La noche con Juan: Mimos, un percance y el tabú que se extinguió
Juan me agregó al MSN y arrancamos a chatear. Las conversaciones se hacían día a día más intensas. De gustarme un poco pasó a encantarme, pero el tema era la distancia. En esa época estaba desempleada, había vuelto de Barcelona y estaba tratando de adaptarme a la idea de vivir en la casa de mis papás, y de tener que encaminar mi vida con un trabajo duradero y una proyección "real", quería huir de eso. A veces la idea de responsabilidad de verdad me da miedo.
Él me escuchaba (bah, me leía), me aconsejaba y me contenía. Yo seguía muy triste por lo de mi abuela. Juan era dulce y súper paciente. Después de un par de semanas de ser "novios virtuales" me dijo que me iba a venir a visitar. Y bueno, ahí, de cagona e histérica, me quise matar. La fecha se iba aproximando y yo quería salir corriendo. La conversación sobre la virginidad no había surgido y yo no sabía cómo abordarla.
Viajó y paró en la casa de nuestros amigos en común que seguían de luna de miel. Pero no vino solo, lo acompañaron dos amigos con sus respectivas novias. No era tan valiente, pensé. Llegó un viernes a las seis de la tarde. Nos encontramos en la puerta de la casa de Meri y Diego. Me acuerdo como si fuera hoy: los nervios me carcomían. Esa tarde la tuvimos para nosotros, el resto del equipo llegaba a la noche –venían a practicar con sus skates-. Además de músico trash, era skater.
Subimos al departamento, yo temblaba. Charlamos, fuimos a comprar algo para tomar el té y seguimos charlando hasta que llegó el primer beso. Las cosas se ponían segundo a segundo más hot, Juan no iba con vueltas. Tenía que hablar, pero "cómo se lo digo", pensaba. Lo frené y sintiéndome la mina más loser del mundo, lo miré y le dije: "Te tengo que contar algo". El pibe abrió grande los ojos y ahí entoné la frase condenatoria: "Nunca estuve con nadie".
Lo que siguió fueron varios minutos de ojos estupefactos. Yo no tenía el perfil de una mina muy puritana, había vivido afuera, tomaba, fumaba, salía... Nada, Juan no entendía nada. Me dijo algo así como: "Qué viaje...". En argentino sería un "qué flash". Le expliqué que nunca había estado de novia y que para estar con alguien necesitaba tener confianza, no sé usé todos esos argumentos ridículos que habían dominado mis ganas todos esos años.
La conversación se fue evaporando y volvimos a besarnos. Pasamos del living al cuarto, de ahí directo a la cama. En ese instante arrancó la operación desvirgación. Pero no había caso, yo sentía que no había manera de que ese miembro pudiese entrar en mi cuerpo. Él no se resignaba pero desde un lugar muy tierno. Me mimaba, me preguntaba si estaba segura. Esa noche no tuvimos sexo: sonó el timbre al rato de que él me convenciera de que me sacara la bombacha. Llegaron los amigos.
Se quedaron todo el fin de semana. El sábado volví a visitarlo, era loco lo que pasaba en ese departamento: eran cinco viviendo en dos ambientes. Habían llevado colchones inflables y dormían Juan en el cuarto y las otras dos parejas en el living.
El gran momento se concretó al tercer día. El domingo fui a comer unas pizzas y me quedé a dormir con él. Era todo muy raro, sabía que al otro lado de la pared estaba el resto de la comunidad, pero tenía ese fuckin tabú y tenía que sacármelo. Mi única amiga virgen había cambiado la condición un mes antes y eso me pesaba también (no entiendo bien por qué).
Del hecho en sí mismo no me acuerdo mucho, sé que después de varios intentos finalmente entró... un ratito nomás. Después, él empezó a sentir algo húmedo y cuando miramos había un charco de sangre en las sábanas. Sí, un charco. Me morí de vergüenza, Juan me abrazó y me dijo que era hermosa, toda esa madrugada. Me acariciaba y me miraba con ojos de amor. O al menos así lo sentí yo.
Más allá de que no fue ni mi primer novio, ni mi príncipe azul, sentí que había sido la persona correcta. Me cuidó y me contuvo. Después de "limpiar" la escena del crimen, por llamarla de alguna manera, me cambié. Eran las 6 de la mañana y él a las 7.30 se tenía que tomar el Buquebus. Por suerte, el resto dormía en el living, nadie me vio salir. Caminé despacio para no despertarlos. Juan me acompañó a la puerta, me abrazó, me volvió a decir cosas lindas y se volvió a Montevideo.
Al otro día me sentía extraña. No era tan grave como pensaba. Mis amigas hicieron una especie de cadena telefónica, en minutos todas estaban informadas de que finalmente ya no era más virgen. Nos juntamos a la noche a comer y a brindar. Ellas pensaban que había que festejar.
¿Las sábanas? Las tiene Pilar en su casa. Como la mancha no salió del todo, se las llevó como trofeo y todavía las conserva. Es más, cada vez que se acuerda, vuelve a prometerme que cuando me case (si es que ese milagro sucede algún día) me va a hacer un vestido con ellas.
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