La escuela Dante Alighieri, en el centro de Rosario, cobijó a una de las estrellas de la música popular argentina y a uno de los mayores criminales del país, confeso autor de los homicidios de la abuela y la tía del músico, en 1986
Fito Páez estaba en Río de Janeiro el 7 de noviembre de 1986, donde presentaba Giros, su segundo álbum, con temas que luego se convertirían en clásicos, cuando recibió un llamado telefónico que cambió su vida: en Rosario, su cuna, habían asesinado de manera salvaje a su abuela Delia Zulema Ramírez de Páez y a su tía Josefa Páez. Los asesinos también habían matado a Fermina Godoy, de 33 años, una empleada doméstica de la casa, que estaba embarazada. Y habían dejado en el cajón de un mueble de la casa un kilo de marihuana, algo que no tenía sentido a simple vista. Fue un golpe casi devastador para Fito. Esa trama sangrienta y demencial lo llevó a escribir Ciudad de pobres corazones, donde, con rabia, traslucía aquella tragedia: “En esta puta ciudad todo se incendia y se va”.
Aún persisten misterios en torno al triple crimen, por el cual fue detenido Walter Di Giusti, que tenía la misma edad que Fito, con el que había ido al colegio Dante Alighieri, y con quien, incluso, compartía el amor por la música, ya que intentó abrirse camino como bajista de una banda de heavy metal, aunque terminó como plomero, primero, y policía, poco antes de ser atrapado.
Di Giusti murió en 1998, semanas después de volver a la cárcel. Había contraído HIV y sus abogados pidieron que fuera favorecido con una detención domiciliaria: alegaban que la enfermedad lo había dejado ciego. Presentaron certificados médicos que lo acreditaban. Pero era mentira: a Di Giusti lo habían visto en el centro de Rosario manejando un auto.
Fue calificado, en su momento, como un psicópata y asesino serial, porque semanas antes de matar a la abuela y a la tía de Páez había asesinado a otras dos mujeres. Nunca trascendió por qué eligió como víctimas a Delia, Josefa y Fermina Godoy, porque prefirió el silencio como resguardo, tras ser condenado a prisión perpetua, y se llevó su secreto a la tumba.
La casa donde había vivido Fito con su padre Rodolfo y su abuela y su tía queda en Balcarce 681, en pleno centro de Rosario. Hoy ya no luce como en el día en que Walter Di Giusti, junto con su hermano Carlos, mató a sangre fría a Delia, Josefa y Fermina. Para acceder a la casa, Walter dijo que era plomero. Le abrieron la puerta y luego asesinó a las tres mujeres de manera salvaje.
El cuerpo de Josefa quedó tendido sobre el pasillo de entrada y cubierto de sangre. Había sido apuñalada. Las otras dos víctimas estaban en el dormitorio. Fermina, la empleada, tenía una herida de cuchillo a la altura del corazón, y Delia, la abuela de Fito, un disparo en la cabeza. Di Giusti había tapado su cara con una almohada.
Las tres mujeres fueron encontradas por el marido de Fermina, que fue hasta la casa de Fito porque su pareja tardaba en regresar desde allí. Tocó la puerta, pero nadie lo atendió. Escuchaba que la radio estaba encendida. Decidió ir a la comisaría 3ª a pedir ayuda. Los policías tiraron la puerta abajo y entraron. Se encontraron con la escena de ese triple crimen cruel y salvaje.
En esa casa de Balcarce 681, Fito aprendió a tocar el piano y a escuchar discos de culto con su papá, un melómano que le acercó obras que lo marcarían para toda la vida. Como muestra la serie de Netflix, Fito tenía amor especial por Delia y Josefa, porque lo habían criado, junto a su padre, después de que su madre Margarita falleció por una enfermedad cuando él tenía solo ocho meses. Por eso, estas muertes devastaron al músico en aquel momento. Rosario vivía en un momento particular por aquel 1986.
Fito arribó a Rosario unos días después del crimen. Daniel Leñini, periodista de radio LT8 en ese momento, recuerda que el artista, que tenía 23 años, estaba conmocionado. “A todos los que estábamos allí nos dio mucha pena”, admitió. Llegó en un Ford Taunus, acompañado por el abogado Albino José Stefanolo, e ingresó a la seccional 3ª, que estaba a cargo de la investigación. Allí le hicieron preguntas por más de tres horas.
“Recuerdo que Fito llevaba en sus brazos un pianito. Era como su juguete para pasar ese momento tan duro. Hablé con él unos minutos, con mucho respeto por lo que estaba atravesando, y se subió al auto, y se fue. El triple crimen había conmocionado a la ciudad, pero no había muchos periodistas en ese momento siguiendo el tema, solo los locales”, contó Leñini, que explicó que “en Rosario, ya en ese momento, aunque no era famoso como ahora, se le tenía mucho respeto”.
