Creció rodeado de tortas y muebles de madera: su madre repostera y su padre ebanista le legaron el adn emprendedor que le permitió desarrollar varios proyectos
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Hugo López (38) llegó a su primera entrevista de trabajo empapado por la lluvia. Tenía 17 años, había pedido prestada una moto, pero no consiguió casco y se mandó igual. Después de un mes de capacitación quedó en el puesto de delivery de la heladería Munchi’s. Y hoy dirige una cadena de hamburgueserías con más de 40 locales y sucursales en Uruguay y Paraguay. Un viaje le cambió la vida. Pero antes de subirse a ese avión que lo llevó a Nueva York corrió mucha agua bajo su propio puente.

“Me crié rodeado de tortas para casamientos, de varios pisos y decoradas con flores de mazapán. Al mismo tiempo, la precisión de mi papá en los detalles de los muebles de estilo europeo”, recuerda, sobre su infancia.
Después de cursar una escuela técnica en Victoria hizo changas en una panadería y ayudó en la carpintería familiar. “Lijaba muebles hasta que estuvieran perfectos. Eso me enseñó que hacer algo bien cuesta lo mismo que hacerlo mal”, afirma.

Hugo no se imaginaba que el trabajo de repartir helado le abriría una oportunidad: la de aprender la logística del negocio gastronómico. “No trajiste casco”, le advirtió la gerenta. “Pero necesito el trabajo”, imploró Hugo. Y lo tomaron a prueba, con la condición que se cortara un poco el pelo.
En la sede de Temaikén se había montado una suerte de simulador de heladería, una escuelita con todos los puestos. “Allí adquirí las primeras herramientas de mi vida, que luego apliqué para desarrollar el negocio. Desde la manipulación de alimentos, el sistema administrativo, los procedimientos de limpieza”, enumera Hugo, y se detiene para contar el paso más divertido: “Tenía que lograr un cuarto exacto sin pesarlo en la balanza. Y además, memorizar los 40 gustos que estaban distribuidos sin rotular”, agrega.

La excelencia operativa recién arrancaba. Aprobó el teórico y el práctico y arrancó sirviendo helados detrás del mostrador. En los ratitos libres, Hugo chequeaba fecha de vencimiento de los insumos, controlaba el stock e impulsaba “que las cosas salgan bien de la mejor manera. Capitalicé la experiencia”, asume hoy uno de los socios de Dean&Dennys, la cadena de hamburgueserías que despacha 700 mil medallones de carne por mes desde la planta instalada en el corazón de Villa Crespo.
Sin imaginar que estaba plantando la semilla fundacional de su negocio, Hugo desplegó el gen emprendedor. Estudió mecánica en la UTN. Y dejó. Se pasó a Administración de Empresas, pero tampoco terminó la carrera.

Fue auditor de propiedades para relevar los anuncios inmobiliarios de un diario, se cruzaba la ciudad en colectivos y subtes. Y después probó suerte en el mercado financiero. Con Joaquín Rozas, el mismo amigo que le había prestado la moto para la entrevista en Munchi’s. “Ser operador bursátil era un sueño de película, quería absorber la adrenalina que veía en las películas de Wall Street”, dice.

En tanto, sumaba herramientas para su mochila: cheques, pagos, sueldos, operaciones…. A toda la logística le aplicaba la misma pregunta: “¿Cómo hago para?” Entre idas y vueltas, Hugo y Joaquín abrieron un bar en Palermo, con muebles realizados y pintados en distintos colores en la carpintería familiar. Bartola fue uno de los pioneros: en Nicaragua y Ravignani dieron sus primeros pasos, inestables y al borde de la quiebra. Hasta que se sumó Francisco Ribatto con una propuesta tentadora: “¿Y si vamos a Nueva York a ver cómo se maneja el negocio gastronómico?”. A los pocos días empezaron a recorrer hamburgueserías: Se sentaban con los encargados, sacaban un cuaderno y les decían que estaban “haciendo un trabajo práctico para la facultad. Un TP. Como yo no hablaba inglés me dedicaba a dibujar los planos del salón, la cocina, los muebles, la circulación de los empleados. Todo”, recuerda Hugo de esa gira “educativa” que los llevó por Brooklyn y la costa oeste de Nueva York en plan de relevamiento.

Una de las “entrevistas para el TP” fue clave. En una de las sucursales de Shake Shack, una cadena icónica de hamburguesas de Nueva York, que nación en el Madison Square Park. “Los dos encargados nos atendieron super bien, muy cordiales y muy amables. Se llamaban Dean y Dennys. Eran los managers, dos tipos increíbles que sin saberlo nos marcaron el camino. Lástima que les perdimos el rastro. Hoy estarían orgullosos de esos pibitos que les hicieron mil preguntas”.

A la vuelta pidieron plata prestada a amigos y familiares y armaron el primer local en Honduras y Malabia, hoy el pulmón de Palermo Soho. “Pero no iba nadie, perdíamos plata todos los meses, tenía mil deudas”, recuerda Hugo, y confiesa cómo revirtieron la mala racha: “Pusimos un aviso en Facebook, para el momento era un trámite complicadísimo, que requería llamadas diarias al búnker de Silicon Valley. Fue un experimento que resultó. A las 3 semanas llegamos y había cola”. A los 3 meses abrieron el segundo local. Y desde entonces ya llevan 40 franquicias y procesan 50 toneladas de carne por mes. “Fui un poco inconsciente pero resultó. Si no hubiese contado con el apoyo de mis padres no estaría donde estoy”, concluye Hugo López, el joven que pidió una moto prestada para repartir helados y terminó asociado a una de las cadenas de hamburgueserías más icónicas de la ciudad.
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