La campaña de “Palito” Ortega entre 1998 y 1999 reunió a algunos de los actuales principales dirigentes del país; fue en el ocaso de la década menemista
Años después, a algún gracioso de la política criolla se le ocurrió bautizarla como “la escuelita de Palito”. Y no lo hizo porque Ramón Ortega tuviera dotes para la docencia o para la conducción política, sino porque en el equipo de campaña que intentó primero posicionarlo como sucesor de Carlos Menem en el ocaso de los años ´90 y que luego se plegó a la candidatura presidencial de Eduardo Duhalde, convivieron algunos dirigentes que actualmente son primeras figuras entre la dirigencia nacional. Algo insospechado en ese entonces.
Los nombres de aquellos jóvenes hablan por sí mismos: Sergio Massa, Horacio Rodríguez Larreta, Daniel Scioli, Diego Santilli, María Eugenia Vidal, Jorge Capitanich y la lista sigue. Desde distintos lugares –algunos ya eran funcionarios y otros iban a serlo más tarde–, intentaban darle forma a un “menemismo sin Menem”, ya que el caudillo riojano había declinado, forzado más que por voluntad propia, su aventura re-reeleccionista. Y creían que la popularidad de Palito auxiliaría al peronismo ante el clima de fin de ciclo que se respiraba en el país.
Ortega había sigo gobernador de Tucumán entre 1991 y 1995, luego de haber sido repatriado por el menemismo –vivió largos años en Miami, Estados Unidos– para cerrarle el paso a Antonio Domingo Bussi, quien fuera gobernador de facto y luego en democracia de la provincia norteña. “No había un solo candidato que pudiera ganarle”, recordó años más tarde. Pero Palito fue siempre ajeno a la política. A tal punto que durante su gobernación sufrió aprietes –llegó a renunciarle todo el gabinete– para que accediera a nombras jueces “amigos”. Y perdió votaciones en la Legislatura provincial por … ¡40 votos a 0! Su esposa, Evangelina Salazar, armó una hecatombe cuando dijo que los legisladores pedían plata para aprobar leyes.
Con Ortega deprimido y pensando seriamente en la posibilidad de renunciar entró en escena Gustavo Beliz, que había sido ministro del Interior de Menem y que para ese entonces ya había sido apodado “zapatitos blancos” por sus excolegas del gabinete. Beliz, que reapareció en la política grande de la mano de Alberto Fernández tras un exilio en Estados Unidos, viajó a Tucumán acompañado por Pablo Fontdevila, un funcionario cuyo origen había sido el Frente de Izquierda Popular. Como resultado de esas conversaciones, Fontdevila asumió la secretaría general de la Gobernación y luego el estratégico Ministerio de Gobierno provincial.
Por aquellos años se realizó la Convención Constituyente, en Santa Fe. Palito asistió a una reunión allí a una reunión de los gobernadores del PJ, entre los que había varios pesos pesado de la política, como Eduardo Duhalde. Acompañado por Alberto Pierri, el caudillo bonaerense se sentó a la cabecera de la mesa y exigió impulsar una cláusula transitoria en la Constitución para que fondos como los del Conurbano pasaran a ser permanentes. En la otra punta de la mesa estaba sentado un gobernador a quien Ortega ni conocía. “No voy a permitir que vengan acá como matones…”, gritó Néstor Kirchner, haciendo gestos ampulosos. Duhalde se fue dando un portazo, pero años después –en 2003– lo bendeciría como su candidato presidencial.
El salto de Palito a la escena nacional comenzó en 1995, cuando se postuló para senador y desembarcó en Buenos Aires. Dos años después, Menem lo convocó para coordinar la política social del Gobierno, que no tenía ministerio sino una secretaría que empezó a necesitar de mayor volumen político cuando el régimen de Convertibilidad –el modelo económico que había fundado Domingo Cavallo– empezó a hacer agua en materia de pobreza y desempleo. Es muy recordada una fotografía de Ortega con el agua a las rodillas en las inundaciones que afectaron a Santa Fe a finales de 1998. El tucumano le daba al menemismo una cara social que había perdido hace rato en medio de la frivolidad de la fiesta de los ´90.
