La supervisión de las intervenciones, una tarea que el kirchnerismo usó para la política
La puja por las escuchas excede a la procuradora general, Alejandra Gils Carbó. Apunta a los doce años previos del kirchnerismo en el poder y a la forma en que manejaron las intervenciones telefónicas (y los carpetazos) cuando las manejaba (y manipulaba) la Secretaria de Inteligencia (ex SIDE).
Fueron años en que el entonces presidente Néstor Kirchner se movió a gusto con la información que le pasaban los espías liderados por Antonio Horacio "Jaime" Stiuso, al que los santacruceños mimaron y potenciaron durante una decada.
Fueron años, además, en los que el kirchnerismo disfrutó de montar operaciones de desprestigio en cada campaña electoral, como las que padecieron Enrique Olivera o Francisco de Narváez, entre otros.
Y fueron años en los que las escuchas (las legales y las otras) quedaron bajo la órbita de la infame "Ojota" de la ex SIDE, que se ganó su apodo gracias a sus iniciales formales: O. J. (Observaciones Judiciales).
Ese statu quo sólo comenzó a cambiar cuando, ya en su último año en la Casa Rosada, el kirchnerismo rompió con sus socios para los trabajos desagradables. Y no rompió por un súbito ataque de conciencia. La causa fue más práctica: la entonces presidenta Cristina Kirchner sospechó que los muchachos eran más fieles a si mismos que a ella y su poder.
Stiuso, el fiscal de la Unidad AMIA, Alberto Nisman, y el operador judicial icónico de los últimos 20 años, Javier Fernández, pasaron entonces al campo de enemigos, junto al estudio jurídico del hasta entonces utilísimo Darío Richarte.
Acaso el kirchnerismo prefiera olvidar ahora -en estos renovados tiempos de devoción por la institucionalidad republicana- aquellos tiempos de aprietes en que varios jueces de los fueros sensibles recibían órdenes -y hasta resoluciones para firmar- digitadas desde la quinta de Olivos y redactadas por los todoterreno.
¿Cuál fue entonces el antídoto K a los nuevos rivales en los sótanos del poder? Primero potenciaron al gran rival de Stiuso dentro de la ex SIDE, Fernando Pocino. Luego apostaron por el jefe de la inteligencia militar, el general César Milani. Y luego decidieron dar un golpe de efecto: le cambiaron el nombre a la ex SIDE.
La Agencia Federal de Inteligencia (AFI) fue el nuevo nombre para repetir algunos de los mismos vicios de siempre. Porque al frente se ubicó Oscar Parrilli. uno de los laderos más fieles de la entonces presidenta.
No sólo eso. Como para contrarrestar a los espías veteranos, el kirchnerismo optó por insertar en la AFI a más de 100 militantes propios -en particular de La Cámpora- sin más otro mérito en muchos de esos casos que ser, justamente, militantes.
Para que el gatopardismo no fuera tan evidente -y ante la necesidad de pasar el proyecto de la AFI por el Congreso-, sin embargo, el kirchnerismo propuso extraerle las escuchas a los espías.
Pasó así a manos de la Procuración, aunque muchos se pusieron nerviosos igual.
Razones para el nerviosismo sobran. Pueden atestiguarlo decenas de políticos -incluidos ministros y secretarios del propio kirchnerismo- que padecieron esas escuchas, al igual que sindicalistas, empresarios, banqueros, jueces, fiscales, periodistas y muchos, muchos más.
Así tomó forma un perverso juego de pinzas. Por un lado, el espionaje doméstico prohibido por la ley nacional de inteligencia. Por el otro, los sabuesos de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) bajo el mando de Ricardo Echegaray, denunciado ahora por el juez en lo Penal Económico, Javier López Biscayart, por promover dos causas penales para desprestigiar a Elisa Carrió durante la campaña legislativa de 2013.
Tal fue el uso y abuso del apriete que el kirchnerismo se acostumbró a chapear con la información espuria que la utilizó incluso contra el entonces gobernador y candidato por el Frente para la Victoria, Daniel Scioli, y su pareja Karina Rabollini. Ellos sabrán por qué callan al respecto.
Si tuviera tiempo -y ganas de causar un terremoto político- también podría atestiguarlo el Papa. Fue, claro, en sus tiempos de cardenal primado de la Argentina, cuando era el odiado Jorge Bergoglio, no el amadísimo y veneradísimo Francisco.
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