Irvin Yalom, psiquiatra estadounidense autor de varios libros consagrados como best sellers, asegura que hay que involucrarse con los pacientes para que la terapia sea efectiva
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Irvin Yalom es el prototipo del norteamericano hijo de inmigrantes pobres llegados después de la Segunda Guerra Mundial, que con constancia, talento y una gran dosis de autoconfianza se transforma en un auténtico triunfador.
Repasemos: profesor de psiquiatría de la Universidad de Standford, psicoterapeuta, exitoso escritor de novelas, algunas de ellas auténticos best sellers de librerías de consumo masivo. Pero -como si esto fuera poco- un matrimonio de 45 años con la misma mujer (Marilyn, investigadora y escritora), 4 hijos -dedicados a la psicología, la dirección teatral, la medicina y la fotografía- y, por ahora, 5 nietos.
El doctor Yalom estuvo en la Argentina para presentar sus obras durante la Feria del Libro. Si bien comenzó a escribir hace ya varias décadas textos para sus colegas -por ejemplo, Teoría y práctica de la psicoterapia de grupo , que superó el millón de copias en todo el mundo, alcanzó más fama fuera del círculo profesional con Cuando Nietzsche lloró , una novela que lleva 12 ediciones.
Yalom, que tiene 68 años y acaba de jubilarse como profesor en Standford, relata mientras admira por primera vez Buenos Aires que está leyendo una autobiografía de Borges y descubriendo allí algo que lo hace sentir identificado con el gran autor argentino: Borges, al igual que asegura ser Yalom, fue un lector voraz. Y para el psicoterapeuta norteamericano la costumbre de estar leyendo siempre, desde su adolescencia, fue la llave maestra que le enseñó a escribir.
Prohibido esconderse
-En sus libros, como todo escritor, muestra aspectos de su sensibilidad, su intimidad, sus problemas. Como terapeuta, ¿no lo hace sentir terriblemente expuesto frente a sus pacientes?
-Espero que sí. Porque ésa es la manera en que yo realizo la terapia. Creo que los terapeutas que se esconden no son muy efectivos. Sé que voy a ocasionar muchísimos problemas en Buenos Aires, pero es mi punto de vista.
-Bueno, acá los psicólogos o, mejor dicho, los psicoanalistas, nos enseñaron durante muchos años que cuanto más distante, mejor. ¿Usted qué piensa?
-Que cuanto más distante y más escondido el terapeuta, menos efectiva es la terapia.
-¿A qué llama escondido?
-A ser una especie de tabula rasa y no relacionarse con el paciente; he visto pacientes durante los últimos 30 años que han fracasado en otro tipo de terapia, y llegan a mí y lo que me dicen es que los terapeutas eran indiferentes, que estaban demasiado alejados y no se comprometían. Creo que para ser terapeuta hay que relacionarse con el paciente y hacerlo de una manera genuina.
-¿Qué problemas tienen más frecuentemente sus pacientes en los Estados Unidos?
-Muchos llegan a la consulta porque tienen problemas en su relación de pareja; se obesionan con alguna persona, o enfrentan duelos o divorcios.
-¿Qué tipo de terapia realiza?
-No tiene un nombre, la llamo interpersonal/existencial. Trabajo sobre el supuesto de que lo que está equivocado o mal en la vida del paciente va a emerger en la relación entre el paciente y yo. Considero lo que está pasando entre nosotros para tener pistas acerca de por qué le pasan estas cosas.
-¿En su país la terapia es cara?
-Muy cara. Cien a doscientos cincuenta pesos cada sesión.
-Entonces, en su país la gente pobre no hace terapia...
-Es verdad. Es un gran problema, una gran limitación. Existen formas menos caras, por ejemplo, las terapias de grupo, que tienen mucho que ofrecer. Pero la persona a cargo de grupos necesita mucha capacitación.
-¿Cuánto dedica a atender pacientes, a investigar y a escribir?
-En los últimos 5 años trabajo con los pacientes un cuarto de mi tiempo y el resto escribo. Quizá veo de 10 a 15 por semana.
-¿Si tuviera que elegir?
-No dejaría ninguna de las dos cosas. Los pacientes me dan inspiración para mi escritura.
-¿Y en la Universidad, qué temas investiga?
-Me acabo de jubilar; me estoy volviendo viejo. Soy profesor emérito. Pero lo último que investigué se vincula con el duelo frente a la muerte.
-¿La cultura occidental enfrenta muy mal la muerte?
-Muchas culturas han eliminado la muerte de sus conciencias. Trabajé durante años con pacientes que estaban muriendo de cáncer de mama y una de las características era que ése era el único lugar donde podían hablar francamente del tema, porque temían herir a sus familias o amigos. Si se alivian en un grupo está muy bien, siempre y cuando el terapeuta tenga la fortaleza suficiente para soportar esa carga.





