Sólo el Gobierno no registró su debilidad
Implacable y puntual, la política ha notificado al Gobierno de su debilidad. Desde Mauricio Macri hasta Daniel Katz, radical K, le han puesto condiciones para acercarse o para permanecer a su lado.
Ayer, el vicepresidente Julio Cobos, sonriente, le abrió las puertas de su despacho a otro adversario de los Kirchner: Alfredo De Angeli, convertido en el más atractivo de los rebeldes líderes rurales. Algunos gobernadores peronistas, como el cordobés Juan Schiaretti o el chubutense Mario Das Neves, ventilan sus críticas en el espacio público como no había sucedido nunca antes durante la era kirchnerista.
¿Embate de la derecha, como suponen expresiones del oficialismo? En esa catarata de edictos políticos hay reproches de todos los colores y para todos los gustos. Sin embargo, el único que no se ha notificado aún de su astenia política es el propio Gobierno. El ministro del Interior, Florencio Randazzo, le dio ayer vida de nuevo a Guillermo Moreno, indirectamente cuestionado por el flamante jefe de Gabinete, Sergio Massa, y furiosamente impugnado por su antecesor Alberto Fernández. Entretanto, el kirchnerismo aplica la despiadada ley de la venganza a la exposición anual de la Sociedad Rural, de donde retiró hasta un patrullero de la Policía Federal que estaba en exhibición.
Ningún radical K, empezando por el propio Cobos, recibió en las últimas horas ni siquiera una llamada telefónica del gobierno nacional. La provincia de Córdoba es "castigada" con el envío -o el no envío- de recursos federales, privándola hasta de los fondos que necesita para mantener abiertos comedores para pobres, según denunció Schiaretti públicamente.
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Massa anunció un benévolo plan de reconciliaciones que se está cayendo por diversas razones. Una de ellas es el propio Néstor Kirchner. Massa señaló la necesidad de un encuentro con Cobos, aunque dejó al radicalismo K para el final festivo de una lista que incluía a Daniel Scioli, Hermes Binner y Macri. Massa no habla con Kirchner, con frecuencia al menos. Pero Randazzo, que sí habla diariamente con el ex presidente, le enmendó la plana en el acto cuando señaló que la relación entre el Gobierno y el vicepresidente sufría un "cortocircuito razonable".
Massa corre el riesgo de morir ahogado en un mar de buenas intenciones. Macri le hizo saber que no quería hacer sociales con él y le pidió una agenda concreta para verlo. Hasta marzo último, el jefe del gobierno porteño no hubiera hecho eso con la administración nacional. Es cierto que la extensión del conflicto agropecuario apartó todos los temas de Macri de la agenda del gobierno de Cristina Kirchner y, encima, la crisis política y económica le afectó la recaudación en la Capital.
Su ánimo no está, en efecto, para hacer sólo reuniones sociales o para posar sólo ante simpáticos fotógrafos. El cuadro no estaría completo si no se dijera también que Macri encontró la oportuna hendija de un gobierno frágil para poner sus condiciones y establecer sus diferencias.
Scioli es el único que irá sin condiciones ni advertencias. Pero el propio Binner, que verá a Massa, concurrirá embebido por cierto desaliento. Gobernador de una de las provincias más importantes de la producción agropecuaria nacional, Binner no advierte un cambio de política ni de espíritu del gobierno nacional para comenzar a resolver la crisis con el campo. Intuye que la beligerancia no ha concluido. Coincide, aunque fuere de lejos, con Katz en que "lo que está faltando es diálogo". Pero el diálogo es una gimnasia que el matrimonio presidencial no ha practicado nunca, ni aun cuando los visitó la derrota.
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"Hay gestos de fortaleza del Gobierno que surgen de una enorme debilidad, como si nada hubiera pasado", señaló ayer un aliado importante del kirchnerismo. ¿Consecuencias? "Las facturas se van amontonando. Y las facturas políticas se pagan", respondió. ¿Qué espera el radicalismo K del Gobierno con respecto al jefe natural de esa corriente, el vicepresidente Cobos? "Soy poco optimista, para decirlo generosamente, si se trata de esperar un acto de recomposición", señaló uno de los principales dirigentes del radicalismo K. El poco optimismo podría convertirse directamente en pesimismo luego de la amable reunión de ayer de Cobos con De Angeli.
La arrogancia le impidió al Gobierno tomar nota de una presencia nueva y voluminosa del sector agropecuario en la vida pública argentina. El más sumiso de los gobernadores kirchneristas, el tucumano José Alperovich (que también habla, aunque a escondidas, con Eduardo Duhalde), no sólo cerró un stand de su provincia que ya estaba funcionando. También lo pintó de negro. Resultado: miles de visitantes piden ver lo que quedó, una especie de monumento funerario, y se sacan fotos junto a él en Palermo.
En un día y medio, el nuevo secretario de Agricultura y Ganadería, Carlos Cheppi, se ganó la antipatía de todo el sector rural. No invitó a ninguna entidad agropecuaria a su asunción; se convirtió en el primer secretario de Agricultura en décadas en negarse a inaugurar la exposición rural, y dio por concluida, con desconocidas facultades, la existencia de la Comisión de Enlace de las organizaciones agropecuarias. "No tiene sentido su presencia después de la votación del Senado", argumentó en respaldo de su extraña deducción. Moreno ni su estilo están solos en la esfera kirchnerista.
La Presidenta quiere que los gobernadores se ocupen del campo, cada uno con los dirigentes agropecuarios de su provincia. Es otra estrategia para diluir a la Comisión de Enlace, que reúne a los máximos dirigentes nacionales del sector. Lo peor de esa estrategia es que profundiza aún más la oquedad entre el Gobierno y el campo, sin ningún resultado a la vista. ¿Acaso las provincias decidirán ahora sobre las retenciones y los impuestos nacionales? No, desde ya. "Es la mejor notificación de que el Gobierno no quiere tener una política agropecuaria nacional", estalló ayer uno de los principales dirigentes rurales.
Los populares líderes rurales de las entidades nacionales irán entonces al Congreso en busca de una mayoría parlamentaria para elaborar esa ley. No saben si lo conseguirán, pero al menos sus vagabundeos por los rincones del Congreso, donde los Kirchner sufrieron su primer y más grande desastre político, trastornarán de furia a los Kirchner. El proyecto carece de ambición, pero no pueden aspirar a mucho más cuando ellos también tienen todas las puertas clausuradas.
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