
Iván Etchart, el nieto de Gregorio Perez Companc que heredó su pasión por los autos clásicos
A bordo de un Corvette Stingray de 1962, acaba de correr por primera vez las 1000 Millas Sport
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“Sentí la presencia de mi abuelo que me acompañaba en cada recta y en cada curva”, dice Iván Etchart (20), nieto de Gregorio “Goyo” Perez Companc, uno de los empresarios más influyentes del país que falleció en junio del año pasado. Tenía 89 años y aunque dejó un legado familiar de compañías alimenticias, financieras, agrícolas y petroleras lo más importante que heredó Iván de su abuelo fue una de sus pasiones más conocidas: el amor por los autos clásicos. En Escobar, Companc montó un auténtico museo que alberga joyitas de colección, con un deslumbrante catálogo de vehículos icónicos. Así, Iván creció entre motores y repuestos originales, admirando el andar de esos incunables en el circuito que armó su abuelo en Escobar y que hoy disfruta toda la familia.
Su mamá, Cecilia Perez Companc, también contribuyó en la transmisión del ADN “tuerca”: ella le enseñó a manejar desde chiquito y lo alentó a participar en una de carrera emblemática. A fines del mes pasado, Iván se inscribió por primera vez en la competencia de regularidad 1000 Millas Sport, uno de los eventos favoritos de su abuelo. Su mamá también participó del encuentro que organiza el Club de Automóviles Sport (CAS), que va por su 36° edición en Bariloche. Entre lagos y montañas, Iván salió a las pistas patagónicas rodeado de 100 sports clásicos. Desde un Bugatti Type 37 de 1926 y un Amílcar GCSs de 1927, hasta el legendario FIAT 1500 S OSCA de 1959, una Ferrari Daytona 365 GTB/4 y un Shelby Cobra 289, entre otros modelos y marcas emblemáticas como Alfa Romeo, MG, Bentley, Aston Martin, Austin Healey, Jaguar, Lotus, Mercedes Benz, Lamborghini, Porsche, BMW, Lancia, Volvo y Maserati.
–¿Cómo fue ser parte de una de las travesías más reconocidas del mundo automovilístico?
–Fue un sueño. Desde el momento en que empezamos con las pruebas de regularidad sentí que ya había ganado, más allá de todo. Lo viví como un hito personal, una confirmación de que este es el camino que quiero seguir. Terminar la carrera fue un logro, una verdadera hazaña.
–¿Qué auto de la colección familiar elegiste?
–Un Corvette Stingray de 1962. Es un auto clásico que requiere sensibilidad, respeto y precisión. Es un Chevrolet con forma de mantarraya en la trompa y la cola. Tiene motor V8, 300 caballos fuerza, caja manual. Es azul, me encanta.
–¿Tiene alguna historia vinculada a tu abuelo?
–En realidad, lo elegí porque es uno de los pocos en los que entro. Mido 1,95 y es todo un tema. Podría haber corrido con cualquier otro sport, pero por tamaño y comodidad, este fue el indicado. Aunque lo sufrí. Manejé 12 horas seguidas con el volante a dos centímetros de la rodilla.
–¿Sentiste miedo en alguno de los tramos?
–Vivimos varias situaciones de peligro. Al auto que iba adelante se le rompió una cubierta. Y en una de las pruebas se rompió la bomba de nafta. En este tipo de carreras abiertas cada tramo implica cumplir con requisitos, tiempos y velocidades. Los caminos son especiales y los autos son increíbles pero antiguos, cuando vas a 80 km por hora el volante tiembla. Requieren cuidados, precisión y mucho respeto. Puede pasar cualquier cosa. Estoy seguro de que mi abuelo me cuidó.
–¿Cómo se resolvió el accidente inicial?
–Como es común en este tipo de competencias: los participantes llevan un equipo de mecánicos de apoyo que siguen a los autos desde camionetas equipadas. A mi mamá también se le quedó el auto, justo 100 metros adelante. Estos percances son típicos, sobre todo porque las piezas son originales y muchas tienen más de 70 años. En esa época los autos se fabricaban para que duren.
