Una denuncia de fraude desnudó varias irresponsabilidades
A veces, la irresponsabilidad es lo único que sobra en la Argentina de las carencias. Superados todos los temores por una probable noche de irresolución e inestabilidad, la del domingo 27 de abril, una posterior y evanescente denuncia de fraude -y la querella fácil de políticos y periodistas- está llevando el sistema político hacia una situación límite.
El centro del conflicto es la provincia de Buenos Aires, donde se mezclan la más poderosa estructura política del país, el duhaldismo, y la trifulca constante entre las distintas tendencias menemistas. El riesgo que revolotea sobre al alboroto es el abandono de su candidatura por parte del ex presidente Carlos Menem, a quien las encuestas le están anticipando una derrota frente a Néstor Kirchner.
Debe consignarse, antes que nada, que Menem ha desmentido con convicción evidente cualquier posibilidad de una renuncia a participar en el ballottage. "Sólo un borracho puede pensar eso de mí", se despachó. Pero la insistencia de las denuncias y la coincidencia de las encuestas no han clausurado el temor de que eso pudiera, finalmente, suceder.
En tal caso debería ser proclamada la otra fórmula del ballottage; es decir, la de Kirchner. ¿Asumiría entonces un presidente que sólo tuvo, en primera vuelta, el 22 por ciento de los votos? ¿Esa es la solución que la dirigencia política le ofrecería a una sociedad que, aun reclamante y descontenta, hizo una nueva y rotunda apuesta por el sistema democrático?
El escándalo está dejando una estela con muchas lecciones. El periodismo no debería objetar a los demás sin antes mirarse a sí mismo. Una investigación sobre DNI falsos es una fórmula demasiado repetida como para reproducirla justo entre la primera y la segunda vuelta electoral. Con más frivolidad que rigor, con más espectacularidad que sustancia, la noticia no ha hecho más que crear un clima de violencia dialéctica que los resultados electorales evitaron.
Una cosa es poder acceder a documentos falsos y otra es poder votar con ellos. Una cosa es que puedan circular documentos de personas muertas y otra es que realmente los muertos puedan ingresar en el cuarto oscuro. ¿Para qué existen entonces los presidentes y vicepresidentes de mesa y los fiscales de los partidos que participan de las elecciones?
Los documentos falsos significan un problema grave que los gobiernos argentinos no han podido resolver, pero no están en condiciones de modificar ninguna elección.
Por otro lado, si de algo está segura la política argentina es de que el ex presidente Menem cuenta con recursos suficientes como para fiscalizar cualquier elección. Un problema aparte es el escándalo de peleas internas que sucedió entre sus propios dirigentes del distrito bonaerense. Alberto Kohan, Alberto Pierri y Luis Patti, todos referentes menemistas en Buenos Aires, andan entre los codazos y el insulto público desde la noche del 27 de abril.
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La justicia electoral, que ha hecho un encomiable trabajo, debió sacar de entre las aguas de Santa Fe a muchos de sus empleados para que terminaran el trabajo. Ningún apoderado partidario de Buenos Aires hizo ninguna impugnación al resultado de ese distrito y así lo han firmado en las actas correspondientes.
"El trabajo ha concluido en tiempo y forma, sin ninguna anormalidad", aseguró ayer a LA NACION el secretario de la Cámara Nacional Electoral, Jorge Otaño Piñero. ¿De qué hablan entonces en público los dirigentes políticos cuando se refieren al fraude? ¿Acaso se respaldan sólo en una oportunista y superficial investigación periodística?
El ex candidato presidencial Adolfo Rodríguez Saá volvió a pecar de atolondramiento cuando lo aguijoneó a Menem a abandonar la carrera.
Después de la fiesta del default, que la Argentina aún está pagando con el descrédito internacional, el caudillo puntano confirmó su casi nula noción sobre el papel y la importancia de las instituciones. A estas alturas de las cosas puede concluirse que Rodríguez Saá era el Hugo Chávez argentino que se escondía en la oferta electoral.
Ni el propio presidente Eduardo Duhalde pudo sustraerse a la fascinación de su pelea con Menem. El domingo 27 de abril se comprometió a no interceder en la campaña final hasta el ballottage. Pero no pudo con su genio de eterno gladiador contra Menem y, pocos días después, lo azuzó a "perder por abandono o por knock out".
¿Al presidente argentino le da lo mismo que haya ballottage o que no haya? ¿Le es indiferente dejar como herencia política a un presidente débil y con poca legitimidad popular? ¿Hasta ese extremo lo enceguecen las noticias que dan cuenta de que las encuestas no son halagadoras con Menem?
Duhalde ha elegido como metáfora un deporte que sólo admite a dos. No se equivoca. La nación política no ha podido convivir con la reyerta constante entre Menem y Duhalde, pero no ha podido tampoco prescindir de ella.
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