En ese contexto, varios gobernadores del PJ y el ministro del Interior, Carlos Corach, comenzaron a empujar la candidatura de Palito para 1999. Y armaron una cena en la quinta de Olivos para proponerle a Menem que fuera presidente del PJ y que desde allí le abriera paso a Ortega como su sucesor en la Casa Rosada. Pero para sorpresa de muchos, Menem la pateó afuera. Palito sintió que le había bajado el pulgar. Al otro día llamó a Duhalde y empezaron las charlas que derivaron en la fórmula presidencial. “Duhalde le temía a la popularidad de Palito y este, a su vez, le temía al aparato bonaerense. El acuerdo les convino a ambos”, sostiene años después un dirigente que los conoció a los dos de primera mano.
¿Por qué Menem no bendijo a Palito? Algunos dicen que por resentimiento. Ortega había estado involucrado en una jugada en la Cámara de Diputados que abrió un juicio político contra el juez federal de Córdoba Ricardo Bustos Fierro, quien le había permitido al riojano participar de la interna del PJ pese a que no estaba constitucionalmente habilitado para buscar a re-reelección. Con Eduardo Caamaño, ladero de Duhalde, y Alberto Flamarique, mano derecha de Carlos “Chacho” Alvarez, como bastoneros de la maniobra, los diputados pusieron en jaque a Bustos Fierro y forzaron a Menem a anunciar que se bajaba de la re-re en una conferencia con clima de velorio que dio en Olivos.
Larreta y Vidal
Para ese momento, Horacio Rodríguez Larreta era subsecretario de Desarrollo Social y en su oficina trabajaba María Eugenia Vidal, recién egresada de la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina (UCA). El actual alcalde porteño era considerado un cuadro técnico y empezaba a armar el Grupo Sophia, a partir del cual años después se vinculó con Mauricio Macri. Pero a finales de los ´90 se había embarcado en la campaña de Palito y le pedía a Vidal informes sobre las provincias que ella elaboraba con la prolijidad de “mejor alumna” con la que siempre la describieron tanto sus aliados como adversarios de la política.
Por el comando de campaña de Palito también pululaba Diego Santilli, que provenía de la Ucedé y tenía en su padre Hugo Santilli –expresidente del River campeón de todo en 1986– un respaldo político de proporciones. Mientras que Daniel Scioli, que ya era diputado desde 1997, sentía atracción por la figura de Ortega porque también era un famoso que había ingresado a la política con impulso del menemismo. Desde el interior del país, Jorge Capitanich –ahora un kirchnerista acérrimo– se había sumado a la mesa nacional del orteguismo, al igual que Mario Das Neves desde Chubut y Jorge Busti desde Entre Ríos.
El joven Massa
Por entonces, Sergio Massa tenía 25 años y solamente había participado de una campaña electoral, en la interna del PJ bonaerense de 1997, cuando su futura suegra Marcela Durrie enfrentó a Hilda “Chiche” Duhalde. Menos de dos años después estaba sentado en el comando electoral de Palito Ortega como responsable para toda la provincia de Buenos Aires, junto al exministro menemista Julio Mera Figueroa. Los orteguistas tenían un problema: Palito se desentendía de la negociación por las candidaturas más allá de la fórmula presidencial, por lo cual la ambulancia que había pasado a levantar a los disidentes del duhaldismo en la Provincia podía dejar a “muchos dirigentes heridos y sin cobrar”.
