Un joven emprendedor se entusiasmó con darle nueva vida a una tradicional esquina y lo hizo por partida doble: restaurante en la planta baja y bar en el subsuelo
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Un viejo aunque señorial sótano en desuso se convirtió en un bar oculto con piano, bandoneón y bebidas espirituosas, como cócteles y espumantes, a cargo del bartender Santiago Arenas. Le pusieron de nombre Populacha. El antiguo local de comidas con piso calcáreo y manteles cuadrillé rojos y blancos, en la planta baja, fue bautizado como Olivera El Bodegón.

En el corazón del oeste porteño, muy cerca de Parque Avellaneda, funciona desde 1943 uno de los destinos gastronómicos preferidos por los vecinos y por quienes llegan desde más allá de las fronteras de Caballito y Floresta. Pasaron por allí desde el ex presidente argentino Arturo Frondizi, hasta el cantante de tangos Ariel Ardit.

El techo de Populacha es un homenaje a las mujeres porteñas como Tita Merello, Evita, la Coca Sarli y Moria. “Ellas alzan las banderas femeninas en distintos momentos históricos”, señala Cristian Díaz Gatusso, el hacedor del lugar. “Siempre me gustó ser capitán, y guiar al equipo. Y curioseando y curioseando descubrí esta perla”, metaforiza.

Cerca de la barra de madera, acomodados en sillones que rodean las mesas bajas, se puede hojear una colección de libros antiguos, mirar las fotos de Ignacio Corsini y las centenarias partituras, una de las cuales le dio el nombre al lugar, un tango de los años 20: Populacha Bar. Son huellas de un pasado idealizado.
El Bodegón se encuentra en una de las seis esquinas míticas de la avenida Olivera y Remedios, con sifones, radios y afiches de otros tiempos, y muy próximo al Parque Avellaneda. Los sabores que ofrece son bien criollos y su tejido sonoro, del esencial dos por cuatro.
Se trata de un sitio con sillas gastadas por el paso del tiempo, y capacidad para unas 60 personas. En sus inicios funcionó aquí el “Café Bar El sol”, con una austera proveeduría barrial. Aún hoy cuelga el gancho al que le ponían una soga para bajar las barricas de vino al sótano.

En los años 70 fue un personaje apodado El Tano quien se hizo cargo del lugar donde, además de servirse minutas y café, se levantaba quiniela clandestina. La denominación actual surgió en los 2000 cuando el local pasó a manos de Elba, ex propietaria, e inició esta nueva etapa en abril de 2022.
Ahora, como entonces, los platos son tradicionales y caseros, generosas las porciones, con un toque propio y sin pretensiones snobs.

La relación con Díaz Gattuso comenzó cuando en los tiempos duros de la pandemia, él creó, junto a un socio, las “Cajitas del amor”, que eran un box con entrada, principal, postre y ponche, una cena programada para interactuar en los hogares cuando el encierro no permitía otra cosa.
Este egresado de la escuela del Gato Dumas, con formación en teatro, pintura, dibujo y como guía de turismo, estudió restauración de bienes culturales en IUNA. Incansable gestor cultural y gastronómico, en 2021 y 2022 planificó el Festival del Vermú llamado “Vermú y Veredita” en homenaje a la cantina Yiyo, el Zeneize, un sitio histórico donde, desde que abrió la pandemia en septiembre de 2020 hasta 2023 realizó trabajos de puesta en valor y transformación de viejo almacén al restaurante actual. Logró que lo reconocieran como Sitio de Interés Cultural, declaración que fue como una bisagra.

Fue ahí que sintió que su tesis llegaba a su fin, y en marzo de 2022, cuando se topó con la esquina de Olivera y se deslumbró con su posible potencial.
Se bajó de la bicicleta con la que andaba paseando, le dejó su teléfono a Elba y le pidió que le vendiera el fondo de comercio.

Tres días después llegó la buena noticia: el histórico comedero, fundado por los primos españoles Jacinto y Barbeito, era suyo.“Por esas cosas del destino terminé a seis cuadras de la casa de mis abuelos maternos, los Gatusso. Ellos tuvieron el buffet del Banco Hipotecario. Mi madre también tuvo buffet y fue cocinera de Carlos Menem”, cuenta sobre su vínculo con la gastronomía.

“En general, los habitantes de la ciudad ignoran esta zona de la Capital de casitas bajas donde podés ver el cielo y disfrutar de especies frondosas. A unos minutos tenés la Feria de Mataderos y la Casona de los Olivera llena de actividades artísticas”, cuenta entusiasmado por atraer a un público más amplio hacia este polo alejado de los destinos convencionales.

El chef Leonardo Díaz comanda la cocina de Olivera cuya carta está dividida en cinco partes: entradas, pastas, cazuelas, milanesas con la compañía abundante de papas fritas y parrilla al carbón, maridando todas las secciones con vermús variados y buenos vinos. Se destacan las empanadas fritas de carne cortada a cuchillo, y las de mondongo; bocadillos de acelga, pastas artesanales, sorrentinos de vacío braseado y en las cazuelas de barro, mollejas al verdeo, el clásico pastel de papas, berenjenas a la parmesana, risotto de remolacha, goulash, el pastel de entraña, con puré de calabaza. El momento de dulzor ofrece las opciones del tiramisú de la abuela, panqueques flambeados y flan casero.

Olivera. Av. Olivera 901, Parque Avellaneda. De miércoles a domingo de 12 a 01. Jueves y viernes por la noche, tango en vivo.










