A una década del acuerdo, las temperaturas baten récords, pero las emisiones se estabilizan. Cómo seguir y cuáles son los desafíos
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Los últimos diez años han sido los más calientes del planeta desde que existen registros. Este calentamiento sin precedentes es consecuencia directa de nuestras actividades, principalmente la quema de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas.
Los efectos ya se sienten: incendios forestales más intensos, olas de calor que baten récords, sequías prolongadas y lluvias torrenciales. A medida que aumenta la temperatura global, estos fenómenos se vuelven más frecuentes y severos, afectando tanto a los ecosistemas como a nuestras vidas cotidianas.


El reconocimiento de estos riesgos llevó, en 2015, a un hecho histórico: la firma del Acuerdo de París, tras años de negociaciones internacionales sobre cambio climático. El acuerdo busca limitar el aumento de la temperatura media del planeta a menos de 2°C respecto a los niveles preindustriales, con el ideal de no superar 1,5°C. Fue ratificado por casi todos los países del mundo, creando un marco común y jurídicamente vinculante para actuar frente a la crisis climática.
A diferencia de acuerdos previos, el de París involucra a todos los países, ricos y pobres, a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Cada nación define sus propios compromisos, llamados Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDCs), que deben actualizarse cada cinco años con metas más ambiciosas.
Antes del acuerdo, los científicos proyectaban un aumento de la temperatura global cercano a los 4°C para fin de siglo. Gracias al marco de París y a los avances tecnológicos, hoy las proyecciones rondan los 2,6°C, siempre y cuando se cumplan las promesas asumidas. Además, las emisiones globales se han estabilizado: desde 2015 crecen apenas un 0,32% por año, mucho menos que en la década anterior.

Sin embargo, eso aún no es suficiente. Con los compromisos actuales, el mundo no logrará limitar el calentamiento a los 1,5°C deseados. Y cada fracción de grado importa: a 1,5°C, el riesgo de olas de calor extremas se duplica; a 2°C, casi se triplica. Los impactos sobre la biodiversidad, la producción de alimentos y la salud humana serían mucho mayores.
Frente a esto, el mensaje del Acuerdo de París sigue vigente: no hay tiempo que perder. Los gobiernos deben aumentar su ambición climática, con planes climáticos más ambiciosos y bien implementados y financiamiento garantizado a los países en vías de desarrollo. Pero también las ciudades, las empresas y cada uno de nosotros tenemos un papel que cumplir.

A nivel individual, podemos contribuir reduciendo el consumo de energía, eligiendo productos locales y de temporada, evitando el desperdicio de alimentos, compostando nuestros residuos o utilizando medios de transporte sostenibles. Además, tenemos el poder de exigir acción climática a los responsables de las políticas públicas y a las empresas, quienes deben liderar el cambio.
El desafío es grande, pero también lo es la oportunidad de construir un futuro más saludable y resiliente. Los efectos de la crisis climática ya los vivimos a lo largo del año, pero podemos evitar que se incrementen con la implementación del Acuerdo de París. Cuidar el clima es cuidar la vida, la nuestra y la de todos los seres con los que compartimos este planeta.






