No es un cactus más, es una pequeña pieza de supervivencia extrema, una rareza nativa que, sin quererlo, conquistó a todos
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En el universo de los cactus y suculentas, hay un cactus que no se deja domesticar tan fácilmente. Es un cactus argentino, endémico, extraño, tiene nombre de dinosaurio, es caprichoso en su forma de crecer y, por todo eso, es el nuevo objeto de deseo entre coleccionistas de todo el mundo: el Tephrocactus.
Su aspecto es inconfundible. No es la típica planta redondeada y dócil que uno espera encontrar en una maceta. Es un pequeño arbusto de formas globosas que parecen piezas sueltas, como si cada segmento hubiese sido construido individualmente.

El ingeniero agrónomo Sebastián Ojeda lo resume con claridad: “Son pequeños arbustos laxamente ramificados, de artejos globosos con tubérculos más o menos prominentes según la especie, que habitan ambientes muy áridos del oeste y centro del país”.
Lo que realmente despierta fascinación es su estrategia de supervivencia: los segmentos del Tephrocactus se desprenden con facilidad generando nuevas plantas en lugares inesperados. Un mecanismo tan eficiente como impredecible.
Según las palabras de Ojeda “los segmentos se articulan muy frágilmente y se desprenden rodando por las pendientes, lo que favorece la dispersión de nuevas plantas. Esta estrategia maravillosa resulta un dolor de cabeza en cultivo, cuando las plantas se desbaratan si las miramos fuerte.”
Ahí está la paradoja: lo que los hace perfectos para sobrevivir en la naturaleza es lo que los vuelve casi imposibles de manipular en casa. Cualquier toque, incluso un movimiento brusco, puede hacer que la planta se desarme como un rompecabezas.

Su epidermis es otro rasgo distintivo: “es rugosa y gris, cenicienta, lo que le da nombre al género: ‘tephra’, ceniza.”, detalla Ojeda.
Esa apariencia mineral, casi pétrea, les da a los Tephrocactus una estética única, muy apreciada por los coleccionistas que buscan cactus fuera de lo común.
A eso se suma el arsenal defensivo de la especie: gloquidios rojizos que se clavan con facilidad —y salen con dificultad—, acompañados por espinas que varían según la especie.

“Las areolas están encriptadas y producen, como en todas las opuntioideas, dos tipos de espinas: los gloquidios, rojizos, que se clavan con facilidad, salen con dificultad y mientras tanto pican mucho”, apunta Ojeda.
Los Tephrocactus crecen despacio, sobre todo geometricus y los especialistas recomiendan no apurarlos con fertilizantes fuertes, es mejor uno muy suave, bajo en nitrógeno, 1 vez al mes en temporada.
Un combo ganador
El combo es irresistible para el coleccionista experto: rareza, dificultad de cultivo, formas irregulares y un comportamiento particular.
No es una <b>planta</b> para principiantes, es una planta que desafía, pide paciencia y obliga a observarla sin intentar controlarla del todo
Las flores —cuando aparecen— son otro tesoro: “Son espectaculares, de color blanco rosado, nacarado, que rara vez aparecen en Buenos Aires”, señala el ingeniero agrónomo.
Ver florecer un Tephrocactus en cultivo es un logro que requiere años de dedicación
No es casual que el mundo del coleccionismo vegetal, siempre atento a lo raro, lo frágil y lo difícil de encontrar, haya puesto sus ojos en este cactus argentino. Su belleza no es evidente a primera vista: se descubre en la textura, en la estructura y en la evolución de la planta.