Cuenta la leyenda que el encargado de rescatar a los dirigentes propios fue Fontdevila, el jefe de campaña de Palito. Pero ese día hubo una particularidad: tuvo que ir negociar personalmente a la casa de Duhalde en Lomas de Zamora y fue acompañado por Massa. El tigrense lo llevó en un Renault 9 y lo esperó en la puerta de la residencia, hasta que Duhalde lo mandó a llamar cuando Fontdevila ya había perdido las esperanzas de colar nombres propios en la lista, que armaba de puño y letra Rafael “Balito” Romá. Fue en ese momento que Massa consiguió el séptimo lugar en la nómina de diputados provinciales, el primer cargo en la función pública al que accedería en su vida política. Aunque el actual ministro de Economía recuerda que esa lista se cerró en presencia de Palito, en la casa de Duhalde, junto a quien viajó en una camioneta van que utilizaba para la campaña.
Como fuera, Massa se embarcó de lleno en la campaña de Ortega en la Provincia y fue en aquel momento que conoció a los dirigentes que años después lo acompañarían en el armado del Frente Renovador en 2013, el partido con el que derrotó al kirchnerismo en las elecciones legislativas y bloqueó el proyecto de “Cristina eterna” que comenzaba a bosquejar el oficialismo.
Para Ortega, la campaña electoral de 1999 junto a Duhalde sería plenamente musical. “Yo tengo fe, que todo cambiará, yo tengo fe que siempre brillará, la luz de la esperanza no se apagará jamás”, era el clásico que se escuchaba en cada pueblo en el que paraba el Tren de la Esperanza, que tuvo un recorrido entre Jujuy y la terminal de Retiro, en Buenos Aires. “La campaña de Palito, como es lógico en alguien que venía de afuera de la política, fue singular e innovadora. Sus visitas al territorio (provincias, ciudades y pueblos) se apalancaban en su popularidad y en el afecto que sus canciones habían generado”, recuerda Fontdevila, en contacto con LA NACION.
El dirigente, que actualmente encabeza el Archivo General de la Nación (AGN), recuerda que la fórmula peronista recorrió “durante una semana las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires hasta entrar en la Capital para llegar a un gigantesco acto de cierre en la plaza frente a la estación Retiro. Hay que destacar los actos de Tucumán (cuna de Ortega), pero también los de Córdoba y Rosario, que fueron multitudinarios”. Según Fontdevila, en ese momento la dupla Duhalde-Ortega realmente se puso competitiva contra los candidatos de la Alianza UCR-Frepaso, Fernando de la Rúa y Chacho Alvarez.
Pero luego se impuso en la campaña el debate sobre la Convertibilidad –De la Rúa y Chacho la confirmaron, mientras que Duhalde la enterró–, con lo cual la mayor parte de los votantes optaron por la fórmula opositora, que también se convirtió en un vehículo para terminar con el menemismo pese a que prometía mantener su modelo económico. Para Ortega hubo también otra dolorosa conclusión: “La derrota de la fórmula abona la idea de que la popularidad y aun el afecto son parcialmente contagiables o transmisibles”, razona, al cabo de los años, su jefe de campaña Fontdevila.
Palito terminó mal su relación con la actividad política. De vuelta en el Senado, mantuvo el perfil bajo hasta que el veterano Antonio Cafiero buscó comprometerlo en su denuncia por la Banelco que provocó un escándalo nacional. Pero se negó y terminó su mandato en 2001, en medio de la peor crisis económica y social que se haya registrado en el país. ¿Le daba para ser presidente? “Podría decirte que no, pero no hubiera sido la primera sorpresa argentina”, desliza un de los dirigentes que lo acompañó en aquella aventura.
El que realmente tenía un proyecto de poder era Duhalde, quien si bien no consiguió llegar a la Presidencia por medio de los votos, lo hizo dos años después por una votación del Congreso tras la renuncia de De la Rúa. Mientras tanto, los jóvenes dirigentes que habían participado de la campaña Duhalde-Ortega siguieron caminos separados. Massa y Scioli permanecieron en el peronismo, mientras que Larreta, Vidal y Santilli empezaron a configurar lo que, pocos años después, sería el Pro liderado por Mauricio Macri. Pero esa será otra historia.
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