En 1872, Felicitas Guerrero fue víctima en esa quinta del despecho de uno de sus pretendientes, Enrique Ocampo; sus padres levantaron la iglesia en su honor; todo el conjunto fue obra del arquitecto Bunge y el casco fue demolido en 1938 para dar espacio a la Plaza Colombia
La historia del barrio de Barracas es rica y variada. Durante el siglo XIX varios miembros de la clase alta de Buenos Aires establecieron sus quintas de descanso y/o de veraneo en la Avenida Montes de Oca y su zona, llamada en aquellos días la Calle Larga de Barracas y luego Avenida Santa Lucía. Los Llavallol, Sáenz Valiente, Montes de Oca, Díaz Vélez, Miguens, entre otros, tuvieron allí sus propiedades.
También Martín de Álzaga, Alcalde de Primer Voto, héroe de la Defensa y Reconquista de Buenos Aires, contrarrevolucionario ajusticiado en 1812, tenía su quinta en el ángulo Noreste de Montes de Oca y Río Cuarto. Un nieto suyo, de igual nombre, al que se consideraba uno de los hacendados más poderosos del país, era propietario de la quinta que nos ocupa (unas seis manzanas que rodeaban la Avenida Montes de Oca y las calles Pinzón, Azara y Suárez).
Había nacido en Buenos Aires en 1814. De su unión con María Caminos, nacieron cuatro hijos. En 1864 se casó con Felicitas Guerrero Cueto, con la que tuvieron dos varones que murieron en la infancia. Había en su quinta una primitiva casa, exenta, de la que no se posee mayor información, salvo la proporcionada por el Plano Catastro levantado por el Ingeniero Pedro Beare en 1870. Martín de Álzaga murió en 1870, y Felicitas heredó una enorme fortuna. No es posible ser categóricos al respecto, pero es probable que hacia 1871 se hayan construido los nuevos edificios, que en una publicación alemana de la época, el Architekton Skizzenbuch aparece como Villa Alzaya. Fue autor de sus planos el arquitecto Ernesto Bunge, nacido en Buenos Aires en 1839, hijo del alemán Karl Bunge y de la criolla Genara Peña y Lezica.
Se formó en la tierra paterna, estudiando en la Escuela Real de Arte de Krefeld y en la Real Academia de Arquitectura de Berlín. De regreso al país, comenzó a ejercer la profesión en 1869. El conjunto, quizás uno de los primeros ejemplos pintoresquistas del país, se componía de tres edificios alineados a un eje paralelo a Montes de Oca: la casa –habitación de dos plantas, más cercana a la calle Pinzón, (en aquel tiempo, Progreso)–, el pabellón del servicio en el que destacaba su torre-mirador, y por último el edificio destinado a cocheras y caballerizas. Había también un kiosco ubicado en la esquina de Montes de Oca y Pinzón.
Pero un 30 de enero de 1872, la historia de la familia Guerrero adquirió rasgos de tragedia: Felicitas Guerrero, viuda de Álzaga fue asesinada por su pretendiente, Enrique Ocampo. No es difícil suponer la repercusión del hecho en la tranquila sociedad porteña de aquel tiempo. “Mi abuela contaba que nunca olvidaría del grito de su madre cuando vio la cara deshecha de su hijo”, dice en su autobiografía Victoria Ocampo, sobrina nieta de Enrique.
Felicitas fue heredada por sus padres, Carlos José Guerrero y Felicitas Cueto, que mandaron a construir en el predio de la quinta una capilla en su memoria, uno de los templos más valiosos del país. También obra de Ernesto Bunge, se comenzó en 1872, concluyéndose cuatro años después. Único edificio sobreviviente de la propiedad, es ecléctico, de raíz germánica, que combina elementos neorrománicos y neogóticos. En su interior, de una sola nave, además de los vitrales y la estatuaria, se destaca el esgrafiado de paredes y cielorrasos. Bunge también hizo para Guerrero, su gran casa en la calle Florida 162 (también demolida).
Entre 1890 y 1891, el arquitecto Edwin A. Merry, realizó una importante ampliación y transformación al chalet y al pabellón de servicio, manteniendo su separación, tomando el conjunto el carácter de una gran residencia victoriana. En esta reforma desapareció el sector de caballerizas. La Municipalidad compró luego esa manzana y en 1909 instaló allí la Sub-Intendencia Municipal. A principios de 1938, funcionando ya la Plaza Colombia, los edificios de la vieja Quinta de Guerrero fueron demolidos con el execrable argumento de que se ganaría espacio verde, sin pensar en su enorme valor patrimonial.