Abarca desde atractivas ornamentales, como los hibiscus, hasta plantas de cultivo utilitario, como el algodón, y también numerosas nativas de sorprendentes virtudes, muchas por descubrir.
El núcleo duro de la familia de las Malváceas es reconocible fácilmente por su aspecto. Las flores son generalmente efímeras; el cáliz suele tener pelitos (que producen néctar) y un accesorio, el epicáliz, que lo hace parecer doble. Tienen cinco pétalos y un ovario sentado sobre toda la flor, es decir, súpero. Los estambres están fusionados, formando una sola estructura de la que se despegan las anteras. Este tubo está asociado al gineceo que, en su parte superior, despliega el estigma. Si los estambres de la mayoría de las plantas tienen dos estructuras que generan y guardan el polen –las tecas– en este caso hay una sola. Los frutos son esquizocarpos, frutos secos que en este caso tienen aspecto de rueda y que se fraccionan en muchas partes, a veces pinchudas o también cápsulas.
¿Pero si los estudios del genoma cambian los papeles familiares? Parece ser que la genética de las familias de las bombacáceas (palos borrachos, baobabs), las esterculiáceas (cola –Cola acuminata, cuyas semillas energizantes se utilizan para producir bebidas cola–, los brachichiton, el cacao) y las tiliáceas (tilos, yute, el nativo azota caballos o Luehea divaricata) es tan parecida que se las incluye dentro de las malváceas.
Vayamos a las tradicionales. Tenemos al noble Hibiscus rosa-sinensis, la rosa de la China, de la que continuamente aparecen variedades que son sorpresa. La rosella (Hibiscus sabdariffa) es una planta anual cuyos pimpollos rojos se aprecian como si fueran frutos y se los usa para hacer bebidas, dulces; también se le atribuyen muchísimos efectos medicinales, entre ellos efectos hipotensores. No olvidar la elegancia de la rosa de Jericó o rosa de la suerte (Hibiscus mutabilis), que florece hasta el otoño con flores que nacen pálidas y se entonan hasta un rosa profundo. La bella y temible –por invasora– Hibiscus syriacus puede crecer en terrenos pobres, hasta salinos.
El Hibiscus cannabinus, el kenaf, es una planta africana anual o bienal sorprendente, que alcanza hasta 4 metros de altura y fue domesticada hace milenios para aprovechar sus fibras como textiles. Y finalmente uno nativo, el Hibiscus striatus, que tiene el nombre delicioso de rosa del río, quizás por sus flores rosas, quizás por los aguijones de sus tallos, y “del río” porque le gusta vivir cerca de las riberas. Las fibras que se obtienen de sus tallos pueden ser utilizadas como textiles. Necesita suelos húmedos y prospera bien tanto al sol como con algo de sombra. Crece desde el Norte hasta Buenos Aires, acompañando ríos.
El género Malva es el que le da el nombre a la familia. Tiene varias especies adventicias en el país, con propiedades medicinales. La tradicional es la Malva sylvestris, europea, valorada por su poder antiinflamatorio y antiglucemiante. Althaea y Lavatera son géneros afines a Malva y también tienen compuestos medicinales.
También aparece el noble algodón (Gossypium) y las versiones de distintas procedencias con sus semillas de largas fibras y preciado aceite. Entre las nativas, además del hibiscus criollo o rosa del río, se destacan las espléndidas pavonias, de las que hay muchas especies. La Pavonia hastata (malva dura) es un arbusto que puede alcanzar 2 a 3 metros de altura y de diámetro. Cuando despunta el verano se ilumina con flores bastante grandes (4 a 5 cm de diámetro), blanquecinas y con venas marcadas de morado, el mismo color del centro de la flor. Los capullos suelen ser de un tono rojo fuerte, que se esfuma al abrir. A principios de la primavera no vale la pena ponerse demasiado ansiosos respecto del inicio de la vistosa floración: aparecen capullos que no se abren, son verdes siempre, pero dentro de las flores encerradas hay autofecundación y se generan semillas. Luego, hacia el fin de la primavera, cuando sube la temperatura, dan su show de bonitas flores que se extiende por todo el verano. Crecen bien al sol y en suelos ricos y permeables.
