Fue propiedad de Ana Inés Cárcano Morra y conserva gran parte de su estructura original, incluyendo paredes de piedra y pisos de cerámica del lugar.
Esta casa de más de 300 años le perteneció durante décadas a la argentina Ana Inés Cárcano Morra, Lady Astor luego de su casamiento con John Jacob Astor Langhorne en 1944. Nada queda de su intervención en los interiores, pero sí una verdadera joya: el jardín bajo estas líneas, que la ayudó a diseñar nada menos que Cecil Beaton, fotógrafo conocido como “el retratista del siglo XX”, famoso por sus instantáneas de la familia real inglesa.
Beaton creó para su amiga un jardín en el que se siguen mezclando los lilas, grises y fucsias de lavandas, cinerarias y geranios en un arreglo meditado, pero de apariencia silvestre. Además, hizo para ella un gran campo de pampa grass que le recordara a su país.
El matrimonio de Ana Inés se explica porque su familia se movía en el círculo diplomático europeo de su época. Su padre, Miguel Ángel Cárcano, abogado, diputado nacional, historiador y periodista, fue embajador en París, y luego lo sería en el Reino Unido.
Paso a los interiores
Mucho antes de que se convirtiera en un lugar común, la diseñadora de interiores Mimmi O’Connell acuñó la expresión “lujo simple”. Ninguno mejor para ambientar esta es una casa solariega, que es como se define a la más antigua y noble de una familia. O’Connell nació en Turín, creció entre Suiza y Buenos Aires, y estudió en Perugia, París y Londres, donde reside desde hace años. Su crianza cosmopolita y su educación esmerada la pusieron a las puertas de proyectos envidiables, con la elegancia como razón elemental. “Esta es la casa de campo más deliciosa que haya decorado jamás”, nos contaba sobre ésta hace años, cuando Living tuvo el placer de su asidua colaboración.
En la renovación se volvieron a blanquear los interiores y, en ese marco radiante, O’Connell creó una ambientación sofisticada pero sumamente vivible, en la que se luce la mezcla de estilos.
“Respetar la historia del lugar, sí; crear una escenografía, no. Este living, por ejemplo, es una interpretación sofisticada del estilo campestre, en la que cabe también el bagaje cultural de sus dueños”, dice O’Connell, que aquí colocó sus clásicas mesas con tapizado capitoné bajo la mirada de óleos sobre madera mallorquinos del siglo XVIII.
Una cocina de película
“Me gustan las cocinas cálidas, máxime en un hogar en medio de la naturaleza. En ellas se experimenta el ejercicio de la preparación como una sucesión cotidiana de placeres y encuentros. Acá creamos una situación tal que, cuando no se come en alguna de las galerías, se usa incluso para cenas formales”, nos decía, hablando del comedor diario con juego de mesa lustrada y sillas inglesas de roble y cuero de principios del siglo XIX.
“Me dejé guiar por el carácter rural de la construcción. Decorar una casa de campo impone más límites, porque existe una mayor conciencia de la tradición nacional y del marco natural”.
El sector privado
“Busco la armonía que surge de la prolijidad. La sofisticación en un entorno de campo bien puede resumirse en lo que hace al confort urbano en esta fórmula: sábanas blancas bien planchadas y pilas de almohadas”.
“En los cuartos de huéspedes, siempre pongo dos camas dobles. Aunque no quede mucho espacio libre, ¡es tanto más cómodo! Y finalmente es lo que importa en una estadía breve”.