Un hombre de armas llevar desde siempre
Antiguo aliado de Aldo Rico, Castillo tiene una historia personal y familiar muy violenta; teme su esposa que lo maten
LA PLATA.- Hace cuatro meses, Carlos Ernesto Castillo se fue de su casa, en esta ciudad, donde no supieron más de él, hasta que su imagen salió en televisión, pocos días atrás.
Hoy, esa familia (la esposa y un hijo de 19 años) es el único sostén para este hombre, que se quedó sin el apoyo de siempre: "Aldo Rico lo abandonó a su suerte -dijo la esposa a La Nación -, después de años de trabajar juntos. Hoy tenemos miedo de que lo maten, por lo que pueda contar".
Nadie sabe, realmente, cuántas muertes "debe" este Castillo, conocido como El Indio, hombre nacido en esta ciudad el 30 de noviembre de 1952.
Y no puede hacerse un cálculo exacto porque, además del silencio de los partícipes, están los números que él se atribuye y los que le agrega la habladuría urbana. Castillo, que no es el hombre fotografiado al lado del presidente Fernando de la Rúa, es un ejemplo para un libro sobre cómo malformar a los hijos.
Desde siempre
Porque la historia de este hombre joven, canoso, fuerte y dinámico comenzó antes de que él naciera, cuando en el matrimonio de Ernesto Castillo y Nelly Novara quedó en claro que el que mandaba era el hombre y que iba a hacerlo con mano de hierro.
Ernesto, conocido como Pelusa, que hoy trabaja en una empresa de seguridad privada, fue suboficial de la policía, hijo de uno de los creadores del Museo Policial de La Plata, Eduardo Castillo Saavedra. A los 20 años logró evadirse del servicio militar mediante la simulación: "se hizo el loco" hasta lograr la baja por enfermedad.
Boxeador aficionado, pegador, machista, policía de golpes a puertas cerradas, Castillo llegó a ser encargado del campo en la Facultad de Agronomía, lo que le permitió instalarse con su familia en el especial lugar, entre árboles, como en un bosque: el hogar del casero.
Para ese momento, la pareja había tenido ya sus tres únicos hijos: una mujer, a la que el padre nunca le perdonó no ser el varón primogénito que él quería; Carlos Ernesto, un chico inquieto, y el pacífico Héctor, que se suicidó hace seis años, en Bariloche, en un hotel en el que trabajaba, lejos del aquelarre familiar.
La hermana mujer de los Castillo, se casó, se fue y no volvió a tratar a su padre.
A los 15 años, El Indio Castillo demostró que podía aguantar las palizas paternas y quedó libre en el 2º año del bachillerato en el colegio del Sagrado Corazón. El padre lo "encarriló" con una tunda y, cuando el chico pudo caminar, lo echó de la casa.
Después, y "para enderezarlo", el jefe de la familia movió influencias para que el joven ingresara en la Escuela de Cadetes de la policía, donde su conducta de chiquilín le significó la baja en poco tiempo. Dos palizas y un escándalo familiar posteriores dejaron a Carlitos listo para lo que fuera, como la máquina de matar en que se convierte un soldado en el film "Full Metal Jacket".
Para los que siguieron su camino de cerca, a los 18 años Carlitos Castillo era "un pibe medio loquito, que entró en la derecha peronista como podía haberlo hecho en la izquierda, según la mesa de café que hubiera elegido para sentarse".
No es, con todo, tan así: en su formación (es un decir) familiar, había llegado a ser un violento con necesidad de subordinación y con vínculos con la policía provincial.
Notoriedad
Cuando los integrantes de las mil organizaciones peronistas juveniles de derecha y de izquierda trataban de no dejarse ver, Castillo evidenció su tendencia a la notoriedad: se presentó en la corresponsalía platense de un matutino nacional para señalarse en una fotografía tomada durante la masacre de Ezeiza, el 20 de junio de 1974.
