Por medio de la experimentación y con una línea de objetos, este joven marmolero acercó el taller que fundó su bisabuelo a sus intereses y a esta época, signada por el uso responsable de materiales y cuidado por los procesos.
Hace siete años llegó a la marmolería familiar de Gastón Badii un pedido especial: la restauración del rosetón principal de la basílica San José de Flores de la Ciudad de Buenos Aires. En ese momento él estudiaba arquitectura y solo iba a realizar los planos, pero la complejidad del pedido y el trabajo artesanal que implicaba lo atrajo y se involucró en la producción.
Con la ayuda de Serafín, un antiguo empleado de su abuelo que era casi parte de la familia, empezó a aprender técnicas para responder al pedido y, en paralelo, a desarrollar procesos propios. Así fue resignificando un espacio que había habitado desde pequeño para acercarlo a sus intereses, pero también para adaptarlo a esta era que demanda uso responsable de materiales, que permite cruces nuevos entre lo industrial y lo artesanal, y en la que necesitamos impulsar la cultura del cuidado con los objetos y los quehaceres.
Cuarta generación
“Mi bisabuelo tenía un taller en Arezzo, Italia, que era más de escultura. Emigró a la Argentina con su hermano como exiliados políticos, y en 1930 fundó una marmolería en Olivos. No tuvo mucho tiempo de vida acá; creo que murió, en alguna medida, como resultado de ese exilio, pero antes se involucró muchísimo con el sector”, nos cuenta Badii.
La industria de la marmolería estaba en plena transformación: pasaba de ser un trabajo artesanal de moldeado de bloques a una industria con material en unidades moduladas: las placas. Aunque ya hacían superficies de cocina y revestimientos, el principal negocio hasta el momento eran las piezas funerarias.
“En Italia las marmolerías siguen teniendo algo muy cercano con lo funerario; incluso las empresas enormes tienen su pequeño sector dedicado a ello. No para ganar plata, sino por lo social de recibir a las personas, escucharlas, estar”, revela Badii.
Su abuelo y su padre continuaron el negocio durante las siguientes décadas y fue creciendo. Realizaron, por ejemplo, el piso del hall, las escaleras y detalles de la pileta del Hotel Panamericano, y mantenían la relación con Italia a través de viajes e importación de materiales. Badii volvió recientemente a Arezzo con una libreta familiar que lo guió por canteras, marmolerías y familias vinculadas. “Quise reconfigurar la historia, ver si había piezas hechas por mi bisabuelo antes de venir. Armar un círculo, que, a la larga, va a darle sentido al archivo de cosas familiares que tengo, quizás incluso armar una publicación”, se entusiasma.
Aunque la marmolería estaba omnipresente en reuniones y conversaciones familiares, él no estaba dedicado del todo a ella. El encargo de la basílica fue la oportunidad perfecta para revivir el oficio, que estaba perdido frente a la estandarización de procesos y piezas (una mesada tradicional es, básicamente, una placa pulida con perforaciones).
Un dialecto entre la industria y la artesanía
En paralelo a la producción de las partes que conformaban la roseta, Badii fue experimentando con descartes de materiales para generar mobiliario y accesorios para el hogar. “Para mostrar mano de obra empecé a hacer piezas chicas aprovechando técnicas tradicionales y materiales atípicos, que es una gran herencia que dejó mi abuelo”. Esto, a su vez, empezó a generar nuevos encargos especiales que retroalimentaban el ciclo.
Cuando encargaron a su estudio-taller una mesa de 10 metros de largo para el restaurante Asadero, por ejemplo, armó las 20 patas cilíndricas con 900 discos apilados (36 por pata), generando una técnica que sirve tanto para reutilizar descartes como para aprovechar mejor placas nuevas.
“Esa serie parte de cambiar cómo se utiliza la máquina para sacar bocados. Porque siempre se usaba con el fin de hacer un agujero para cortar un pedazo de material, para una pileta en una mesada, por ejemplo, y el material era descartado”.
Sus ‘Mesas nube’ también partieron de la observación: “Los sobrantes de piedra que van quedando son piezas que por ahí tienen fisuras o algún alguna imperfección. La forma de las Mesas Nube va esquivando esos imperfectos, y permite aprovechar de forma más inteligente el material que si se buscara cortar un cuadrado”.
Badii también desarrolló un proceso para el final de la cadena: como cada vez que se cortan pedazos de mármol quedan fracciones más chicas y difíciles de utilizar, tritura la piedra y la aglomera con resina, generando una especie de terrazo, pero con volumetría.
“Me interesa partir del módulo que se usa hoy, la placa, repensarlo y con eso hacer piezas más escultóricas. Siempre me baso en la industria, adapto las máquinas y el material que tengo a otro tipo de piezas.”
Ahora, cuando hace pedidos también contempla que si va a haber sobrantes, sean de determinadas dimensiones y puedan formar parte de un objeto. “Se empieza a configurar en la cabeza a dónde van a ir a parar. Antes eso era más descuidado”, dice.
“En el paisaje, el tiempo”
Este año, Badii tuvo su primera muestra individual en Casa Social, que presentó un recorrido visual de su trabajo dentro de un marco histórico que lo precede y acompaña. Titulada “En el paisaje, el tiempo”, reunió mucho de ese archivo histórico del que hablaba, imágenes de su viaje y de su trabajo actual.
“El paisaje como todos los escenarios. El taller, la cantera, la ciudad, la naturaleza. El tiempo como la historia, la soledad, el silencio. El tiempo que transcurrió y el presente, abrazando nostalgia y creando experiencias. En el paisaje, el tiempo”, reza el texto curatorial.
“No tuve mucho conflicto en continuar el legado de mi familia. Mi duda en realidad era si seguir el camino de mi tío abuelo, como artista, o el de mi abuelo, como industrial. Tomé un poco de cada uno”.
Las piezas de Gastón se consiguen en Casa Social.