sus necesidades -y, sobre todo, desde que los estrategas del marketing se dieron cuenta de que los chicos constituyen un amplio e inagotable mercado- los padres parecen estar en la búsqueda permanente de qué hacer para entretener a los chicos. Algunos, incluso, les queman la magia de que un señor tiene la capacidad de dejar regalos a las doce en todas las casas del mundo. La paradoja: los chicos quieren estar solos o entre ellos, pero no tanto con sus papás, y cada vez a más temprana edad. "La deposito en un shopping con sus amigas, y después la paso a buscar", me cuenta la mamá de una adolescente de 13 que obviamente ya no cree en Papá Noel ni en los Reyes Magos. "Con mis hijas mayores el plan era estar en casa, o al menos estar más tiempo conmigo, pero ahora quieren hacer sus salidas, sentirse grandes, manejar ellos la plata", explica.
¿Cuál es el atractivo del shopping? "Al menos en su caso no pasa por comprar, sino por sentirse adulta en un mundo adulto, y donde además sabe que está cuidada y nada debería pasarle", me cuenta otra mamá, que para una salida que incluía cine, McDonald's y alguna pequeña compra tuvo que prever un presupuesto de $300, aunque después su hija volvió con el vuelto (¿no es una divina?). "En invierno me tomé una semana para estar con ella, y lo que menos hizo fue estar conmigo", dice en tono confesional otra mamá, casi como si estuviera en un grupo de ayuda para madres con corazones rotos.
Recuerdo vacaciones que no eran sólo de ocupaciones, con algunas salidas al teatro a ver "Amigos son los amigos" o al cine a descubrir de qué se trataba "Jurasic Park", pero en diferentes años. Recuerdo pertenecer a un grupo de amigos que pasaban toda la tarde pateando una pelota contra el portón de una fábrica que oficiaba de arco, o recorridos en bicicleta en los que cruzar la General Paz era toda una aventura. También tengo memoria de días enteros en el patio jugando con mi primo y mi hermana, armando casas con colchas y palos y broches para la ropa. Me acuerdo del dolor que me quedaba en las yemas de los pulgares después de horas y horas de jugar al Family Game.
Y ahora -recién, hace un rato- en un día que había empezado para la mierda, un mensaje de Whatsapp dispara en mi mente la imagen de ayer del shopping, la inocencia perdida, los pibes de hoy y los juegos de antes: es mi mujer con la noticia de que Ben ya patea la pelota. Una infancia más analógica, menos sobreinformada y más relajada. ¿Quién le hace marketing a todo esto?