–¿Quién fue tu copiloto?
–Un amigo de la primaria, de toda la vida. Con Cruz Berton Moreno nos entendimos muy bien. Él tuvo a cargo el taqueo, la hoja de ruta, los tiempos. Y pudo disfrutar mucho más del paisaje que yo. Atravesamos lugares increíbles. Salimos del Hotel Llao Llao, en Bariloche, y pasamos por Villa La Angostura, el Camino de los 7 Lagos, San Martín de los Andes, Junín de los Andes, Dina Huapi, el Cerro Catedral, Villa Mascardi y El Bolsón.
–¿En qué puesto terminaron?
–En el 34, de la categoría C. Por ser la primera vez, sentí que gané la carrera. Y constaté que esta es mi vocación. Por eso voy a estudiar Ingeniería Automotriz, tomar cursos de mecánica y aprender lo más posible.
–Tu abuelo era muy fanático de la marca Ford y vos elegiste un Chevrolet…
–Es el único Chevrolet de su colección, es muy bueno. Uno de mis tíos que le quiso llevar la contra cayó un día con este Corvette, que competía con los Ford Mustang.
–¿Cómo se organizan a nivel familiar para usar los autos de colección?
–La colección la empezó mi abuelo. Y hoy a sus autos los usa quien quiera, siempre y cuando le pidamos permiso a mi abuela [María del Carmen “Munchi” Sundblad Beccar Varela]. Somos varios los apasionados por la colección que dejó mi abuelo.

-¿Vas seguido a visitar este museo rodante?
-Sí, cada vez que entro me brillan los ojos. La pasión que le puso mi abuelo a la colección se refleja en cada auto. Andan perfecto, tienen todos los repuestos al día, un cuidado riguroso. Disfruto mucho las charlas con los mecánicos, les pregunto de todo.
–¿Qué te dijo tu abuela al finalizar la competencia?
–Que mi abuelo estaría orgulloso. Fue una prueba que le dediqué especialmente. En todo el camino sentí su presencia y su compañía. A él le debo todo, no estaría acá de otra manera.
–¿Cuál es tu auto favorito de la colección?
–Hay varias joyitas que me encantan. La Ferrari F50, la Ferrari 330 LM, el Mustang Shelby GT500 KR King of Road, del cual se produjeron 1500 unidades, 500 de ellas descapotables. Pero sin dudas, mi preferido es el Ford Cobra verde que usaba mi abuelo. Suena increíble, como un rugido.
–¿Cómo sigue esta aventura?
–Estoy en una etapa de aprendizaje y proyección. Actualmente estoy restaurando por mi cuenta un Merdeces Benz 280 SEL, de 1972. Estaba parado y con Manuel Miguens, un amigo del colegio [Cardenal Newman], lo estamos arreglando para viajar, generar contenido y prestarlo. Y después, venderlo. La idea es que me lo quieran sacar de las manos. Es una sensación muy fuerte la de recuperar un auto clásico.
–¿Qué otras cosas te interesan además de los autos?
–El fitness, la salud y la alimentación me gustan mucho. Disfrutar de la naturaleza, entrenar y meditar.
–¿Cuál es tu recuerdo de chiquito ligado a los autos?
–Siempre me fascinaron. Y siempre tuve pasión por la velocidad y los motores. Kartings, buggys, cuatriciclos…Todo lo que tuviera cuatro ruedas. Mi cuarto se fue llenando de pósters, fotos y cuadros de autos, además de relojes y autos a escala, como el Cobra de mi abuelo. Hoy siento que todo eso forma parte de la construcción de un camino propio. Escuchar, aprender, mirar y consultar es un trabajo cotidiano para avanzar en las competencias.
–¿A quién admirás?
–A los pilotos de la familia, como mi tío Jorge Perez Companc, que corrió hace poco la carrera de Pekín y tuvo que enfrentarse a muchas adversidades. Fueron 42 días a bordo de un Chevrolet de 100 años que usó Fangio.