Muy pequeña, pero de flores parecidas, es la Pavonia cymbalaria y se puede encontrar en zonas pedregosas, en las sierras de Buenos Aires y Córdoba. La malva del monte (Pavonia sepium) es un arbusto de hasta 1 o 2 metros de altura, con graciosas flores amarillas y la característica de florecer en lugares sombreados, a los que ilumina; el mejor suelo es el húmedo. La malva roja (Pavonia missionum) llega a medir 1,5 m de altura y diámetro, y tiene una belleza encendida cuando está en flor por un largo período. Es endémica de Misiones y Corrientes; si se cultiva en otros sitios hay que procurarle lo que añora: suelo fértil, con humedad regular y calor. Se puede cultivar al sol o bajo media sombra y tolera las heladas leves y algo –y por breve tiempo– la falta de agua. El género Pavonia tiene sorpresas menos conocidas, como la Pavonia angustipetala, un arbusto de flores fucsias y hojas y pétalos angostos, también de Misiones. O la Pavonia hieronymi, un subarbusto de 1,5 m de altura, con flores amarillas con centro rojo, que habita el centro y norte de la Argentina.
La malva blanca, malva del zorro o simplemente malvavisco (Sphaeralcea bonariensis) es un arbusto de 1 a 1,5 m de alto y el doble de diámetro si crece en libertad. Tiene flores color salmón, pequeñas pero profusas, que aparecen entre el follaje verde grisáceo dado por sus pelos ramificados, entre primavera y verano. Se distribuye desde el Norte hasta la latitud de Buenos Aires. Es una muy interesante ornamental si se aceptan los ciclos y avatares de la naturaleza, ya que es atacada por distintos insectos –entre ellos, ciertas mariposas para alimentar a sus crías– y por eso a veces muestra un aspecto deteriorado avanzado el verano. Vive bien al sol, pero puede prosperar en sitios algo sombreados. Tolera el calor intenso y heladas de leves a moderadas. Necesita humedad media, aunque soporta la falta de agua.
De flores con color parecido, pero muy chiquita, rastrera, es la malva del campo o sau caá (Modiolastrum malvifolium) que forma una pequeña alfombra florida; tiene una amplia distribución en el país, desde el Norte hasta Buenos Aires. Crece bien al sol o bajo media sombra y, aunque prefiere humedad regular, tolera algo la falta de agua. Similar es la malvita del campo (Modiolastrum gilliesii), de fulgurantes flores fucsias y hojas más divididas.
“En esta enorme familia hay numerosas y preciosas nativas. Sería bueno dejarlas morar en los jardines cuando aparecen espontáneamente, o invitarlas a habitarlos.”
También están los Abutilon, los farolitos japoneses. El nativo estrella por su popularidad es el A. pictum, aunque hay otros arbustos como Abutilon grandifolium de hojas grandes, aterciopeladas y florcitas amarillas. Otro es la Callianthe pauciflora (antes Abutilum), de hojas también suaves pero más chicas y de flores amarillas anaranjadas.
La Sida rhombifolia (escoba dura, afata, pichana, entre otros muchos nombres comunes) tiene amplia distribución en el país, desde el Norte hasta Buenos Aires. Es una planta muy rica, interesante por sus pequeñas flores amarillentas que se abren por flujos: un día sí y otro no tanto. Es también una planta de potencial uso textil, por las fibras del tallo, y medicinal. Por su poder de propagación, sus tallos fortísimos de tanta fibra y su gran raíz pivotante que la hace resistente a sequías es una maleza de cultivos difícil de controlar. También soporta grandes insolaciones, y temperaturas disímiles: muy altas y también algo las bajas. Es, sin dudas, una planta muy resiliente, una valiosa reserva de genes ante los cambios climáticos.