
Frente a Porto Santo Stefano, se puede llegar en ferry y disfrutar de la naturaleza
4 minutos de lectura'

Los toscanos admiran su territorio, lo defienden. Si viajan por Italia son capaces de reconocer la belleza de otras regiones, pero están convencidos de que no hay lugar como la Toscana.

–Toscana es un continente.
Eso dice Simone Carlotti, un amigo de Monticiano después de escuchar a su prima hablando de las playas hermosas de la Puglia. La escucha respetuosamente, pero cuando corta la comunicación se desespera por demostrar que donde estamos ahora, el pueblito de Talamone, a orillas del Tirreno, es de verdad maravilloso.
–Es bonita la Puglia, pero esto no tiene comparación.

A lo lejos se ve la Isla de Giglio, “lirio”, adonde iremos mañana en ferry desde Porto Santo Stefano, en el municipio de Monte Argentario. Finalmente, el Tirreno, il mare toscano.
Antes de viajar hago listas de lugares a los que quiero ir y cuando estoy en el territorio llego a la mitad. Montepulciano queda para el próximo viaje. Hasta que logré ubicarlos pasaron unos días; son parecidos, pero distintos: Montalcino, Monticiano, Monticchiello, Montepulciano. Un quizz de belleza.

Me pregunto qué pasa con el in situ que altera la planificación. Como cuando se agranda una zona en el mapa digital: se abre y van apareciendo lugares que en la imagen macro no estaban o, bueno, estaban, pero no se llegaban a ver. En el tránsito desde el plan que se hace en casa hasta estar ahí pasan cosas, momentos, el viaje mismo, y el tiempo que falta.

Tenemos algunas horas para recorrer la isla en moto. Ni bien llegamos, el lugar de alquiler está cerrado. Dicen los vecinos que el que atiende volverá en un rato. Esperamos. No vuelve. Buscamos otro lugar. Atienden dos napolitanos que podrían haber sido amigos de Maradona. Uno de esos momentos que se pueden llamar retrasos y son constitutivos de la experiencia personal y de la postal que me llevaré. En la espera descubro otro sabor de gelato: higos y nueces –fichi e noci–. Y si el alquiler demora un rato más, no importa. Me siento en el puerto, miro a los turistas que bajan del ferry, respiro el aire de mar, reconozco el sabor a nuez y los pedacitos de higo. Disfruto.

A la tarde, cuando toque devolver la moto, los napolitanos que podrían haber sido amigos de Maradona le preguntarán a Simone, que es sommelier, por un Brunello “honesto”.
–¿Cuál puedo comprar?
Simone piensa unos segundos y sonríe, como si la respuesta no fuera tan simple, como si tuviera mucho que acotar. Sé que podría hablar horas del Brunello porque es una de sus pasiones. Y dice:
–Baricci. Es un vino de la Familia Baricci. Tiene fuerza y elegancia, y se produce en la mejor colina de Montalcino que se llama Montosoli. Tradicional, frutado, muy bueno.
La Isla de Giglio es una elevación en medio del mar. Llegamos en moto hasta Giglio Castello, donde viven unas mil personas, en un barrio medieval de calles angostas y enroscadas, con escaleras, muros por donde se asoman plantas de alcaparras –capperi–, y ropa secándose al sol. En una bocacalle nos encontramos con una mesa puesta y una barbacoa a punto de salir. Almuerzo de domingo para foto de Marcos López.

De vuelta en la moto cruzamos otra moto con un acoplado lleno de bidones de agua y un cartel que dice: Porto l’acqua ma bevo vino (“Transporto agua, pero tomo vino”). Antes del puerto, un desvío hasta una caletta o cala para bañarse. Caminamos por las rocas –veo tres lagartijas– hasta que aparece una franja de arena clara con lugar para extender una lona. Hace calor y llegó un momento esperado: il mare. Ahí voy, qué delicia, no quiero salir. Pero en un rato zarpará el ferry y hay que volver. Piacere Tirreno, aprecio tu temperatura, gracias. Ojalá nos volvamos a ver.

- Isla de Giglio El ferry para llegar parte desde Porto Stefano, tarda una hora y cuesta € 18 (ida). Hay dos empresas –Mare Giglio y Torremar– que realizan el trayecto. Si es temporada alta, importante reservar. Para recorrer la isla, se alquilan motos por el día, desde € 35.