El inicio del misterio
El enigma por aquellos tiempos era quién podía haber asesinado de esa forma a tres mujeres indefensas, sin ningún motivo, en pleno centro de Rosario. No había pistas ni tampoco hipótesis firmes en un principio. Hasta se llegó a dudar del propio Fito, por el inexplicable hallazgo de la marihuana dentro de la casa. Era el misterio de la “yerba en el viejo cajón”, como describía en Ciudad de Pobres Corazones, en la que maldecía e insultaba a Rosario, la ciudad en la que nació el 10 de marzo de 1963, “con Kennedy a la cabeza y una melodía en la nariz”.
Federico Anzardi, autor del libro Hay cosas peores que estar solo. Fito Páez y Ciudad de Pobres Corazones, contó por Radio Dos que Fito en aquel tiempo en Rosario se refugió en la casa de la cantante Liliana Herrero. “No tenía casa dónde vivir”, explicó, y agregó que Páez salía a caminar por la ciudad con un walkman con el que escuchaba música.
Se reunió luego en un hotel del centro de Rosario con el entonces gobernador José María Vernet, quien tenía la sospecha de que había una mano negra detrás de los crímenes, un análisis que abrevaba en el momento particular que se vivía en Rosario, con la resaca de la dictadura, que aún era fuerte y tenía poder dentro de la policía.
La sospecha estaba centrada en la policía, que en aquella época todavía tenía en sus filas a gran parte de la “patota” de Agustín Feced, jefe de la fuerza durante la dictadura. Feced había muerto ese año, pero lo que estaba intacto era el aparato oscuro que removió una década después el ministro de Gobierno de Santa Fe Roberto Rosúa.
La investigación del crimen no avanzaba. La causa estaba a cargo del juez Francisco Martínez Fermoselle y en la pesquisa participaban los policías de la seccional 3ª. Ese magistrado había sido protagonista, dos años antes, de un hecho que hoy está siendo juzgado en los tribunales federales: el robo de expedientes, documentación y pruebas del terrorismo de Estado, que se produjo el 8 de octubre de 1984 en el juzgado de Martínez Fermoselle.
Las cuentas del collar de perlas
Una “casualidad” trajo a la policía una pista. Una chica trans que vivía de la prostitución había usado un collar de perlas que los asesinos se habían llevado de la casa de Páez. Los asesinos solo habían robado dos cosas: ese collar y un grabador que la abuela le había regalado a Fito.
La policía averiguó quién le había dado el collar. Y así llegó hasta el asesino: Walter Di Giusti, que había ingresado a la policía en Pueblo Esther, una localidad que se encuentra a 30 kilómetros al sur de Rosario. Se presume que se había hecho policía en busca de protección.
Lo increíble de la trama era que Di Giusti, que tenía la misma edad que Fito, conocía al músico de la secundaria Dante Alighieri. Y vivía a tres cuadras de la casa de Delia y Josefa. En el allanamiento se encontró también el grabador robado.
Además de ser un psicópata, Di Giusti había intentado un camino musical como bajista en una banda de heavy metal, pero no tuvo éxito y trabajaba como plomero, oficio por el que había accedido a la residencia de los Páez para realizar algunos trabajos. La reconstrucción posterior del hecho determinó que el 7 de noviembre aprovechó la confianza que tenía con la familia del artista para entrar en la casa junto a su hermano menor, Carlos.
Además, Di Giusti reconoció haber matado a otras dos mujeres –Ángela Cristofanetti de Barroso, de 86 años, y su hija adoptiva, Noemí–, en una residencia de calle Garay, antes de los crímenes de la calle Balcarce.
Tras escuchar la confesión de su boca, el 24 de agosto de 1987 el juez Benjamín Ávalos, Di Giusti lo condenó a reclusión perpetua, a cumplir en la cárcel de Coronda. Su hermano Carlos, que en ese momento tenía 19 años, estuvo detenido, y luego bajo libertad condicional, por su participación en los crímenes. Todo ese tiempo fue seguido de cerca por la policía de Rosario, que lo consideraba peligroso.
Una vez recluido en la cárcel, el asesino fue pasado a retiro obligatorio de la policía, aunque siguió cobrando el 70% de su salario durante seis años más, hasta noviembre de 1993. Nueve años después del dictado de su reclusión perpetua, en mayo de 1996, la defensa de Di Giusti pidió que se le fijara un plazo de pena, y logró que la reclusión perpetua se redujera a 25 años. Luego, en agosto de 1997, requirió una conmutación y obtuvo un beneficio que le bajó la condena a 24 años y 7 meses.
Finalmente, y teniendo en cuenta que en la cárcel había contraído VIH, la defensa solicitó que Di Giusti cumpliera la pena en su domicilio, ubicada en Güemes 2130, en el centro de Rosario. Tras un examen médico, los forenses le informaron al juez que el expolicía estaba prácticamente ciego. Esto fue clave para que el magistrado dispusiera el arresto domiciliario. Pero luego lo vieron manejando un auto en el centro de Rosario. Había sido toda una mentira.
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