No estaba con los jefes de la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU), a la que adhería, sino fuera del palco. En esos tiempos, aparecer en una fotografía comprometedora era, en el epicentro de la violencia que fue La Plata, certificado de defunción. Por ejemplo, una publicación de la Juventud Peronista mostró al nacionalista Félix Navazo cuerpo a tierra y con un arma larga, en Ezeiza. A los pocos días fue acribillado por una chica que bajaba de un colectivo detrás de él.
Pese a lo que él mismo dice, Castillo nunca tuvo que ver con Alejandro Giovenco, jefe militar y gremial de la CNU, muerto en 1974 al explotarle una granada que llevaba.
También es inexacta -dicen los antiguos militantes de la organización- que Castillo haya sido el "ejecutor" de Eduardo "El Oso" Fromigué.
Desgaste
Fromigué, alineado con la conducción de la UOM, le daba batalla al entonces gobernador, Victorio Calabró, ex dirigente metalúrgico que apoyaba el golpe militar que se gestaba. Esperaba que los militares lo mantuvieran en el cargo o, por lo menos, y como ocurrió, que lo dejaran en libertad. El Oso Fromigué "firmaba" sus atentados al desplazarse en un Falcon Sprint inconfundible, color naranja, con bandas negras. Se dice que fue uno de los que mató al Polaco Dubchak, en la misma sede de la UOM.
Lo cierto es que Fromigué fue muerto a tiros de Itaka en la parrilla Mi Estancia, y todo el mundo señaló a Castillo, sin que él desmintiera nada. Para los viejos dirigentes de la CNU, El Indio no estuvo en ese crimen, perpetrado directamente por Aníbal Gordon. Castillo tenía problemas íntimos que resolver: su padre había abandonado a la esposa, enferma de cáncer, para irse a vivir con una cuñada.
Mano de obra
Dicen que los que andan por la cornisa mucho tiempo y sin caerse están amparados por un ángel guardián. Entre los violentos, ese ángel se llama "cubierta" y es algún servicio de inteligencia nacional o internacional. Como los siempre indemnes Mario Firmenich y Enrique Gorriarán Merlo, El Indio tuvo habitualmente una cubierta: el 30 de abril de 1976, la fuerza Ejército, con apoyo de la Unidad Regional La Plata de la policía, allanó la casa en que vivía. Hallaron un arsenal. Hubo dos presos: Castillo y su madre, Nelly, que estaba allí a la espera de que llegara su final.
Nelly murió en prisión. El Indio fue liberado con gran riesgo: charlatán, contaba al que lo oyera sus andanzas con la policía de Calabró y varios de esta fuerza lo querían muerto. Pero Castillo había salido de Olmos con una cubierta mayor: pasó a integrar los grupos de tareas de esa fuerza.
Esa protección puede hacerse evidente a través del historial judicial. Fue acusado de robo, en 1982, y le dictaron la prisión preventiva. De alguna manera salió, pero lo detuvieron nuevamente en 1984. Libre otra vez, "se hizo cargo" de las armas halladas a pocas cuadras de la residencia presidencial de Olivos, en 1991, que -se asegura- era arsenal de los mandos carapintadas.
Lo de Castillo fue un entrar y salir de la cárcel hasta que encajó en el esquema de Aldo Rico. Trabajó para el Modín y, en 1995, manejaba un automóvil con chapa del Congreso, a nombre del entonces diputado riquista Emilio Morello.
Lo demás, es pura especulación, fomentada por un hombre que hizo de todo, que suele atribuirse hasta los delitos que no cometió y que hoy, desde la prisión, sigue en la pueril certeza -dijo su familia- de que El Ñato, como le dice a Rico, "va a tirarle un cable, sin saber que su ex amigo le quitó todo su apoyo y lo mandó debajo del tren".
Más leídas de Política
Las claves de la sesión. Comienza un nuevo intento del Gobierno para aprobar la “Ley de bases” y el paquete fiscal
“Corralito” y “default”. Las duras críticas de Martín Tetaz a la gestión económica de Javier Milei
Intimidad de la política. Milei, entre el “principio de revelación” tras la marcha universitaria y el “romance” con la economía